****y
1/2
Pablo
Berger, director bilbaíno de brevísima filmografía que comenzó en 1988 con el
cortometraje de culto Mamá había
dejado constancia en su primer- y tardío- largo Torremolinos 73 (2003) de su valía como cineasta y de su capacidad
para en un futuro acometer grandes películas. Su ocupación en los últimos 20
años como profesor de cinematografía en Nueva York ha hecho que en 25 años solamente
este filme que nos ocupa y los dos antes citados sean los únicos que conforman
su obra, pero la espera ha merecido la pena. Esta poco usual revisitación del
cuento Blancanieves y los Siete Enanitos de los hermanos Grimm resulta una
película encantadora, extraña y visualmente deslumbrante, un relato entre
evasivo, inocentemente moralizante y tremendista que admite múltiples lecturas
gracias al manejo inagotable de una amplísima fuente de referencias
cinematográficas, literarias y culturales, no conformándose con narrar
rutinariamente una historia sino ofreciendo al espectador claves, trampantojos
y guiños que conforman una historia ingenua pero inquietante, luminosa pero
oscura al mismo tiempo y tanto optimista y alegre pero trágica. La película ya
de entrada pretende ser un ejercicio de estilo que su director planteó como
algo inusual y rompedor sin saber que otro director, el francés Michel Hazanavicius
estaba haciendo casi al mismo tiempo algo parecido, la aclamada The Artist (2011), por lo que el hecho
de rodar una película en blanco y negro muda homenajeando a los comienzos del
cine (y claro está, apropiándose de su propia esencia al trabajar casi de la misma
manera que los primeros cineastas) ya no resulta tan sorprendente; pero ojo: Blancanieves y The Artist son dos películas muy diferentes. El filme de Pablo
Berger pretende ser- y al final lo consigue- un homenaje al mundo del
entretenimiento en general, más allá del séptimo arte, un canto ditirámbico al
chiste del cómico, a la belleza de la danza de la bailarina, al poder evocador
de la música, a la comedia que alegra, al
drama que entristece o a los “héroes” de la farándula que con “actos de
valentía” hacen vibrar al público, todo bajo un prisma preeminentemente ibérico
en su esencia supina y utilizando el mundo de la tauromaquia (no puede haber
espectáculo más ibérico) como catalizador.
Planteada
como una mezcla de reconstrucción de película muda de los años 20, obra
teatral, folletín realista en imágenes, cuento infantil ilustrado y espectáculo
circense (y taurino) a la antigua usanza, la película pese a la complejidad de
su universo referencial resulta desde el punto de vista narrativo una historia
clara, fácil de seguir y verdaderamente cautivadora. En realidad, del popular
cuento solo se toman unos cuantos aspectos básicos del mismo para tejer una
historia que resulta claramente diferente en cuanto a tono y pretensiones: aquí
no hay ni príncipes azules, ni elementos fantásticos ni tan siquiera un final
de “comieron perdices”. La acción se desarrolla principalmente en los años 20
en una Andalucía de charanga y pandereta en donde “Blancanieves” es Carmen
Villalta, la hija de un famoso torero caído en desgracia tras una dura cogida
(Daniel Giménez cacho) y de una cantaora (Inma Cuesta) que fallece al dar a luz
a la pequeña. Criada por su abuela (Ángela Molina) ya que su padre, nuevamente
casado y terriblemente lisiado, la repudia inicialmente por causar la muerte de
su mujer, la pequeña Carmen (Sofía Oria) termina viviendo en la mansión de su
padre y si inquietante madrastra (Maribel Verdú). Ya veinteañera, Carmen
(Macarena García) ve como su hasta entonces desdichada existencia da un vuelco
total al unirse casualmente a una troupe
ambulante de seis (no siete) “enanitos toreros”. Tomando como referencia estética
principal el expresionismo alemán de Mornau (Nosferatu) o el de El
Gabinete del Dr. Caligari (1920) de Robert Wiene la película ofrece una
exquisita belleza formal gracias a su
fascinante fotografía en donde se juega con los conceptos de claridad/oscuridad
para fines dramáticos, su escenografía y ambientación variada que va desde el
art decó al fresco miserabilista y su montaje desde luego que envolvente. Elementos
del Todd Browning de Freaks (1932),
del Abel Gance de Napoleón (1927), de las pinturas de Solana o Zuloaga, del
esperpento de Valle-Inclán y, por que no, del primer Buñuel, se hacen visibles
en este cuento tan bonito como cruel que no se olvida de retratar las miserias
morales casi seculares del pueblo español en lo tocante relación con el mundo
del espectáculo, Macarena García ha obtenido un merecido premio a la mejor
interpretación en el Festival de Donostia y es que está realmente fascinante,
como tampoco puede olvidarse a una inconmensurable Maribel Verdú como una tragicómica y esperpéntica villana
con momentos bizarros y memorables. Algunos pequeños fallos en el conjunto impiden que estemos hablando de una obra
maestra pero, que duda cabe, esta es la película española del año.
No hay comentarios:
Publicar un comentario