****
Steven Spielberg, según sus propias palabras, ha
filmado su película más personal; no en vano se trata de sus propias memorias
de infancia y adolescencia, su propia historia: un muchacho loco por el cine cuya
obsesión por el séptimo arte, por las cámaras y por filmarlo todo estuvo condicionada
por su entorno familiar, al principio feliz y después tornado en dramático culminando
con el divorcio de sus padres. Sobre el papel parece una especie de confesión
vital y una manera de sacudirse demonios interiores y en realidad lo es. Puede
que de una manera un tanto melodramática pero sin nada de tontería, ni de lágrima
fácil ni de exageración, algo que a los detractores de toda la vida de Spielberg
puede extrañarles pero hay que tener en cuenta que desde hace ya bastantes años
el maduro y veterano cineasta ya no es tan efectista como antaño y esto se
agradece ante películas como esta que podía haber sido un dramón en toda regla
y se trata de un filme entretenido, a veces alegre y vital y otras veces
intenso y sobre todo muy honesto, como debiera corresponderse a toda obra autobiográfica.
Pero sobre todo The Fabelmans
(apellido en el cual el director ha “disfrazado” a la familia Spielberg) es una
declaración de amor al cine, la confesión de por que Steven Spielberg se hizo
cineasta y en ese sentido son muchos los homenajes al séptimo arte que se
trazan en este filme.
Tal vez lo a veces poco arriesgado de una historia en
donde la linealidad de la narración se antoja como previsible ha hecho que la
cinta no llegue a cotas mayores, pero como narración The Fabelmans entretiene, conmueve y apasiona, algo en lo que Spielberg-
cuando se encuentra más que inspirado- es un consumado maestro. Sammy Fabelman,
encarnado en sus años adolescentes con dedicación y buen hacer por una joven
promesa llamada Gabriel LaBelle, es un muchacho sensible, apasionado y tenaz cuyo
amor por el cine y su intención de ser cineasta le hace percibir la realidad de
otra manera y le convierte en un observador nato de todo su entorno,
especialmente de su familia. Su evolución y maduración será evidente con el
paso del tiempo y también la relación con sus padres y con sus hermanas. El
padre, Burt (Paul Dano), es un ingeniero apocado pero volcado con su familia y
su trabajo y entre estos dos elementos se debate en una lucha titánica que hace
que los Spielberg/Fabelman cambien de domicilio varias veces instalándose
finalmente en California, donde Steven/Sam encontrará la horma de su trabajo en
cuanto a su afición al cine, poco comprendida por su progenitor. La madre,
Mitzi (Michelle Williams) es una mujer cuya pasión por la música tampoco es
comprendida por su marido y pese al amor que siente por él y por sus hijos terminará
distanciándose emocionalmente de su familia. Sammy, ya con su rol de observador
y creador interiorizado, recibirá una lección vital de todos estos acontecimientos
que le marcará para siempre.
Muy bien ambientada en los Estados Unidos de los 50 y 60 la película sabe también ser algo más que un ejercicio de nostalgia y llega a ser un relato transtemporal aplicable a cualquier época. Son una gozada los momentos en los que vemos a Sammy rodar y exhibir sus películas amateurs- aquí se nota que Spielberg ha echado el resto para recrear algo tan importante en su formación como cineasta- como también resultan entrañables las viñetas familiares y todos los momentos del muchacho en su instituto californiano, con su curioso primer amor y a otro nivel, la descripción del cruel bulling al que era sometido por los matones de turno. Pero si hay que quedarse con un momento, este está al final del filme en el encuentro del joven Spielberg con John Ford, interpretado por David Lynch. Una magnífica coda para una película esforzada y emotiva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario