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Nadie
se esperaba que el nuevo filme del Emilio Martínez-Lázaro consiguiese ser la
película española de mayor taquilla en su primer fin de semana en mucho tiempo y
una semana después de su estreno en el momento de escribir estas líneas ya
lleva camino de ser uno de los filmes ibéricos más taquilleros de los últimos
años, algo a lo que ha ayudado decisivamente una esforzada campaña de marketing.
A priori, la comedia Ocho apellidos
vascos plantea un curioso reto temático como es el de la visión en clave de
comedia de los tópicos del mal llamado abertzalismo de izquierdas vasco (es
decir, todo lo ligado con la antigua HB y sus herederos políticos actuales
Bildu, Sortu, etc) en una nueva etapa en que para Euskadi se abre una horizonte
de esperanza sin lacra de la violencia. El donostiarra Borja Cobeaga, director
de Pagafantas (2009) y No controles (2013) ejerce de guionista
junto con Diego San José tratando de aplicar el humor desmitificador de los
desvelos políticos vasco (la violencia de ETA, las reivindicaciones
nacionalistas, el conflicto entre constitucionalistas y vasquistas) y de los
tópicos costumbristas que ya cultivase como guionista en el programa de
sketches humorísticos de ETB Vaya
Semanita, pero no ha podido sustraerse a una concatenación de gags desiguales
y una línea argumental pobre basada en las premisas mas simples de la comedia
romántica yanki. El choque cultural entre dos zonas de la península ibérica tan
diferentes entre sí como Euskadi y Andalucía es lo que ha querido reflejar esta
película por medio de una sana y oportuna risa a los tópicos de ambas
comunidades, especialmente de la primera ya que es allí donde se desarrolla la
mayor parte de esta simpática pero insuficiente comedieta satírico-romántica. Es
de agradecer la visión burlesca e irónica de los omnipresentes estándares
sociopolíticos vascos al estilo del programa antes mencionado (aquí sin embargo
más ácidos) pero los clichés tanto vascos como sureños caen muchas veces en la
caricatura pueril y previsible en un conjunto que ya de por si funciona muy mal
en cuanto al interés de su historia fruto de un guión vago, desdibujado y
supeditado a los gags puntuales.
Rafa
(Dani Rovira) un joven sevillano que se gana la vida como monologuista en el
restaurante de unos amigos haciendo entre otras cosas chistes sobre vascos se
deja aterrizar en una localidad costera vasca en busca de Amaia (Clara Lago),
la chica que conoció en Sevilla y de la que contra todo pronosticó se ha
enamorado. Rafa no ha salido de Andalucía y no siente especial afecto por los
vascos, pero ante la petición de Amaia deberá de hacerse pasar por Antxon, su
futuro marido ante una boda inminente que esta tuvo que cancelar poco antes por
plantón de su antiguo novio. Es cierto que el reparto funciona muy bien tanto
en sus dos protagonistas - Dani Rovira descacharrante en su evolución de pijo
andaluz en caricatura (o no tanto) de prototípico borroka vasquito y Clara Lago
esforzada en su rol de borde muchacha abertzale) – como en la pareja secundaria
madura que forman Karra Elejalde como Koldo, el padre marino de Amaia (tal vez
algo forzado) y sobre todo Carmen Machi como Merche, una viuda residente del
pueblo vecino que accede a participar en el vodevil ideado por Amaia, pero los
personajes no dan mucho de sí, están garabateados con cuatro líneas y se
desenvuelven como pueden en un pequeño caos de puesta en escena desmañada y guión plano. Muchos momentos desternillantes,
sin embargo, y diálogos ingeniosos que se echan a perder conforme la película
avanza hacia lo previsible. Se esperaba más de un director como Martínez Lázaro
(El otro lado de la cama, 13 Rosas Rojas) y de un guionista como
Borja Cobeaga que ya demostró su dotación para la comedia en Pagafantas, pero eso
no impedirá que esta película siga triunfando en taquilla ya que el efecto
boca-oreja en estos casos es imparable.
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