Figura clave en la pintura surrealista europea en la segunda mitad del siglo XX y uno de los más grandes pintores vascos contemporáneos, el donostiarra Vicente Ameztoy (1946-2001) desarrolló durante su prolongada vida artística una obra personal y fascinante en donde plasmó un poético e inquietante surrealismo onírico basado en la fusión del hombre y los elementos de la naturaleza. Con una técnica depurada e hiperrealista, la obra de Ameztoy es una de las más fascinantes y originales que se pueden encontrar en la pintura española del siglo XX.
En 2001 falleció a los 55 años un artista excepcional. Escasamente conocido -a fin de cuentas, en nuestra sociedad de hoy son muy pocos los artistas plásticos que gozan de fama- su fascinante obra, comenzada profesionalmente en 1960 a la edad de 14 años y relativamente no muy prolífica, no deja indiferente a nadie que tiene la oportunidad de admirarla. El paisaje vasco fue la mayoría de las veces más que la fuente de inspiración, la base conceptual sobre al cual desarrolló su peculiar universo iconográfico, practicando un surrealismo sui generis (¿surrealismo vasco?) en donde lo humano era devorado literalmente por la naturaleza y confundidos ambos en auténticas criaturas de pesadilla, monstruos y engendros salidos del delirio y de los temores del inconsciente. No es mi intención realizar un análisis artístico mas o menos completo ni una disección profunda de las claves de su obra, sino una aproximación modesta y básica a este genial y único personaje, creador de imágenes que hablan por si solas.
En 2001 falleció a los 55 años un artista excepcional. Escasamente conocido -a fin de cuentas, en nuestra sociedad de hoy son muy pocos los artistas plásticos que gozan de fama- su fascinante obra, comenzada profesionalmente en 1960 a la edad de 14 años y relativamente no muy prolífica, no deja indiferente a nadie que tiene la oportunidad de admirarla. El paisaje vasco fue la mayoría de las veces más que la fuente de inspiración, la base conceptual sobre al cual desarrolló su peculiar universo iconográfico, practicando un surrealismo sui generis (¿surrealismo vasco?) en donde lo humano era devorado literalmente por la naturaleza y confundidos ambos en auténticas criaturas de pesadilla, monstruos y engendros salidos del delirio y de los temores del inconsciente. No es mi intención realizar un análisis artístico mas o menos completo ni una disección profunda de las claves de su obra, sino una aproximación modesta y básica a este genial y único personaje, creador de imágenes que hablan por si solas.
Un genio precoz
Nacido en Donostia en 1946, Vicente Ameztoy se puede decir que nació para ser pintor. Tal y como declaraba en su última entrevista realizada en el año de su muerte, 2001, nunca se planteó otra cosa que la de dedicarse a la pintura. Con algún pariente dedicado a las artes plásticas, como su tio, el pintor Jesús Olasagasti, y en una familia enamorada de al pintura, el padre de Ameztoy siempre apoyó las inquietudes de su hijo. A los cinco años, realizó su primer cuadro y posteriormente llevó a cabo una formación artística autodidacta.
No era de extrañar que con 14 años, en 1960, Vicente, realizara su primera exposición. El lugar fue Donosti, en una exposición compartida “la exposición de los diez”, que mostraba obras jóvenes artistas peninsulares entre los que se encontraban Saura, Muñoz o Chillida. El joven Ameztoy adquirió sus conocimientos sobre pinturas mediante libros especializados, pero no solamente la lectura le fue valiosa en el aspecto técnico, ya que su afición a la literatura influirá decisivamente en la conceptualización de su obra. De allí procede el carácter poético, pseudo-dadaísta y psicoanalítico de su pintura y su afición por mostrar diferentes realidades de la naturaleza de una manera simbólica basada además en un universo poético-metafísico propio que Ameztoy fue configurando en su juventud; ahí esta la influencia de André Breton y Tristan Tzara. En el lado estrictamente pictórico, es clara - y confesa por el propio artista- la influencia del maestro surrealista belga René Magritte, quien presenta algún elemento en común con el pintor donostiarra.
Tras su primera exposición, el artista adolescente decidió tomar algunas clases de pintura para poder ser aceptado en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. Fue aceptado finalmente, pero prefería el autodidactismo y abandonará al poco tiempo. La literatura y la lectura continuarán siendo sus fuentes principales de inspiración y su obra será un reflejo de este hecho.
Sta. Eulalia (capilla de Ramelluri) 1993-2000
Mutación salvaje
Fue en la década de los 70 cuando el genio de Ameztoy emergió asombrando en los círculos artísticos españoles y europeos. Su obra pictórica sorprendía por su técnica hiperrealista y su asombrosa temática surrealista. Su pincelada perfeccionista recordaba a maestros prerrenacentistas o incluso a Rafael, con un asombroso uso de los colores donde predominaba claramente el verde de los paisajes, un verde puro y con infinidad de tonalidades que trataba de reproducir lo más fielmente posible la variedad cromática en los árboles, las plantas, la hierba.
El paisaje representado era el paisaje vasco, la mayoría de las veces, y en el figuran en cada obra diferentes figuras, el elemento principal y básico de su obra, pero muchas veces no se trataba de figuras humanas al uso, ni tan siquiera se trataba de figuras humanas. Ni de animales. Era la alucinante metamorfosis del ser humano en vegetación o naturaleza, una mutación que originaba muchas veces seres grotescos y cómicos- a veces similares a espantapájaros- cuya presencia, con todo, terminaba resultando inquietante. No siempre los musgosos o pajizos homúnculos de Ameztoy eran las figuras humanoides de sus obras, figuras cien por cien humanas también han estado presentes en sus cuadros, a veces a medio camino en su mutación vegetal, pero en la mayoría de las ocasiones con ciertos elementos irreales, manieristas o esperpénticos -siempre simbólicamente dispuestos- que recordaban que estábamos ante algo más que una simple representación, estábamos ante un símbolo, ante un reflexión sobre la condición humana o ante una deconstrucción de la realidad en donde presidía la idea de que el ser humano es una parte mas del entorno y que su destino no es dominar la naturaleza sino integrarse en ella en perfecta simbiosis.
Cuadros como su píntura (conocida así, anónimamente) de 1977, también conocido como Tríptico al estar pintada sobre una tabla con dos ventanas abribles, es una de sus obras más conocidas y tal vez su más claro exponente de la mutación hombre-naturaleza: cinco criaturas que “miran” al espectador con sus cabezas sin ojos y sin rostro, un hombre-hortaliza, un hombre-colmena, un hombre-atado de hierba… sobre una tapia encima de un campo cortado transversalmente.
Fue la época 1970-78 la más prolífica del artista y en donde se localizan la mayor parte de sus mejores obras. No es necesario hablar del contexto político que se vivía en España y en Euskadi aquellos años, en donde se estaba dando la transición a la democracia, y en donde había resurgido la manida “conciencia de lo vasco”, que tendrá en las artes plásticas de aquella época una de sus mas singulares expresiones, en tanto que la cultura vasca logrará un vía de expresión que antes tenía vetada, y que en muchas ocasiones será la vanguardia, en el siempre incoherente aunque sugerente ejercicio de mezcla entre tradición y la más absoluta modernidad. Si en Oteiza o Chillida este ejercicio tendrá sus genuinas y personales formas de representación, en Vicente Ameztoy la representación personal iba mucho más allá. No se trataba ya de simple representación surrealista del bucólico mundo del caserío con segalaris (segadores vascos) y aldeanos devenidos en monstruosos seres, era una deconstrucción de la consciencia humana enfrentada a sus temores y sus pesadillas ancestrales, en donde un árbol o un montón de paja podía recordar una figura siniestra. Muchas veces simples elementos de la naturaleza conformaban una inquietante aparición sin lógica alguna, o el simbolísmo freudiano hacía acto de aparición en forma de montones de paja con inequívoca forma de falo, como en célebre su grabado a tinta de 1975.
Es por otra parte, obvio que este tipo de obra se desarrollase en una época artísticamente tan creativa como en al década de los 70, en donde los experimentos de la imaginería surrealista estaban a la orden del día. No obstante, al influencia de Ameztoy, como hemos dicho, fue fundamentalmente clásica y con la siempre omnipresente sombra de Magritte planeando. Junto con obras mucho más personales en donde predominan grotescas figuras más monstruosas que humanas, hay otras en donde con intención de “retratar” a personas asistimos a alucinantes composiciones en donde la influencia del maestro belga es evidente: veáse La familia (1975), una de sus mas celébres obras en donde varios miembros de una familia rural con indumentaria de principios del siglo XX aparecen en cuatro niveles diferentes de representación, el tercero de ellos en forma de siluetas entrecortadas con un cielo con nubes en su interior, recurso característico de Magritte. En este cuadro se puede apreciar la querencia de Ameztoy por las representaciones manieristas y la inclusión de elementos descontextualizados (esa especie de catálogo botánico) en la parte inferior del cuadro
La familia (1975)
Carne, clorofila y vacas
En los 80, Ameztoy continúa con su obra a ritmo mas pausado que en la década anterior. Reticente a hacer exposiciones por encargo, tampoco realiza muchas durante toda su trayectoria artística. Su figura y su obra se van convirtiendo cada vez más en objeto de admiración, pero exclusivamente dentro de los círculos mas entendidos. Aunque consigue vender sus cuadros con relativa facilidad, una cierta aura de malditismo le recorre: es un arista admirado por gente con inquietudes artísticas y amantes de lo irreal y lo surrealista, pero su a priori sorprendente obre no consigue despertar gran admiración entre el público y bastantes críticos. Sus sellos de identidad prevalecerán: continúan los paisajes inquietantes, el tiempo en suspensión, el silencio de la naturaleza y del hombre, los seres turbadores que permanecen inmáviles y silenciosos ante el espectador.
Recibe premios: el Premio de Honor en el XII Certamen de Navidad de San Sebastián, a parte de ganar varias veces el Gran Premio de Pintura Vasca. Ameztoy es un artista de culto admirado por muchos y que recibe constantemente el apelativo de genio por parte de colegas y de la crítica.
Cierto es que lo mejor de su obra se centra en la que realizó en los 70, pero aún estarán por venir obras maestras y proyectos interesantes. En 1989 inaugura la exposición itinerante Karne y Klorofila, de carácter retrospectivo y centrada en sus cuadros mutación humana-animal-vegetal. Mucha gente puede contemplar entonces macabras e irónicas ideas sobre el inconsciente, el sexo y la condición humana, con el elemento vasco de fondo, inquietantemente caricaturizado. Presente hasta principios de los 90, la muestra fascinó a muchos espectadores que no conocían la obra de Ameztoy, entre ellos el cineasta donostiarra neófito Julio Medem, quién vio en esa iconografía el universo visual onírico de uno de los personajes de su primera película aún por filmar, Vacas. El personaje era Manuel Irigibel, un viejo propietario de caserío vasco, antiguo aizkolari (cortador de troncos de competición) de principios del siglo XX quien tras desertar de la Guerra Carlista por su cobardía se refugia en su vejez en un mundo irreal para huir de la vergüenza por su cobarde acción. Medem se puso en contacto con el artista para que participase en parte del diseño de producción del filme. Ameztoy diseñó dos muñecos para este filme, al estilo de sus creaciones pictóricas: un segador vegetal tocado con txapela que trataba de segar como un autómata movido por el viento y una trampa para cazar jabalíes con forma de aizkolari con hacha, ambos creación en la ficción del personaje de Manuel Irigibel, interpretado por Txema Blasco.
Además, gran parte del look visual de Vacas (1990) esta inspirado claramente en la obra de Ameztoy. Vacas era una historia enmarcada en el valle navarro de Baztán que se desarrollaba desde finales del XIX hasta el comienzo de la Guerra Civil Española, y que describía la ancestral e irracional rivalidad entre dos familias rurales con los ojos de las vacas como testigos. Medem quería que Ameztoy además pintase los cuadros que Irigibel pintaba en el filme, pero el presupuesto no dio para pagar al artista, por lo que el cineasta donostiarra se quedó con las ganas de que su colaboración hubiese sido mayor. No obstante, la imagen de esta excelente película no hubiese sido la misma sin la presencia de Ameztoy, y a el se debe gran parte de la belleza formal del filme. Julio Medem, admirador confeso de Ameztoy- y con quien comparte muchas claves de su onírico universo- siempre agradeció esta colaboración.
Santos profanos
Tras la positiva experiencia con Julio Medem, Ameztoy colaborará en otro diseño escenográfico, el de la pastoral Pantzart, en 1991. Carteles y otros diseños también serán realizados por el en los 90. Hacia 1993 se enbarca en uno de sus proyectos más ambiciosos y que reportará además un excelente resultado artístico: la decoración de la ermita de Ramelluri, en Alava. Vicente iba a realizar varios óleos sobre tabla, en formato 110 x 70 con diferentes santos, además de pintar una representación del paraíso.
El proyecto se prolongó hasta 2000, ya que fueron muchos los cuadros de santos que tuvo que ejecutar, y su trabajo fue finalmente presentado a principios de 2001, poco antes de su muerte. San Ginés, San Esteban, Santa Eulalia, San Miguel, San Cristóbal… todos ellos protagonizaban un cuadro hiperrealista en donde la figura de los santos aparecía atemporalmente representada en cuanto a sus vestimentas y apariencia, enmarcados en diferentes paisajes irreales y con objetos y elementos característicos de su vida y milagros o iconografía tradicional, aunque su representación esta claro que iba encaminada a una humanización y respetuosa desmitificación de la inaccesible figura de estos personajes, conseguido mediante elementos surrealistas y fantasiosos, dentro de un conjunto pictórico realmente bello, original y espectacular: su última obra , su obra maestra.
Cuadros del Santoral de la capilla de Ramelluri (1993-2000)
Poco después de la presentación de este espectacular trabajo, concibió en verano de 2001 su última entrevista para la revista Euskonews (Ameztoy fue un hombre muy discreto, poco amigo de entrevistas). A finales de ese año, fallecía. Había pasado varios años viviendo en el municipio guipuzcoano de Billabona, en donde tenía su estudio. En 2003 el museo Artium de Vitoria organiza una retrospectiva que incluía, a parte de obras suyas de la exposición permanente de este museo, otras pertenecientes a colecciones privadas que no habían formado nunca parte de una exposición, en un homenaje póstumo al artista.
Vicente Ameztoy, un genio singular e irrepetible, de esos que solo surgen una vez en la vida. Nadie supo plasmar como él los fantasmas y los temores del hombre escondidos en la naturaleza. Aunque siempre tendremos la certeza de que han existido siempre y solo el nos los supo mostrar.
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