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Álvaro
Fernández Armero, cineasta que en los 90 se antojaba como uno de los más
prometedores del panorama español con películas como Todo es mentira (1994) o Brujas
(1996) vuelve a firmar un largometraje siete años después de Salir pitando (2007) con una
credibilidad bastante perdida desde la década anterior y varios años de refugio
en proyectos televisivos. Con un regreso a la comedia de personajes en una
película poblada de caras conocidas, el director madrileño parece dispuesto a
recuperar el tiempo perdido pero solo ha podido dotar a este filme de un
carácter tan amable como esquemático y previsible en su afán de combinar la
comedia costumbrista con el melodrama
partiendo de anécdotas argumentales mínimas y situaciones que aunque
bien planteadas no transcurren todo lo bien que debieran. Al final, la
sensación de estar ante una película de agradable visión pero bastante
insuficiente si tenemos en cuenta que su afán por conmover describiendo
situaciones cómico-patéticas o presentando los cambios en las motivaciones y
comportamientos de los personajes resulta poco efectivo, lo mismo que su
comicidad no logra siempre la misma intensidad pese al encomiable trabajo de un
eficaz reparto coral. Con todo, Las
ovejas no pierden el tren resulta una película honesta y simpática en su
planteamiento: la búsqueda del verdadero sentido y objetivo de la vida de uno
más allá de seguir los consabidos convencionalismos y lugares comunes que no
hacen otra cosa que restringir las verdaderas potencialidades vitales. La
película se deja ver en todo momento pero al estar planteada desde una
perspectiva tan inofensiva como incompleta nadie debe esperarse ninguna
maravilla dentro de la comedia costumbrista con mensaje.
La
historia nos presenta a varios personajes entrecruzados viviendo inciertos
momentos de cambio en sus vidas: Luisa (Inma Cuesta) y Alberto (Raúl Arévalo),
un matrimonio madrileño con un hijo pequeño que se ha ido a vivir a un
pueblecito de Segovia para que Alberto, periodista, pueda escribir su primera
novela mientras que Luisa trata de mantener a trancas y barrancas su pequeña
academia de corte y confección en la ciudad; Juan (Alberto San Juan) hermano
mayor de Alberto y también periodista que recién divorciado inicia una relación
con Natalia (Irene Escolar), una jovencita de 25 años (20 menos que él); Sara
(Candela Peña), la hermana de Luisa y una devoradora de hombres que cree haber
encontrado en Paco (Jorge Bosch) el hombre se su vida; y Marisa (Kity Manver)
la madre de Sara y Luisa, una viuda que decide iniciar una segunda juventud en
un nuevo piso ante la sorpresa de sus hijas. Una serie de situaciones fortuitas
e inesperadas comienzan a hacer tambalear los propósitos de los personajes
dejando claro que la felicidad no siempre se encuentra siguiendo los caminos
que a priori parecen más correctos. La película, aunque se sigue en casi todo
momento con una sonrisa, no logra enganchar y se hecha en falta además una
comicidad más efectiva y situaciones menos manidas. No será un filme que
entusiasme demasiado, pero tendrá su público.
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