Cuando en el Reino Unido la fiebre psicodélica- proveniente del otro lado del atlántico- se extendió, nada parecía ser lo mismo en la escena musical juvenil británica. Había multitud de grupos, preferentemente de universitarios, que montaban en clubs como el UFO o el Marquee sorprendentes conciertos de sonido efervescente y lunático en medio de innovadoras puestas en escena, rodeados de luces y efectos de colores. Una de estas bandas, Pink Floyd, era la comidilla en el Swinging London antes de publicar en aquel 1967 sus dos primeros singles y tras eso sus ya nutridos seguidores esperaban con ansia la grabación de un primer LP. No defraudaron, y The Piper at the Gates of Dawn se convirtió no solo en el inicio de la leyenda de una de las más grandes bandas de rock de la historia, sino en un disco verdaderamente excepcional que con el paso del tiempo ya es considerado uno de los mejores álbumes de todos los tiempos y, por que no, en la obra maestra de Pink Floyd.
Este primer álbum de Pink Floyd constituye una rareza por lo alejado que está del rock progresivo y sinfónico con el que la banda se convirtió en una leyenda en la década de los 70. En 1967, los Pink Floyd no eran los hippies intelectualizados de la década del siete y el cero, sino tres estudiantes de arquitectura y uno de arte, los cuatro con chaqueas mod y camisas de paramecios y ganas de hacer algo muy diferente. Syd Barret era el líder en aquella primerísima etapa, cantante, guitarrista y compositor principal, un auténtico superdotado en cuanto a creación musical y un muy imaginativo letrista que sin embargo tenía un carácter infantil, inestable y egocéntrico, acentuando por su afición desmedida al LSD. El solito creó la estrategia del grupo en sus inicios y fue el padre principal de este LP, un inusual disco de pop-rock psicodélico que creó a su manera el art rock y puso las bases del rock progresivo al elevar hasta el paroxismo el plano instrumental con guitarras sin melodía desquiciadas, órganos retumbantes, varias guitarras y teclados tocando al unísono, efectos de sonido varios…el viaje definitivo en el mundo del rock hasta ese momento.
TPGD constaba de 9 temas vocales, casi todos cantados por Barret y con letras de este salvo uno compuesto e interpretado por el del bajista Roger Waters (dos de los temas escritos por Barret son duetos entre Barret y el teclista Richard Wright) y dos piezas instrumentales compuestas por los cuatro miembros del grupo en sesiones prácticamente improvisadas. No solo la instrumentación iba más allá de la psicodelia, también las letras de Syd Barret eran puro delirio: surrealistas, oníricas, extrañas, irónicas, divertidas, poéticas, simbolistas, inquietantes; solo este genio maldito y desequilibrado fue capaz de convocar en un mismo disco a Rimbaud, Lewis Carroll, la filosofía oriental, la ciencia-ficción, la mitología indoeuropea, la lisergia ácida y los cuentos de hadas en un trabajo precisamente con un título tomado de un capítulo de un clásico de la literatura infantil, Viento en los sauces, de Kenneth Grahame. Y en cuanto al plano estrictamente instrumental y técnico, TPGD fue toda una revolución con cintas superpuestas, efectos estereofónicos y mil y un juegos de voces y de sonidos. Norman Smith, antiguo ingeniero, de los Beatles fue el productor del álbum, grabado al mismo tiempo y en mismo estudio que el Sgt. Pepper.
TPGD va desde el que se llegó a llamar rock espacial psicodélico (Astronomy Domine, con sus crescendos de sonido y sus juegos de stereo), el rock barroco y clasicísta pre-progresivo (Mathilda Mother), el folk psicodélico (Flaming, Scarecraw), el jazz rock experimental (Pow R. Toc H), el anuncio de un primigenio rock progresivo (Take Up the Stethoscope and Walk, Interestelar Overdrive), o el cabaret bañado en LSD (Bike). En TPGD se tomaron elementos del blues, el jazz, el folk y la música clásica para crear algo nuevo y diferente dentro de la misma psicodelia, con guitarras que a veces suenan como violines, bajos que a veces suenan como guitarras, cacofonías de ruidos varios (como la que se oye al final de Bike), instrumentos sonando distorsionados, juegos de voces y ecos por todos los lados, pero sin olvidar ni mucho menos poderosas melodías muy bien ejecutadas. A fin de cuentas, un disco que dejaba claro que Pink Floyd estaban destinados a hacer grandísimas cosas. Pero lo que nadie esperaba es que su principal artífice iba a abandonar la nave muy poco después, en la primavera de 1968, cuando su deterioro mental era ya inevitable. A partir de ese momento, y con Dave Gilmour (quien ya había entrado en el grupo como quinto miembro unos meses antes) como su sustituto en la guitarra, Pink Floyd se fueron desprendiendo de la psicodelia y se dedicaron a desarrollar el rock progresivo que prácticamente ellos habían inventado, con una estructura de grupo inicialmente sin un cabeza visible, aunque poco después encontraría en Roger Waters su gran jefe.
Puede que TPGD no suene como los Pink Floyd “de siempre” y que por ello incluso muchos fans de los Floyd lo pongan en un segundo plano, pero el tiempo ha terminado colocando al disco en el lugar donde se merece. Fue al mismo tiempo el canto de cisne de los fugaces Pink Floyd psicodélicos y el del Syd Barret más genial, pese a que a principios de los 70 editase dos discos en solitario. Un disco de gran valor y extraña belleza que siempre lleva a pensar que hubiese podido hacer Syd Barret en el mundo de la música si no hubiese caído en desgracia tan pronto.
FICHA TÉCNICA
Géneros: Psicodelia, Art Rock, Rock Experimental, Space Rock, Rock Protoprogresivo
Publicación: agosto 1967
Producción: Norman Smith
Duración: 41:57
Músicos:
Syd Barret: voz, guitarra, efectos vocales
Roger Waters: bajo, voz, efectos vocales
Richard Wright: farfisa, Hammond, piano, sintetizador, vibráfono, voz.
Nick Mason: batería, percusión
Peter Jenner: diálogo introductorio en Astronomy Dominé
Track listing
1- Astronomy Dominé
2- Lucifer Sam
3- Matilda Mother
4- Flaming
5- Pow R. Toc H.
6- Take Up The Stethoscope and Walk
7- Interestellar Overdrive
8- The Gnome
9- Chapter 24
10- The Scarecrow
11- Bike
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