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Y más cuarenta años después de su debut va Luc Besson y hace su mejor película. Si, así como suena. El realizador francés de vocación internacional sobre todo en los últimos años había acumulado bastantes películas mediocres donde de vez en cuando se colaba algún producto verdaderamente interesante (Lucy, 2014) y en una valoración global de su obra se podía decir que no había cumplido las expectativas depositadas en él en la década de los 80 cuando fue el abanderado del llamado Cinema du Look, a fin de cuentas una efímera pero influyente moda cinematográfica europea ochentera, pero este sorprendente Dogman, un drama-fábula de tono extraño y trágico con dosis de comedia negra y algún apunte más o menos fantástico (esto último tónica en la filmografía de Besson) es su mejor filme y una estupenda película que puede que no guste a todo el mundo pero que es innegable que atesora momentos espectaculares y magistrales con su mensaje de oda a la diferencia y su denuncia al desprecio al marginado por imperativo social.
Dogman se centra en el personaje de un outcast que levará a cabo una extraña un tanto amoral redención, un joven cuya existencia ha sido difícil y que consecuencia de ello vive casi al margen de la sociedad. Doug (Caleb Landry Jones) vivió hasta su adolescencia en un entorno familiar nefasto con un padre violento dedicado a las peleas de perros y propietario de una perrera ilegal, una madre que terminará abandonando a la familia y un hermano mezquino y también brutal; durante largo tiempo el joven Doug vivie encerrado en las perreras y tratado literalmente como un perro con la compañía de los canes, animales con los que establece un vínculo especial ya que son los únicos seres que le dan cariño. Ya libre y recluido en un centro de menores Doug intenta en vano buscar su lugar en la sociedad, pero sus circunstancias pasadas le han marcado para siempre: solo el teatro y la interpretación, que descubre en el centro, parecen abrirle un mundo nuevo y un breve halo de esperanza. Pero el Doug adulto, que comienza la película con su detención y la narración de su historia en flashback a un desconcertada psiquiatra (Jojo T. Gibbs), termina siendo un ser amoral y con un punto vengativo que adoptando varias personalidades femeninas en forma de leyendas del mundo del espectáculo - como resultado de su nueva ocupación de transformista en un cabaret- y con la complicidad de los muchos perros con los que convive se convierte en una especie Robin Hood contra los ricos y poderosos, eso si con un punto bizarro y casi caricaturesco.
Rodada con una estética de thriller oscuro - son significativas y tan atrayentes como inquietantes muchas escenas con los perros tanto en la perrera como en la residencia de Doug- y pasando engañosamente por variados géneros (drama, acción, intriga, musical, comedia) de una manera más bien lúdica, la película resulta fascinante y muy interesante de seguir. El estadounidense Caleb Landry Jones realiza un papel memorable y se alza como un joven valor a tener en cuenta en la peli de un personaje extraño y complejo: al loro con sus escenas en las que imita haciendo playback a Edith Piaf o Marlene Dietrich, sencillamente impresionante. Como impresionantes son las escenas con los perros, unos canes estupendamente dirigidos y que logran transmitir uno de los propósitos del filme que es el de su paradójica humanidad frente a los seres humanos. Luc Besson después de mucho, muchísimo tiempo ha vuelto a sorprendernos (tal vez desde la época de El Gran Azul (1988)) y se agradece.
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