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Siempre dispuesto a tocar los temas y ambientes más
turbios, Daniel Calparsoro ha conseguido con este filme una curiosa mixtura
entre los códigos contemporáneos del Cine Negro y una indudable impronta ibérica
que ha originado un trabajo de relieve aunque sin demasiados puntos álgidos. Para
ello no ha dudado en usar como cierta referencia el llamado “cine quinqui”,
aquel subgénero español que en los 70 y 80 nos mostraba las andanzas de
navajeros callejeros del extrarradio, hoy traducibles en jóvenes poligoneros y
barrieros que van más allá y se dedican al robo de coches, atracos a joyerías y
golpes más bien sonados más escorados a la alta delincuencia. Pero lo que
principalmente se nos propone es un relato de evolución personal y por así
decirlo maduración negativa en la persona de su personaje principal, Ángel (Miguel
Herrán), un chico que de participar casi por accidente en el alunizaje a una
joyería (y ser detenido por ello) se irá convirtiendo poco a poco un ambicioso
capo criminal cuyos deseos no tendrán límite. Puede que el enfoque moral de
este tema en el filme no esté muy bien matizado ni explotado, pero todo lo
concerniente a las tribulaciones de Ángel a lo largo del tiempo y la evolución
de su persona están más que correctamente presentadas en el interesante guión
firmado por el prolífico Jorge Guerricaechevarría.
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