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Salvo en la un tanto discreta Vicky Cristina Barcelona (2008), no le va mal a Woody Allen cada vez que rueda en Europa y se adentra en el cine del viejo continente, como ya demostrase en sus dos películas británicas Match Point (2005) y Scoop (2006). Solo que en esta ocasión la cosa ha salido mejor aún que en su díptico british y ha firmado una estupenda película rodada en Francia que sin ser una obra maestra se trata su mejor filme tal vez en los últimos 10 años. Quizás porque Allen siempre ha tenido cierta afinidad y feeling con el país galo, en donde ha obtenido un reconocimiento en muchos aspectos mayor que en su propio país, en esta ocasión se ha imbuido totalmente del espíritu y encanto de la capital parisina y ha conseguido hacer una comedia con apuntes románticos y fantásticos que es todo un homenaje a al ciudad de al luz y a su influencia en el imaginario colectivo y en la cultura y el arte del siglo XX, con un mensaje claro: París fue y ha sido siempre una celebración de la vida y de la imaginación. Una vez más, Allen saca su talento de gran comunicador cinematográfico y hace partícipe al público de un espectáculo verdaderamente optimista, genial y sobre todo muy divertido.
París es la protagonista real y transtemporal de esta película en donde sitúa las tribulaciones de sus siempre atribulados personajes de la burguesía norteamericana, en esta ocasión tomando como eje al personaje de un joven aspirante a escritor de (en realidad corrector de guiones cinematográficos y dueño de una tienda de memorabilia en California) que viaja a la capital francesa junto con su futura esposa y los padres de esta. Este personaje, interpretado con convicción por Owen Wilson, no deja de ser un trasunto mas joven del propio Allen actor, como ya ocurrió con John Cusack en Balas sobre Broadway, y en ese sentido, Wilson cumple perfectamente como alter ego de Woody. Lo que al principio parece la típica comedia conyugal-psicológica alleniana con el encuentre sorpresivo de los dos prometidos con otra pareja americana de conocidos (y los consabidos recelos y malentendidos) pronto torna en otra cosa cuando Gil, el protagonista una medianoche se adentra sin saber como en el París bohemio de los años 20, la época parisina que el ama, en un extraño viaje en el tiempo que se repite cada noche a las 12 y en el que tiene la oportunidad de conocer, departir, charlar e incluso disfrutar de la noche Parisina con Scott Ftizgerald y su mujer Zelda, Hemingway, Picasso, Gertrude Stein, Cole Porter, Dalí, Buñuel, el torero Juan Belmonte…que incluso le ayudaran con su atascada novela que él trata de escribir con ahínco. La presencia de una joven parisina musa de los artistas llamada Gabrielle (una Marion Cotillard francamente encantadora) se convertirá en el acicate creativo y vitsal definitivo del alucinado -pero feliz con sus curiosas experiencias extratemporales- Gil
Woody Allen se marca una película apasionante en donde todo el ambiente del París de los años 20 esta retratado a la perfección: los cafés, el mundo de los dandys y las flappers, la bohemia de los escritores bañados en absenta, la música en gramófonos y pianos de bar la decoración, el vestuario…Un retrato tal vez un tanto tópico e idealizado, pero que se corresponde fielmente con la imagen mental del París años 20 de su mitómano protagonista. Junto con Owen Wilson y Marion Cotillard aparecen Rachel McAdams como la sufrida novia del protagonista, Michael Sheen como él pedante amigo intelectualillo, y ya dentro del elenco de los personajes históricos, Tom Hiddleston como F. Scott Fitzgerald, Kathy Bates como Gertrude Stein, Corey Stoll como Hemingway y un descacharrante Adrien Brody como Salvado Dalí, entre otros. Y sin olvidar a Carla Bruni, como una guía de museo. Una película divertida, optimista y encantadora que deja un buenísimo sabor de boca y que sin duda hará las delicias tanto de los amantes del Allen más genuino como de los degustadores del arte y la cultura de principios del siglo XX.
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