lunes, marzo 16, 2009

El aparatito de Lumiere (Programa doble) - CHE: GUERRILLA / GRAN TORINO

CHE: GUERRILLA


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Tras Che: El Argentino, Steven Soderbergh como director y Benicio Del Toro como productor y actor protagonista completan su díptico sobre el célebre revolucionario argentino-cubano, narrando en esta ocasión su frustrada experiencia revolucionaria en Boliva en 1967, la cual le costó la vida. El resultado ha sido incluso más satisfactorio que la primera película aunque su factura y sus pretensiones sean prácticamente idénticas: estética documental, realismo a tope y un sabio manejo de la narración para hacerla lo más creíble posible. Soderbergh puede ser un director con una filmografía irregular, pero que duda cabe que cuando se pone y le echa ganas, le salen excelencias como esta. De echar de menos algo de la primera entrega, vista solo hace unos meses, se añora la variedad estilística de aquella, que mezclaba el color y el blanco y negro para mostrar escenarios diferentes y el collage temporal de historias; aquí en cambio la acción se desarrolla linealmente y casi todo en Bolivia, con algo de Cuba al principio. No importa en absoluto, el acotamiento de este filme (en cuanto a personajes, principalmente, más que escénico) sirve para meterse en la historia más si cabe que en El Argentino, lo cual es de agradecer ya que de este modo se puede disfrutar de un biopic de este personaje como se merece la empresa.


La verdad es que nada se puede reprochar- en esta segunda parte y en la primera - a Benicio Del Toro como El Ché Guevara, ya que se ha currado su personaje magistralmente, pero a uno le queda la sensación de que Ernesto Guevara sigue sin tener una película definitiva. El trabajo de Soderbergh es el que más se aproxima a la idea, pero a medida que el filme avanza, uno puede darse cuenta que el personaje es mucho más complejo de lo que parece y que en el retrato psicológico, estas pelis se quedan sin decirlo todo. Eso no es impedimento para disfrutar de una película que huyendo de los convencionalismos del cine bélico y de combates trata de plasmar, en la medida de sus posibilidades, la realidad de un país como era Bolivia en los 60 , tanto en su aspecto político como social, con antológicas escenas en medio de la recreada pobreza del campo del altiplano.


Como en El Argentino el reparto vuelve a ser internacional (hispanohablante en su mayoría) y muy nutrido. A parte de Del Toro repiten Damián Bichir (Fidel Castro), Catalina Sandino Moreno (Aleida, la mujer del Ché) y Jorge Perugorría, entre otros, ys e incorporan como rostros mas conocidos Jordi Mollá, Joaquim de Almeida, Gastón Pauls (Nueve Reinas), la alemana Franka Potente (la saga Bourne), que habla un estupendo castellano con acento sudamericano, Carlos Bardem, Lou Diamond Philips (La Bamba, Arma Joven) Oscar Jaenada y Rubén Ochandiano (estos dos últimos figuraban en los créditos de la primera película por error). ¡Ah!, y cameo especial de todo un Matt Damon haciendo de cura alemán y hablando en castellano (y la leche).

Son especialmente emocionantes las escenas de la ejecución y agonía del Ché, una lección magistral de cómo deben rodarse este tipo de escenas sin caer en el tremendismo y controlando las debidas dosis de emotividad. Un buen trabajo el de estos dos filmes que puede que no hagan al cien por cien justicia con la figura histórica, pero que sin duda servirán de referentes en un futuro para aproximarse a ella con fidelidad.




EL GRAN TORINO (GRAN TORINO)


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Desde hace tiempo he venido comentando el estado de gracia como director en el que se encuentra un viejo Clint Eastwood, quien en esta década de 2000 ha firmado todas sus obras maestras: Mystic River (2003), Million Dollar Baby (2004), Banderas de nuestros padres (2006), Cartas desde Iwo Jima (2006). Ahora habrá que añadir Big Torino, estrenada muy poco después de su filme anterior, la estimable pero no redonda El intercambio. El ritmo de películas rodadas por Eastwood en los últimos años podría llevar a pensar en irregularidad en su reciente filmografía, pero no es así; Clint pueda que no sorprenda en el sentido estricto pero si que deja con la boca abierta al espectador con sus ultimas películas, en donde nadie a ciencia cierta sabe que va ver exactamente (en los primeros compases de sus películas tampoco se dan demasiadas pistas) y en donde cualquier cosa puede suceder. Así, siguiendo la línea de Million Dollar Baby, vuelve a ofrecernos de nuevo un tremebundo pero nada tremendista (ni pretencioso) dramón humano con él de nuevo como protagonista. Su papel, el de Walt Kowalsky, vuelve a ser una especie de alter ego del propio director-actor, encarnado esta vez en un setentón recientemente viudo, veterano de la guerra de Corea, insociable, amargado e irascible, además de racista e intolerante a más no poder. Resulta enorme la simbiosis entre el actor y su personaje, al igual que ocurría en Million Dollar Baby, y en ese sentido, se puede apreciar una interpretación afectada y desgarrada que sin duda es lo que enaltece en gran medida las enormes virtudes de un filme excelente y apasionante.


Gran Torino, es un drama de actor, lo cual obligatoriamente tiene que conseguir que el público se identifique con el protagonista de la cinta, algo que se consigue con creces. No obstante, este filme no pude evitar que uno se haga ciertas preguntas: ¿Por qué repite de nuevo Clint Eastwood las mismas temáticas que ya aparecían en Mystic River y Million Dollar Baby?, ¿esta haciendo una especia de trilogía sobre la conciencia humana?; ¿Por qué incide tanto en los últimos años en la metáfora religiosa? Gran Torino vuelve a trata de nuevo sobre al redención y sobre el sentimiento de culpa y la purga de los pecados, a través de un personaje viejo y atormentado, tal y como sucedía en Million Dollar. En aquella película y en esta los protagonistas son católicos que tratan de encontrar en la religión respuesta a interrogantes su vida vivida jamás les ha respondido. Es significativa la preocupación del anciano Clint por la vida y la muerte y como ha conseguido canalizar estas preocupaciones a través de películas tan magistrales como esta que nos ocupa, el complemento perfecto a Million Dollar, aunque no sea tan magistral como aquella. La contraposición entre el modo de vida de Walt, un jubilado que ya no espera demasiado de al vida y que vive atormentado por un error de su pasado, y sus vecinos, unos refugiados orientales de la etnia Hmong, a los que Walt desprecia (como también lo hace con negros e hispanos), pronto se revelará como una relación tan necesaria como que el viejo veterano de guerra necesitaba alguien con quien canalizar sus preocupaciones, miedos y remordimientos, desembocando en una entrañable amistad entre el anciano y los hermanos Sue (Ahney Ner), una encantadora y despierta joven universitaria que despertará en Walt sentimientos olvidados y Thao (Bee Vang), un reservado adolescente que tras las reticencias iniciales por parte de ambos, entablará con Walt Kowalsky una relación casi paterno-filial. La película tiene pues también un claro mensaje pro tolerancia y también cierta reminiscencia a reproche a la conciencia nacional americana por atrocidades e injusticias cometidas en el pasado, personificada en el propio Kowalsky. Así, entre el drama y cierto poso de comedia y retrato costumbrista de la América multicultural, discurre una película llena de momentos sublimes, nudos en la garganta y todo un despliegue de buen hacer, delante y detrás de la pantalla, por parte del gran Clint Eastwood, toda una leyenda viva.

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