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Resulta una mezcla extraña de sentimientos ver como
obras maestras de la literatura universal se convierten en películas que aunque
correctas no dejan de ser rutinarias. El síndrome de las miniseries
televisivas- un formato muy habitual para adaptar clásicos literarios- parece
haber inoculado una querencia desde la gran pantalla por hacer filmes más bien
rutinarios, con medios justos y metraje modeado que a la alrga no hacen
justicia a la fuente original, tal es el caso de La Gaviota, la obra teatral
que Anton Chejov escribió en 1895 y que ya ha sido llevada a la pantalla en
varias ocasiones convertida aquí en una apañada aunque esforzada producción norteamericana
dirigida por un hombre de teatro como Michael Mayer que, eso si, se ha esmerado
por plasmar lo más fielmente posible la filiación teatral de la historia con
una puesta en escena esmerada y un buen trabajo de un interesante reparto. Pero
la´s grandezas de aquella historia sobre amores imposibles y el a veces baldío
esfuerzo humano ante los avatares del destino aparece aquí apocada y
desnaturalizada.
No hay nada reprochable ante una Annette Bening que
está más que creíble como la ambiciosa e irresponsable actriz Irina Arkadina,
el desencadenante de la historia, o una Saoirse Ronan (¿se esta encasillando
esta chica en papeles de época?) que sin estar tan deslumbrante como en otras
ocasiones resulta muy apropiada como la joven e inocente pero decidida Nina,
incluso el joven y casi desconocido Billy Howle convence aunque con reservas
por su inexpresividad como el aspirante a dramaturgo y amante despechado
Konstantin Treplyov, pero la trama avanza a trompicones y la prominencia de diálogos frente el
desarrollo de la acción- rasgo puramente teatral- lastran el resultado final. Con
todo, es posible que guste a los amantes del teatro y de los clásicos
universales.
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