**** y 1/2
Una de las funciones del medio cinematográfico- entre
otras tantas- es la de servir de testimonio de la realidad, ya bien sea de
forma ficcionada o documental, a la que se puede añadir el de poder ser un
impulsor de cambio: esto último, siempre difícil, cada vez se hace necesario en
un mundo tan globalizado como injusto y son testimonios como el que ofrece esta
soberbia película los que pueden añadir su granito de arena. Con un presupuesto
ajustado, sin actores profesionales y con protagonistas tanto infantiles como
adultos sacados de los mismos entornos reales donde se ha rodado, esta
producción libanesa nos enseña que otro tipo de cine es posible sobre todo a la
hora de contar historias inspiradas en hechos reales que por desgracia ocurren
frecuentemente en países del oriente medio (y en otras altitudes) con en
Líbano. La directora y actriz Nadine Labaki muestra un pulso narrativo
encomiable y una habilidad cinematográfica innata para conseguir que la
angustiosa epopeya de supervivencia de un niño libanés de 12 años huido de casa
y solo ante una realidad urbana angustiosa no solo conmueva sino que guste,
haga reir, llorar, y en definitiva sea una historia poderosa y
convincente.
Zain, el pequeño protagonista, está interpretado casi
de manera autobiográfica por el joven Zain Al Rafea, un niño refugiado sirio en
Beirut que aquí encarna a un chaval libanés que tras un angustioso periplo tras
huir de casa (que conforma casi toda la película en forma de flashback) decide
demandar judicialmente a sus padres- dos seres que explotan y maltratan a sus
hijos- por haberle traído a un mundo
deshumanizado y cruel. Este premisa inicial casi de cuento moral es solo un
pequeño despiste para mostrarnos durante toda la película una historia de
supervivencia en donde Zaim, sin referentes paternos y sin haber recibido
cariño alguno, aprende a valerse por si mismo a través del mundo de los
adultos, unos seres que le parecen crueles y destructivos. El encuentro con una
joven emigrante ilegal etiope, Rahil (Yordanos
Shiferaw) y su hijito de un año, Jonas (Boluwatife Trasure Bankole), añadirá
esperanza pero será muy efímero. La fortuita marcha de su casi madre adoptiva
llevará a Zaim a comportarse casi como uno de sus denostados adultos teniendo
que emplear no ya solo la picaresca sino casi el delito para subsistir aunque
por otro lado su madurez adquirirá una dimensión positiva al hacerse cargo del
pequeño Jonas en ausencia de su madre, siendo para él casi como un hijo.
El catálogo de situaciones desagradables en la
película es amplio, un muestrario de la realidad de muchos países en Oriente
Medio: tráfico de drogas, pobreza infantil, mendicidad, delincuencia juvenil,
abusos sexuales, explotación de menores, mafias de trata de inmigrantes, matrimonios
concertados en edad infantil…todo ante los ojos de un niño de 12 años en el
límite de la pérdida de la inocencia y de su conservación como mecanismo de
defensa ante una realidad cruel. Con un mensaje final que abre una pequeña
puerta a la esperanza, Cafarnaún no se recrea ni en la truculencia ni en el
sensacionalismo y busca la complicidad del espectador. Un merecido premio del
jurado en el pasado festival de Cannes y su nominación al Oscar de mejor
película en habla no inglesa de este año avalan las virtudes de una película
necesaria y convincente.
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