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La nostalgia fácil y la mercadotecnia excesiva ha
malogrado un esforzado (y comercial, claro) intento por retomar la franquicia Cazafantasmas para la gran pantalla convirtiendo
a esta tardía tercera entrega de la saga que se inició en 1984 y continuó en
1989 en un producto totalmente predecible y sin relieve. Aquel bombazo de
taquilla a mediados de los 80 cautivó a una generación de jóvenes espectadores con
su efectiva aunque maquiavélica mezcla de comedia disparatada y fantasía
sobrenatural y su recuperación casi cuarenta años después del primer
Ghostbusters dirigido por Ivan Reitman visto el resultado se antoja un
ejercicio más bien orientado a los fans históricos de la saga ofreciendo todo
lo que se espera aunque eso si con un planteamiento que trata de conectar con
una nueva generación de espectadores habituados a la épica fantástica
grandilocuente que impera en gran parte del entretenimiento de ficción actual,
incluyendo nuevos protagonistas en edad preadolescente y adolescente algo que
en teoría debería suponer un giro de cierto calado en cuanto al target habitual
de público de estas cintas (aunque es cierto que los productos de la franquicia
Cazafantasmas en los 80 y 90 iban dirigidos
a ese público), pero en realidad Ghostbusters
Afterlife termina siendo un mero pastiche del universo Cazafantasmas con
calcos argumentales del filme de 1984 que lo acercan a una especie de remake
inconfeso. Jason Reitman, hijo de Ivan Reitman y hasta el momento con una
interesante filmografía concomitante con el cine independiente, parecía el director
natural para una película que debía acercar aquel totem del entretenimiento de
finales del siglo XX (no olvidemos que dio lugar a series de animación y varios
videojuegos) a un nuevo público, pero lejos de mostrar su capacidad como
realizador se limita a firmar una cinta comercial del montón.