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Curiosa, inusual y emocionante, así es esta pequeña
película independiente norteamericana rodada con un minúsculo presupuesto y con
un reparto entero de actores no profesionales que recrean un episodio real de
sus vidas interpretándose a si mismos aunque con algún cambio de apellidos en
sus personajes. Estamos pues ante una especie de docudrama- género no extraño
en el cine aunque si muy poco explotado- que además de apostar lógicamente por
el realismo se entrega a una historia enmarcada dentro del drama cotidiano que
muestra con total credibilidad aspectos como la precariedad económica, las
(malas) relaciones familiares y sobre todo la lucha desesperada por uno mismo y
por lo que uno cree aunque las condiciones no sean las más óptimas. Todo ello
con enmarcado en la América
profunda de las canciones de Bruce Springsteen, en pleno Oeste en Dakota del
Sur: The Rider toma indudablemente
los ropajes estéticos (que no temáticos) del western contemporáneo para
contarnos una historia perfectamente trasladable a otros contextos. Chloé Zhao,
una joven directora que firma con esta su segunda película, se postula como un
nombre a tener en cuenta en lo sucesivo.
Lo que se nos cuenta en este filme es la historia real
del joven Brady Jandreau (llamado Brady Blackburn en la película e interpretado
como el resto del cast por él mismo recreando su peripecia vital), un jinete de
rodeos profesional veinteañero que está retirado de dicha actividad al haber
sufrido un aparatoso accidente que le provocó lesiones cerebrales y
disfunciones en su mano derecha. El ambiente familiar con un padre viudo que se
gasta las pocos ganancias en alcohol y una hermana adolescente autista no le
ayuda mucho y Brady sueña con volver a cabalgar potros o bisontes cueste lo que
cueste. Mediante trabajos modestos intenta sacar adelante a su familia mientras
ve como las cosas en las que el confiaba- materiales o inmateriales- se van
desmoronando poco a poco. Su amigo Lane, al que otro accidente en el rodeo le
dejó totalmente incapacitado, es al mismo tiempo otra oportunidad para
demostrar amor y una señal de que las cosas le podrían haber ido mucho peor
pese a todo. Que nadie espere grandes momentos de melodrama ni emotividad
fácil, el verdadero mérito de The Rider está en su sencillez y en su verismo
además de en una prodigiosa habilidad para convertir en ficción
cinematográficamente estilizada lo que no es más que una reconstrucción de
hechos reales con sus propios protagonistas que, dicho sea de paso, están
impecables pese a ser intérpretes amateurs que por primera vez se encuentran
delante de una cámara. Un drama desgarrador como Dios manda que merece la pena
ser visto teniendo en cuenta además lo fugazmente que pasará por las salas.
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