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La persecución de la brujería en la península ibérica entre los siglos XV y XVII, especialmente en el norte, es un tema históricamente apasionante y poco explotado por el cine español, principalmente por la poca habituación que ha habido en nuestra industria cinematográfica al cine de género. Dentro de esta escasa proliferación de la brujería (o falsa brujería) en la escena hispánica ya habido alguna muestra interesante como el filme “tocayo” de este que nos ocupa dirigido por Pedro Olea en 1983 pero lógicamente en el siglo XXI faltaba una visión contemporánea y adaptada a los cambios estilísticos, conceptuales, culturales y económicos que ha habido en el cine español desde hace más de 30 años y en ese sentido este Akelarre cumple con creces ofreciendo una interesante película. Ha sido curiosamente un argentino, Pablo Agüero (Eva no duerme) quien por medio de una coproducción hspanoargentina (con una pequeña participación francesa) se ha atrevido a adentrarse en el sórdido episodio histórico de las condenas por hechicería a varias mujeres (y también algún hombre) en las provincias vascas a comienzos de una edad moderna en una España de los Austrias que tenía aún no pocas reminiscencias medievales pese a tratarse de una potencia económica y política en aquella época. Sin optar por adaptar un episodio histórico concreto, el guión de Agüero y la francesa Katell Guillou prefiere un relato ficticio (basado eso si en los documentos del inquisidor Pierre de Lancres) en donde se da rienda suelta a un tono casi de fábula o de cuento de hadas realista para narrar una historia tan impredecible y juvenil como sus protagonistas, marcada por un propósito de reivindicación feminista desde su vertiente histórica. La visión de las brujas como mujeres liberales al margen de las normas morales, sociales y religiosas en la Europa de la edad antigua y moderna es la que se reclama en este filme, actitud esta condenada por la sociedad patriarcal y ultracristiana de la época: Meras curanderas paganas que pagaron un alto precio, tal y como ocurrió por los valles vascos en aquellos siglos.
Sin grandes alardes técnicos y con una localización muy reducida pero plena en bellos paisajes (rodada en varias zonas de Euskal Herria como la Sierra de Urbasa o las costas de Bizkaia y Gipuzkoa) en donde pese a todo los espacios cerrados son más abundantes que las escenas exteriores, la historia se centra en la terrible vivencia de seis chicas adolescentes de una innombrada aldea marinera vasca que son burdamente acusadas de brujería y blasfemia por parte de un juez inquisidor enviado por el rey e interpretado por Alex Brendemül. Las jóvenes, que gozan de la libertad que el paganismo ancestral vasco otorgó a muchos de los habitantes de los mas remotos pueblos, actúan guiadas por las pasiones de la adolescencia y viven acostumbradas a las largas ausencias de la autoridad masculina debido a que los hombres de la aldea pasan un buen tiempo en la mar, asisten primero aterradas a su acusación y encarcelamiento, luego se llenan de esperanza ante la posibilidad de una liberación y finalmente llegan a una alucinante catarsis. Es este proceso psicológico y de sentimientos en el que se basa la película muy bien reflejado por sus jóvenes protagonistas encabezadas por la prometedora Amaia Aberasturi en el papel de Ana, la lideresa de las muchachas y la que urde un plan para salir absueltas en los siniestros juicios, sin olvidar al resto: Yone Laspiur, Yune Nogueiras, Irati Saez de Urabain, Garazi Urkiola y Lorea Ibarra. No obstante, aunque los momentos finales y culminantes de la películas sean los mejores rodados del filme da la sensación de que se cae en un simbolismo farragoso y malamente ambicioso que pese a todo no difumina el mensaje de empoderamiento femenino que trata de transmitir el filme, incluida una reivindicación de la sexualidad indómita en la mujer a la que el ambiente natural y algo antropológico del filme ayuda bastante.
Es cierto
que las jóvenes pese a sus buenos trabajos interpretativos no consiguen
transmitir credibilidad a la hora de encarnar a muchachas de 1609 ya que su
comportamiento corresponde más bien a adolescentes del siglo XXI y en ese
sentido este cierto (y supongo que intencionado) anacronismo lastra no pocos momentos
del filme, así como su ritmo y sus argumentos cinematográficos se mantienen
inconstantes durante todo el metraje. Se echa también en falta más autenticidad
y unos personajes secundarios más consistentes aunque si que resulta curioso su
juego de trampantojos con el cine fantástico o terrorífico aún no perteneciendo
a ninguno de estos géneros. Sin llegar a enganchar la historia se sigue y se
degusta con interés por lo universal de su mensaje aunque seguro que habrá
interpretaciones de su historia vistas desde todos sus ángulos sociopolíticos.
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