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Hacer chanza de cosas muy series es un ejercicio que
bien llevado puede deparar resultados sorprendentes e inesperados dentro del
humor. Y esto es lo que consigue esta pequeña y curiosa obra maestra basada en
una novela de Christine Leunens dirigida por el director y actor neozelandés
Taika Waititi quien sin obviar aspectos de drama ofrece una historia
surrealista, tierna, amarga, irónica y sobre todo muy bien narrada. Con
elementos de Monty Python, los cómics de Charlie Brown, los hermanos Coen más
irónicos, Wes Anderson, los cartoons,
y por supuesto el To Be or Not to Be
de Ernest Lubitch estamos ante una sátira más o menos blanca del nazismo en
donde se demuestra una vez más que un gran antídoto frente a la tragedia es la
risa, en este caso matizada con un sentido de la crítica-denuncia histórica y
todo lo que acarrea el contar una historia de guerra y barbarie a través de
ojos de un niño, su protagonista Jojo. Una película que resulta entrañable y
que sabe dosificar su humor inteligente en medio de momentos de alto contenido
dramático.
En los últimos años de la II Guerra Mundial el pequeño
alemán de 11 años Johannes Bletzer, apodado Jojo (Roman Griffin Davies, un descubrimiento)
se une a las Juventudes Hitlerianas y asiste a uno de sus esperpénticos campamentos.
Lleno de idealismo y con una imaginación desbordante Jojo tiene a Htler como héroe
y amigo imaginario y se le “aparece” en momentos con consejos no muy nazis pero
igualmente majaras (el propio Taika Waititi da vida a un descacharrante führer-clown
con momentos hilarantes) al tiempo resulta inocente e impulsivo y es blanco de
burlas de sus compañeros y de los instructores del campamento y de las Juventudes. Su verdadero amor es su madre,
Rosie (Scarlet Johannson) quien secretamente lucha contra el nazismo y esconde
a en su casa a Elsa (Thomasin McKenzie), una adolescente judía. Jojo, desorientado
por lo absurdo que se está volviendo el final de la guerra y el comportamiento
de los adultos descubra a Elsa y con ella el amor y que los judíos también son
seres humanos, cuestionándose entonces las enseñanzas nacionalsocialistas que
con tan inocente ahínco abrazó. Obviamente esta es una historia sobre el final
de la inocencia pero narrada de manera sui géneris y en donde el humor surrealista
y absurdo presente en toda la película nos recuerda lo absurdo de la guerra y del
totalitarismo con personajes algunos serios y otros caricaturescos (el capitán
con tendencias drag queen que interpreta Sam Rockwell es también impagable) y
un tono tan gamberro como cuerdo y amable. Una brillante fotografía de
inspiración cómic a cargo de Mihai Malaimare y una puesta en escena
granguiñolesca pero contenida en donde además de ingeniosos diálogos abunda el
gag visual realzan un más que interesante película para todos los públicos.
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