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Que bien que directores españoles jóvenes demuestren
no ya sólo talento sino originalidad y capacidad para explorar formas
narrativas poco convencionales con cierto afán experimentador y que además
estas aventuras siempre arriesgadas finalicen en éxito rotundo. Porque Jonás
Trueba es un director que se está ganando a pulso y por méritos propios un
nombre en el panorama cinematográfico ibérico actual más allá del hecho de ser “hijo
y sobrino de” y con su quinto y hasta la fecha mejor largometraje demuestra ser
un nombre a tener en cuenta. Una película sin esquema
planteamiento-nudo-desenlace, basada en los diálogos, en la escenificación de
situaciones concretas y en mínimos arranques narrativos se revela como el
vehículo perfecto para contar una historia psicológica y de sentimientos
centrada en las vivencias de una joven. Y lo que se nos cuenta no es tampoco
cualquier cosa, es ni más ni menos que la aventura de descubrirse a uno mismo y
sus propios deseos y objetivos en la vida. Para ello, Trueba y la
coguionista-actriz protagonista Itsaso Arana sitúan al personaje central
(moldeado al parecer a partir de la propia Arana) en un contexto especial, que
es el de Madrid en el mes de agosto, una ciudad casi fantasma donde muy pocos
locales se quedan en la villa y corte y abundan turistas y castizas y anodinas
verbenas madrileñas. En este curioso contexto, Eva, que acaba de cambiarse de vivienda, intenta matar el tiempo
veraniego y conoce a nuevas amigas, se reencuentra con conocidos a los que
había perdidos la pista, intenta retomar la relación con una amiga con la que
apenas se veía últimamente, se topa casualmente con su ex, conoce a un chico
con el que podría comenzar algo y trata de probar nuevas experiencias. Muchas
situaciones y emociones para una mujer que parece querer dejar atrás algo y no
sabe como y que trata de encontrar un futuro lleno de esperanza donde ella cree
que no había nada. Itsaso Arana se adueña de la función componiendo un
personaje simbólico y con un poso poético aunque cargado de naturalismo y
cotidianeidad, tal y como es la historia que se nos cuenta, una fábula urbana
tan sugerente e identificable para muchos espectadores (especialmente
treintañeros y cuarentañeros) como sutil en su simbología.
Trueba y Arana echan mano de Eric Rohmer y de ciertos
aspectos de la Nouvelle Vogue
para conseguir una película casi documental en donde los diálogos y la puesta
en escena parecen improvisados por su naturalismo cuando en realidad todo está
dispuesto perfectamente como un mecanismo de relojería para fascinar y conmover
al espectador. Sólo con música diegética y un sonido directo con todo tipo de
ruidos urbanitas de fondo, las vivencias de Eva pasan ante nosotros mostrando
un proceso evolutivo emocional que finalmente lleva a una catarsis que define
al personaje y sus objetivos. Un mensaje universalizable disfrazado de crónica
generacional (aunque algunos puedan tildarla de tal) que muestra a las claras
los propósitos del filme de establecer una visión clara de las relaciones y
sentimientos humanos ante la incertidumbre. Un buen puñado de jóvenes y
talentosos actores (Vito Sanz, Joe Manjón, Issabelle Stoffel, Mikele Urroz,
María Herrador) ayudan a enaltecer un filme que es de lo mejor del cine español
en lo que llevamos de año.
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