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Este
eficaz melodrama entre intimista y social muestra que el cine español puede
jugar interesantes cartas a la hora de ofrecer una buena película sin necesidad
ni de grandes alardes técnicos y ni de pretenciosidad impostada, mal endémico
de muchas producciones españolas. Y es que el segundo largometraje de la
realizadora eminentemente televisiva Belén Macías es un exquisito ejercicio de
sobriedad narrativa aupada en una historia muy bien planteada y con altas dosis
de emocionalidad muy bien dosificadas. Una historia con personajes principales
en una situación límite que buscan un atisbo de esperanza pero en donde el
destino parece querer jugarles una mala pasada de una forma absurda e
inmerecida. Sara (María León) una joven andaluza afincada en Catalunya de 28
años de extracción humilde y con un pasado turbio ve como su vida pega un
vuelco al conseguir que su hija legítima de diez años vuelva con ella tras
habérsele sido retirada la custodia cuando esta tenía 4 años. De nuevos juntas,
la inmadura y desnortada Sara y la pequeña e inteligente Claire (Noa Fontanals)
viajan en coche hasta Marsella para reencontrarse con el olvidado padre francés
de la criatura, dándose cuenta Sara que ella no esta hecha para tener una hija,
y la niña de que echa en falta a al que considera su verdadera madre, Virginia
(Goya Toledo), su madre adoptiva. Para complicarlo todo, Sara debe hacer un
pequeño “negocio” secreto por encargo al llegar a Francia y Virginia decide
reencontrarse con Claire en mitad del camino.
La
película está hecha con sensibilidad y mucho tino a la hora de retratar unas
relaciones personales difíciles y forzadas como son las que se establecen entre
la despechada Sara y su hija Claire, pero además va más allá y ofrece un matizado
melodrama de búsqueda de la felicidad tan real como la vida misma y sin ningún
artificio dramático. Su estructura de road movie y la irrupción de personajes con
mas peso en la historia que lo que pudiera parecer al principio (los dos camioneros
interpretados por Eduard Fernández y Alex Monner) hacen de Marsella una
película tan sencilla como exquisita. Y en todo ello tiene mucha culpa unas
excelentes interpretaciones en donde estaca la naturalidad y credibilidad de la
pequeña Noa Fontanals (y que además canta la canción de los créditos finales,
en francés) y el buen hacer de María León, si bien esta chica debería variar
alguna vez de registro ya que corre el riesgo de encasillarse en papeles de
muchacha de barrio. Para amantes de emociones bien contadas y cine inmediato.
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