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La película triunfadora en el Festival de Málaga de 2020 es una pequeña y rara joya de cine intimista y psicológico bajo el prisma preadolescente firmado por una debutante que demuestra unas dotes cinematográficas y narrativas más que interesantes. Pilar Palomero, realizadora aragonesa, se estrena en el largo con este drama en donde cierto componente generacional nostálgico está presente con las tribulaciones de niñas de 11-12 años a principios de los 90 en un colegio religioso en Zaragoza: más o menos, la edad de las protagonistas en aquella época se corresponde con la de la directora, nacida en Zaragoza en 1980. Aunque el costumbrismo es el marco conceptual en donde se desenvuelve la película, Las Niñas va mucho más allá ya que en su afán de ser una película de sensaciones y sentimientos opta por un lenguaje narrativo abstracto y universalista claramente enfocado en las vivencias interiores y exteriores de su joven protagonista, Celia (Andrea Fandos, excelente) una pequeña de 11 años sin padre - al que nunca conoció- cuya relación con su joven madre (Natalia de Molina), extraña y distinta, condiciona negativamente en su percepción de la vida y en su relación con sus pares. La llegada de una niña nueva al colegio, Brisa (Zoe Arnao), huérfana de padre y madre y con la que se siente identificada, le añadirá alegría y esperanza, pero su reducido y poco afectivo entorno familiar, la estricta educación que recibe en el colegio de monjas con sus inquietantes mensajes sobre el pecado y sobre todo la actitud despectiva de algunas de sus compañeras de clase precisamente por la poco clara situación de su familia no consiguen que Celia finalmente pueda alcanzar la felicidad y si reforzar un falso sentimiento de culpa sólo situable en una mentalidad puber inmadura.
En realidad no hay casi historia en si en esta película, sino una sucesión de situaciones psicológicas todas ellas en la mente de una chiquilla de 11 años a las puertas de la adolescencia y fascinada por el mundo de las chavalas mayores que ella que ve como entrada a un mundo adulto que ella ni su amiga Brisa en realidad no comprenden en absoluto. La figura materna es esquiva para ella y eso está perfectamente reflejado en las enormes elipsis narrativas obre la historia de la madre, aunque al final haya una especie de catarsis sobre esta situación (y sobre lo que le ocurrió realmente al padre de la niña) que en realidad no nos dice nada ya que al película solo sugiere en una muy lograda pirueta de narración. El personaje de la madre, muy bien interpretado por esa actriz en alza que es Natalia de Molina, es tan importante en el filme como las propias jóvenes protagonistas, un retrato de un ser fracasado y desesperado que intenta que su retoña no caiga en el mismo camino pero sólo consigue distanciamiento y mas dolor para ambas. Momentos realmente sobrecogedores como el amago de dilapidación voluntaria de Celia conviven con el costumbrismo realista en donde no faltan guiños inteligentes a la cultura pop de principios de los 90 y que en realidad cumplen justificada función en la historia. Es muy difícil realizar un buen relato sobre el descubrimiento del mundo y sus sinsabores desde la infancia y dirigir a un nutrido puñado de intérpretes preadolescentes y adolescentes consiguiendo una representación real y convincente, pero esta película ha conseguido ambas cosas.
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