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Hay
directores que se encuentran con un grave problema cuando acostumbrados a
trabajar con medios modestos quieren dar un salto cualitativo en su cine y
tienen accesos a presupuestos bastante más elevados que lo acostumbrado. Esto
se nota sobre todo en el cine de género y en el cine fantástico en particular, en
donde la nómina histórica de cineastas que cuanto menos no atinaron en su salto
a una producción de envergadura está a la orden del día. Nacho Vigalondo,
prometedor director cántabro formado en Euskadi que sorprendió muy gratamente
con Los Cronocrímenes (2007) y no
dejó ningún mal sabor de boca con la curiosa Extraterrestre (2011) se ha aventurado en esta irregular
coproducción hispano-norteamericana con un thriller high-tech con ribetes de
ciencia ficción que aspira a conquistar el mercado internacional y, por que no,
facilitar su llegada a Hollywood (la parte norteamericana de esta producción
proviene del cine independiente), pero paradójicamente el director de Cabezón
de la Sal ha firmado su filme más flojo hasta el momento, un tanto perdido e
impreciso en una empresa técnica y conceptualmente ambiciosa y arriesgada
aunque, al Cesar lo que es del Cesar, con buenos momentos
Open Windows es un filme que trata de insertar la esencia de la
cultura de Internet y la cibercomunicación en el lenguaje cinematográfico
ofreciendo como principal (y casi revolucionaria) novedad el visionar una
historia desde la pantalla de un ordenador portátil en donde aparecen infinidad
de ventanas de conexiones a Internet, formando diferentes capas y subtramas
dentro de la historia aunque a fin de cuentas el desarrollo argumental es
lineal y claramente asequible. Es este el mayor atractivo y la principal virtud
de un filme honesto y esforzado técnicamente en donde el smartphone, las
Webcams e Internet se convierten en su soporte visual y narrativo en un
espectáculo a veces vistoso y apasionante y otras impreciso y contradictorio. El
aliento hitchconiano modernizado de la historia es el principal activo de la
película, aunque los torpes giros de guión en determinados momentos y diversas
pinceladas pretendidamente efectistas hacen caer a la película en un facilón e
incongruente pastiche de cine comercial
norteamericano de género con recursos mil veces vistos en innumerables
películas. Una historia de voyeurismo cibernético, obsesiones de fans, hackers,
persecuciones, chantajes, secuestros, violencia extrema y personalidades
misteriosas que si bien logra encandilar en un principio con su muy bien marcado
ritmo a tiempo real y sus curiosas y logradas audacias visuales basadas en el
hecho de que el espectador ve la película como si estuviese viendo la pantalla
de un ordenador (el del protagonista) no consigue mantener un interés constante
y termina en lo reiterativo y en lo banal. Elijah Wood hace perfectamente
creíble su personaje central de Nick Chambers, un joven seguidor fanático de Jill
Goddard (la actriz porno Sasha Grey) -una atractiva estrella de Hollywood- que
es estafado creyendo haber concertado una cita con ella vía página de internet.
A partir de allí y con la irrupción de un misterioso personaje que le espía
informática y visualmente la historia se va ramificando con desigual fortuna.
Si
bien las altas pretensiones de la película desde el aspecto técnico se
amortizan con creces, no se puede decir lo mismo de su también pretendidamente
ambicioso discurso que llega a lastrar negativamente la credibilidad de la
historia. Vigalondo nos viene a decir que en la sociedad de la informática y de
la comunicación tecnológica no solo estas siendo continuamente vigilado sino
que cualquiera puede convertirse en un semidios omnipotente y manipulador de
voluntades dando con la tecla exacta y nunca mejor dicho, pero este mensaje se
enmaraña con diferentes lecturas mal presentadas en el filme y momentos
desconcertantes que llegan a su paroxismo con un final poco creíble y algo
confuso. En definitiva, un ejercicio voluntarioso y loable pero insuficiente.
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