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Una película sustentada en el trabajo de los actores es algo que siempre es difícil y más si se trata de un primer largometraje (todo un reto) como es el caso del primer trabajo de Avelina Prat: reto cumplido con creces firmando un filme social honesto y creíble en el límite entre el drama y la comedia y en donde el costumbrismo no se fuerza para nada en pos de hallar un relato creíble e identificable con el mundo real. La Seminci ha premiado justamente las interpretaciones de sus protagonistas, el omnipresente Karra Elejalde (haciendo uno de los mejores papeles de su carrera, alejado de su histrionismo habitual) y el excepcional actor búlgaro Ivan Barnev, también especializado en comedia. Los papeles que ambos interpretan son más escorados al drama y reflejo de dos realidades bastante habituales en la España de hoy: un inmigrante de excepcional valía humana pero obligado por las circunstancias a vivir casi en la indigencia y una persona jubilada que trata de encontrar un rumbo a su existencia. Ambos, Vasil y Alfredo, convergerán sus vidas cuando el segundo decide acoger en su casa (algo a regañadientes) al primero, que hasta entonces ha vivido en la calle. Vasil es una persona culta y carismática que además es un consumado jugador de bridge y ajedrez, habilidades estas que le han ayudado a integrarse en la vida de algunas personas de su país de acogida aunque las cosas no serán muy fáciles y máxime cuando la relación entre Alfredo y él comienza a presentar ciertas tiranteces. No obstante lo cierto es que Alfredo, descreído y taciturno, comienza a cambiar positivamente por su relación con Vasil
La película no tiene grandes mensajes ni pretensiones, simplemente se postula como el retrato de una situación y de unas personas con todas las situaciones posibles que pueden sucederse. La dialéctica interpretativa entre Barnev (el motor de la película) y Elejalde es inmejorable y cada uno de los intérpretes tiene sus momentos de lucimiento. Relaciones humanas narradas con sobriedad y sinceridad y un canto de esperanza a la amistad. No hay trampas ni sensiblería en una película que trata de ser lo más creíble posible, incluyendo personajes secundarios sin impostación de licencia dramática y con función en el guión. Por el contrario, su sobriedad y la puesta en escena a veces un tanto forzada impiden que la película abandone la modestia en pos de cotas mayores. Pero Vasil es una película honesta cuya visión nos reconcilia con lo mejor de nosotros mismos.
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