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Ya hace más de diez años que Jonathan Glazer rodó Under the Skin una turbadora cinta de ciencia ficción-terror que rompía no sólo con los convencionalismos de dichos géneros sino con los del lenguaje del cine, y en ese tiempo este sorprendente y dotado director proveniente del campo del videoclip no ha rodado nada pero la espera ha merecido la pena ya que el cineasta británico la ha vuelto a hacer con una película tan fascinante como extraña e incómoda (como lo era de otra manera Under the Skin) pero esta vez con una temática tomada de la historia contemporánea real - partiendo de una novela de Martin Amis- como es el holocausto judío llevado a cabo por el nazismo. El propósito del filme es claro: mostrar el terrorífico contraste entre la vida cotidiana y familiar del responsable del tristemente célebre campo de concentración de Auschwitz Rudolf Höss (Cristian Friedel en la película) con la propia existencia de dicho campo, contiguo a la residencia de los Höss y del que prácticamente no vemos su interior (ni nada de lo que sucede en él) en toda la película, tan sólo se contemplan sus límites y se oyen los siniestros sonidos (gritos, disparos, sirenas, ruidos de maquinaria) provenientes del complejo. El juego perverso de la película es evidente, y se vale de él para mostrar un espectacular trampantojo en donde se juega con la sugestión, la omisión de escenas, una cierta puesta en escena teatralizada y manierista que en realidad quiere apuntalar el verismo de la historia deconstruyendo lo que puede ser una filmación doméstica veraz y natural, actuaciones gélidas (y por ello tal vez más naturales), fotografía granulosa-amateur a la manera antigua y el ehcho de narrar una historia mínima o casi inexistente, donde sólo el ascenso profesional del comandante Höss en Berlín (que propicia las únicas imágenes filmadas fuera de la casa y Auschwitz) y las repercusiones que esto trae con su familia es lo único que puede considerarse como narrativo. Un peculiar filme de terror psicológico en resumidas cuentas que intencionadamente disfrazado de melodrama familiar Jonathan Glazer nos cuenta, también premeditadamente, sin pasión ni esperables recursos dramáticos cinematográficos. Digamos que formalmente el cine de Glazer se está convirtiendo casi la traslación al cine de aquel Duque Blanco que David Bowie creó en su música a mediados de los 70, algo que es notable en esta película.
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