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Gerardo
Olivares, un veterano director español que ha sido capaz de plasmar toda su experiencia
como director de documentales en más que interesantes filmes de ficción ha
vuelto a acertar en el filme que cierra una trilogía en la que el director
andaluz ha mostrado su vena naturalista (forjada en algunos de sus documentales
previos) en películas como Entrelobos
(2010) o la aún reciente El faro de las
Orcas (2016) en donde el mundo de los animales y su relación con los
humanos cumple papel central. Menos brillante sin embargo que las películas
anteriores, esta Hermanos del Viento –
codirigida junto con el austriaco Otmar Penker en una producción de este país- ha
supuesto un esfuerzo artístico y técnico de primer orden ya que ha sido rodada
durante varios años en los Alpes austriacos con un concepto más eminentemente
documental y por así decirlo, científico que los filmes anteriores y
centrándose en gran media en la vida de los animales protagonistas, que en este
caso son las águilas reales: La vida casi completa de un águila real, desde su
nacimiento hasta su madurez está plasmada con enorme detalle incluyendo
impresionantes escenas de cacería o vuelo, interacción con otros animales u
humanos a través de espectaculares y bellísimas imágenes en donde la
majestuosidad del paisaje alpino se muestra en su esplendor y es un personaje
más. Pero, claro está, lo importante aquí es la historia de relación del animal
con el ser humano y en este caso nuestra águila cumplirá un papel
importantísimo en la vida de un muchacho de 12 años Lukas (Manuel Camacho, el
inolvidable “niño salvaje” de Entrelobos) que vive en un cabaña perdida en Los
Alpes junto con su padre Keller (Tobias Moretti), con el quien por alguna razón
tiene una relación tensa y casi silenciosa. Una premisa, la de la soledad y el
sentimiento de culpa y la redención y hallazgo de la felicidad del ser humano
por medio del amor a un animal, que se resuelve de manera demasiado simbólica y
enormemente simplista y fácil en lo que la historia de las personas se refiere
al establecer el corazón de la película en los devenires del águila
protagonista, que a su favor hay que decir que se presentan por medio de sus
hermosas imágenes captadas de la naturaleza con una puesta en escena que parece
casi de ficción: como si los animales en realidad estuviesen actuando
Pese
a lo demasiado sencillo de la historia, ya solo la espectacularidad visual del
filme justifica el que sea considerado como un brillante espectáculo en donde
el mensaje de que la amistad verdadera es capaz de todo es el leiv mitin con el
que debemos quedarnos. La película consigue transmitirnos la devoción que
siente el joven Lukas por su águila Abel, la cual rescata cuando casi era un
polluelo después de que su hermano la expulsase del nido y todo mediante el
evocador poder de las imágenes y de la naturaleza. Su excesivo esquematismo y
su morosidad a la hora de culminar una épica que al final no aparece por
ninguna parte pese a ciertas esperanzas en el arranque o lo poco que aportan en
realidad personajes como el guardabosques que interpreta todo un Jean Reno impide
que esta sea una gran película, pero las propias condiciones del rodaje y la extremadamente
difícil, arriesgada y valiente premisa técnica del filme tampoco se prestaban
para demasiadas filigranas: al final el resultado valorando todo es más que
digno. Para amantes de la naturaleza.
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