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Siempre
ha habido épocas en las que el thriller político se prestaba más por las peculariedades
coyunturales de la situación internacional, y esta década de 2010 en donde la
globalización ha producido muchos daños colaterales en interminables ámbitos y
escalas, no es una excepción. Pero lo malo es que la creatividad cinematográfica
y el sentido del riesgo en el cine actual no están en niveles excelsos que
digamos y no digamos ya cuando se puede
insertar el elemento denuncia, algo que en otra época regaló no pocos thrillers
políticos de este tipo más que interesantes: simplemente, se recurre al cliché
de lo supuestamente políticamente correcto y ya está. De todo esto es lo que
peca Miss Sloane, una película que
sin embargo no debe caer en saco roto por su excelente guión, sus cuidadas
interpretaciones y su tino a la hora de retratar la enorme confusión y ambigüedad
ideológica y ética de cierta nueva clase política y empresarial condicionada por
sus propios intereses personales y vendida a la refulgencia del dinero y
siempre al servicio, directo o indirecto, consciente o inconsciente, de lobbys
y grandes corporaciones. El personaje que da nombre al filme, Elizabeth Sloane,
aparece un paradigma de la nueva praxis de los lobbys recurrentes en el mundo de
la política en EEUU: una persona joven ambiciosa, sin límites profesionales, dispuesta
a cambiar de principios y cambiar de chaqueta ideológica pisando a todo el que tenga
delante y maniobrando de manera oscura e ilegal con tal de conseguir su
objetivo. Si a ello añadimos que es mujer, solitaria y volcada con su trabajo
tenemos ante nosotros a un personaje tan jugoso como poco empático para el público
si bien cumple con creces su rol de
antiheroína del siglo XXI, algo a lo que contribuye decisivamente la esforzada
interpretación de Jessica Chastain.
John
Madden, un director más efectista que otra cosa, dirige con oficio pero de
manera rutinaria una película inteligente y hábil que no logra sin embargo
atrapar como debiera al espectador por culpa de su poco estimulante puesta en escena.
Sloane, una asesora política ambigua y con diferentes caras, se introduce en el
eterno debate norteamericano de los límites la legalidad de las armas jugando a
varias bandas y tocando las narices a compañeros, superiores y políticos
rompiendo todos los límites de la ética, algo en lo que juega un papel
fundamental el mundo de la tenencia de armas en EEUU y sus concomitancias
morales y sociales. Su supuesta evolución ideológica y moral y sus
consecuencias a varios niveles es lo que estructura esta película que muchas
veces se pierde en unos giros e impulsos argumentales deficientemente
estructurados y en una estructura narrativa de flashback que aporta más bien
poco, algo que sin embargo no impide que el filme cumpla su función. Al final,
da la sensación de estar ante una película esforzada y honesta pero lastrada
por concesiones comerciales (un elemento thriller nada novedoso) y una falta de
sentido del riesgo.
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