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Otro excelente ejemplo de que el cine norteamericano cuando trata de rendir homenaje a algunas de sus épocas más gloriosas -como en este caso el Nuevo Hollywood de finales de los 60 y principios de los 70- consigue películas de sublimes niveles más allá de pretensiones comerciales y búsqueda de éxitos en taquilla. Aunque también es cierto que para que ocurra esto hace falta que tras la cámara se encuntren directores talentosos, como lo es el hasta hace poco irregular Alexander Payne que con The Holdovers firma su mejor película con una comedia-drama ambientada a principios de los 70 en donde la historia de maduración personal juvenil de uno de los personajes se funde con la crónica de sujetos fracasados en el otro protagonista para dar en una suerte de historias personales paralelas que convergen en un relato común en donde coexisten la sátira, la crítica social y personal, la ternura, el drama personal más intenso, la chanza y la enseñanza moral en un tono que fluctúa efectivamente entre lo agridulce y lo optimista. Un guiño a las películas setenteras de Hal Ashby como los Harold y Maude o The Last Detail en donde la relación entre personajes muy diferentes llevaba a una historia sorprendente y espectacular, tal y como ocurre en Los que se quedan en donde el tributo a aquella época se extiende también a la presentación y los títulos de crédito con logos corporativos vintage, grafía setentista e incluso ya dentro de la película en una imagen que emula el grano del filme en los setenta llevando a cabo todo un metahomenaje que evidentemente tampoco se queda en eso.
El mundo académico es por otra parte el entorno donde se centra esta película, un elemento que ha dado muy buenos momentos a la historia del cine y que Payne ha sabido explotar especialmente en la caracterización de los personajes. Paul Hunham (Paul Giamatti) es el inflexible, un tanto excéntrico y huraño profesor de historia antigua en un elitista instituto-internado de educación secundaria en Nueva Inglaterra: en las navidades de 1970 tendrá que hacerse cargo de cinco algunos que por diversos mitivos no pueden pasar las fiestas con sus familias, cometido que le desagrada. Cuatro terminarán yéndose a los pocos días gracias a la intervención de la familia de uno de los chavales quedándose unicamente el rebelde, indeciso, inmaduro, tramposo pero inteligente Angus Tully (Dominic Sessa), que además es un caso claro de niño rico desacreditado por su familia. La relación entre el profesor y el pupilo esos días- con la presencia de la cocinera Mary (Da´Vine Joy Randolph) como poderoso y significativo testigo- no será fácil por las extrañas y desafiantes personalidades de ambos, pero diversos acontecimientos harán establecerse entre ellos una curiosa alianza. Puede que la historia no suene demasiado original ni en su planteamiento, ni en su nudo ni tampoco en su desenlace, pero el guión está salpicado de momentos más que geniales y de todo tipo (cómicos, dramáticos, esperpénticos, sentimentales) que elevan el tono de la película, un relato que hecho a partir de sketches, líneas de diálogo elaborados y momentos inesperados consigue ser una auténtica delicia. Merece mención especial la interpretación de Paul Giamatti que da total credibilidad a un personaje contradictorio y con secretos del que al principio no se sabe si sentir simpatía, compasión, desprecio o comprensión pero que termina siendo una especie de héroe inesperado, sin olvidar lo bien que está el joven Dominic Sessa como otro patético outsider que encontrará su camino en al figura de una improbable pero honesto mentor y sobre todo Da´Vine Joy Randolph como una mujer que revierte su sufrimiento y amargura en una honesta esperanza. Una película que puede tener su momento en los próximos Oscar.
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