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Durante
la década de 2000 se estuvo considerando seriamente llevar a las pantallas la
vida y triunfos deportivos de Lance Armstrong, ciclista norteamericano que
entre 1999 y 2005 consiguió siete Tours de Francia consecutivos tras superar un
cáncer de testículos, pero años tras confirmarse años más tarde lo que todo el
mundo sospechaba (Armstrong ganó sus tours gracias un sofisticado sistema de
doping en el que participaban todos los miembros de su equipo) el que se había
convertido en el gran héroe deportivo de los últimos años pasó a ser
considerado un sucio tramposo y lógicamente cualquier proyecto de biopic
deportivo de superación se fue al guano. Pero obviamente la historia del
personaje no solo no ha perdido interés, sino que su azarosa vida y la sórdida
verdad que se escondía tras su gloria han reforzado la magnitud de atracción del
material dramático para relatar la historia del ciclista tejano y con ropajes
de crónica de traición, de lucha desmedida por el éxito, de ambición y codicia
sin límites y de ascenso y caída se presenta este inteligente filme
anglofrancés dirigido con oficio y con mucha mala uva por el versátil veterano
Stephen Frears (Mi Hermosa Lavandería,
Las Amistades Peligrosas, Alta Fidelidad,
The Queen) que se centra con
minuciosidad en todos los engranajes y todos los movimientos que tuvo que
efectuar el ciclista para conseguir el mejor método de doping posible (EPO en
este caso) y con ello lograr sus triunfos en la ronda ciclista francesa, y como
su condición de mentiroso y tramposo -con una oportuna coartada de triunfo del
espíritu de superación tras dejar atrás una grave enfermedad- condicionó su
relación con el mundo del ciclismo y con la opinión pública. Basado en del
libro de periodista británico David Walsh que destapó el caso a principios de
los 2010- y que aparece como personaje en este filme encarnado por Chris
O´Doud- The Program tiene
efectivamente cierta inspiración periodística en realidad engañosa y parece
está más centrada en los avatares médicos y deportivos de la carrera de Lance
Armstrong que en su vida personal (por ejemplo, no se menciona su relación con
la cantante Sheryl Crow poco antes de su retirada definitiva del deporte así
como la mayor parte de los aspectos más humanos sobre el personaje) aunque en realidad esto solo sea un
trampantojo semisimbólico para mostrar una especie de perverso grandgiñol donde
un sórdido y dramático relato real se torna en una farsa-parodia involuntaria
por el verdaderamente grueso trazo del asunto de un doping efectuado en plan
casi yonky de barrio: es por ello que el tono semi-cacricaturesco y cierta
aproximación a la tragicomedia presiden el desarrollo de la historia sin que
por ello se reste credibilidad a una historia bastante conocida.
Ben
Foster interpreta más que correctamente a un Lance Armstrong presentado como
una persona convencida de que estaba haciendo lo correcto en todo momento y que
no dudaba en doparse con todo su equipo (el US Postal) con EPO y trasfusiones
de sangre en una época en la que el doping era generalizado en todo el pelotón
ciclista y en donde existía una total permisividad por parte de las autoridades
del este deporte y de sus servicios médicos, verdaderos instigadores de esta
práctica. En este sentido, el personaje del médico Michele Ferrari (Gillaume
Canet) aparece en esta película como un auténtico histriónico mad doctor dispuesto a experimentar
hasta el límite con el ser humano. Y la caracterización a trazo grueso y pelín
caricaturizada en los personajes no termina allí, el también ciclista americano
Floyd Landis (Jesse Plemons) parece el contrapunto reflexivo, tradicionalista y
“piadoso” (el ciclista profesa el menonismo) de Armstrong, mientras que el
periodista Walsh figura tanto como cronista parcial como justiciero de todo el
embolado. Por lo demás, se puede decir que el filme triunfa en su aparentemente
casi inabarcable sucesión de escenarios y ambientes distintos (puede que todo
el tema médico resulte a veces algo ininteligible para no conocedores de la
materia) y en reproducir las míticas etapas del Tour en las que Armstrong forjó
su falsa leyenda, todo con profusión de detalles incluidas equitaciones
oficiales de todos los equipos con la publicidad de sus casas comerciales. Y
por supuesto, todo el caso Armstrong fluye impecablemente gracias a un director
con oficio y una historia trabajada y muy bien contada aunque a fin de cuentas
la película no sea una obra maestra.
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