**** y 1/2
La
revelación del cine español en la entrada de 2020 ha sido sin duda esta
sorprendente ópera prima que tras ser estrenada en Netflix ha finales de 2019 y
ver su estreno en salas en febrero del año siguiente goza de nuevo de una
oportunidad de ser degustada por el público en lo reestrenos tras el
confinamiento por el Covid 19. Un debut mucho más que prometedor el del bilbaino
Galder Gaztelu-Urrutia que ha conseguido un inquietante y absorbente filme fantástico
que lleva al espectador a una inquietante pero tangible pesadilla en donde el
terror de lo absurdo y los miedos humanos son la base de una extraña e hiperbólica
pero sugerente parábola sobre nuestra sociedad y sobre la condición humana. Tiene
todos los visos de convertirse en un filme de culto y de tener ante si una
brillante carrera internacional, merced sobre todo al deslumbrante buen hacer
de su director que logra una obra con excelente factura, degustable por público
amante de los géneros fantástico, terrorífico, o thriller de cualquier procedencia.
Sin ser una obra maestra, El Hoyo
resulta un filme que pese a su tono visual ligeramente incómodo y sus raciones
de violencia y de cierto gore (eso si, bien dispuestas y presentadas) es totalmente
recomendable para los amantes del buen cine
Planteada como una fábula irreal en un lugar-país indeterminado,
la historia nos presenta a un hombre de cuarentaitantos llamado Goreng (Ivan
Massagué) que despierta en una sucia celda situada en el piso de lo que parece
un inmenso edificio de más de 100 pisos,
concretamente en el piso 48. Goreng accedió a entrar al edificio a cambio de un
“título homologado” y se dispone a pasar allí seis meses. Su
compañero de celda-nivel (cada nivel tiene dos ocupantes) es Trimagasi (Zorion
Egileor), un hombre maduro que está allí como castigo, cumpliendo condena por
un homicidio accidental. Trimagasi alecciona su nuevo compañero sobre los
entresijos de “El Hoyo”, en donde se cambia de celda (por arriba y por abajo)
cada cierto tiempo sin ningún criterio aparente y en donde los recluidos tienen
como actividad principal comer la comida que les llega por medio de una enorme
mesa en una plataforma descendiente desde el nivel más alto, el nivel 0, comida
que tras ser consumida durante una ligera fracción de tiempo a de descender a
los niveles inferiores para ser comidos los restos por los sucesivos recluidos
hasta un punto en que lógicamente no quede nada para los niveles más bajos que
obviamente se morirán de hambre. Goreng no ve lógica esa condición ante la perspectiva
de que le tocará ocupar en algún momento niveles bajos y se comienza a
revelarse contra la lógica de la inquietante pseudoprisión al tiempo que
desconfía de su compañero, quien parece jugar con una carta a su favor. A
partir de ese momento, la locura y desesperación de Goreng a parece como el
motor de la historia al tiempo que se suceden inesperados y bizarros acontecimientos
y surgen personajes en medio de una atmósfera pesadillesca y malsana. Pero más
que un retrato psicológico de supervivencia ante lo extremo estamos ante una feroz
y marga crítica socioantropológica que da que pensar en su apariencia de cuento
fantástico perverso
La ambientación sucia y minimalista del prácticamente único
escenario resulta tan sugerente como desasosegante y en general la visualidad
de la película juega con lo desagradable en diferentes aspectos y lo
deslumbrante. Aquí los momentos de violencia desatada cumple una función metafórica
(siguiendo el tono de la historia) e ilustrativa y en nada gratuita, lo mismo
que los insertos de body horror y canibalismo van más allá de las convenciones
del género terrorífico. Una puesta en escena que bebe irremediablemente en lo teatral
(es además perceptible la sombra un tanto distorsionada de Beckett y Ionesco) requiere
unos diálogos jugosos e inteligentes y unas interpretaciones esforzadas como
las de Massagué y Egileor (una agradable sorpresa el redescubriemiento de este
veterano actor vasco) y con otros intérpretes que no les van a la zaga en
alucinantes papeles dignos de la mejor ficción fantástica: Antonia San Juán,
Emilio Buale, Alexandra Masangkay, Mario Pardo. Con ecos también de Kafka,
Borges, David Lynch, Terry Gillian, Kubrick, Clive Barker o David Cronemberg, El Hoyo resulta
una película espectacularmente sugerente que terminará haciendo historia.
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