*** y 1/2
No son muchas las veces en las que el retrato del
mundo del teatro ha recibido un trato a la altura que le corresponde en el
medio cinematográfico y por ello se agradecen enormemente películas como esta
producción francesa basada libremente en un curioso y sugerente acontecimiento
real. Lo de los reclusos que participan en un taller de teatro y se realizan
así a ellos mismos no es algo novedoso, pero el mensaje de esta historia va más
allá en su condición de metarrelato sustentado precisamente en el espíritu de
la obra teatral representada por los protagonistas del filme y toda su
significación cultural, social y humana. Porque estamos hablando de Esperando a Godot, la obra que Samuel
Beckett concibió en 1952 y que hoy en día y tras miles y miles de
representaciones sigue siendo un totem cultural universal en su condición de
paradigma del llamado Teatro del Absurdo y por extensión de toda concepción de
lo absurdo de la existencia humana hecha por el ser humano: es de esa espera
sin sentido y sin propósito de lo que trata también esta película, encarnada en
la situación que viven las personas reclusas. Pero no solo eso, también de ese
esperando a nada y ese sinsentido que todos vivimos y que todos los personajes
del filme, de una manera u otra, sufren.
Lo más sorprendente de la película es que lo que se nos cuenta sucedió realmente en Suecia en la década de los 80 -aunque en esta ocasión la acción se haya trasladado a la Francia del momento actual-, una gira de Esperando a Godot representada por presos que dio lugar inesperadamente a un monólogo dramático sobre estos acontecimientos que hoy en día sigue representándose en Europa; en ese sentido todo lo que se nos narra cobra una inmediatez y honestidad que convierte a este filme en una obra sincera, cálida y emotiva que no desdeña su afán de crítica antropológica y humanista (y también social) y que por supuesto supone de principio a fin un homenaje al teatro, a Beckett y a la profesión de actor. El director Emmanuel Courcol consigue gracias a su habilidad una historia realista pero simbólica en donde como puede suponerse los actores juegan un papel fundamental y gracias a un grandioso trabajo interpretativo de todo el reparto la empresa funciona con una perfección total. Es gran intérprete que es Kad Merad está la gran altura de las circunstancias que supone su personaje, Étienne, un modesto pero eficiente actor y director teatral que en su condición de nuevo responsable del taller teatral de una penitenciaria se propone que cinco de sus internos se sientan actores representando la obra de Beckett, la cual según él representa fielmente sus situaciones. Étienne, prototipo del soñador desilusionado pero luchador hasta el final, conseguirá que los cinco presos interioricen y hagan suyo el texto y se sumerjan en el mundo de la interpretación aunque para ello tenga que lidiar con la escéptica directora del centro (Marina Hands), el sistema judicial y penitenciario y los propios reclusos. Pero lo que parece que va a ser una victoria se convertirá en otra cosa y esa ora cosa, en otra. Ni él podría haberlo supuesto. Con todo, más que el curioso final, resulta más revelador todo el transcurso del filme en donde el protagonista evoluciona a la par que lo hacen sus pupilos pero dando la sensación de que algo siempre terminará por hacer cambiar las cosas. Pero se puede tener éxito de muchas maneras y esta película muestra que de la manera más absurda todo puede cambiar aunque se esté esperando a Godot.
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