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Se está consolidando el binomio director-actor que desde hacen algunos años forman Martin Scorsese y Leonardo Di Caprio, a la par que el mítico realizador neoyorquino muestra estar en plena forma en estos últimos años. Puede que ya no haga magnas obras maestras como en los 70 y 80, pero Scorsese demuestra seguir con su genial tino como narrador y su capacidad para trabajar más que hábilmente con material de todo tipo, como en este caso una novela de Dennis Lehane, autor de Mystic River, obra a partir de al cual Clint Eastwood realizó una gran película. En esta ocasión, Scorsese consigue un interesantísimo e incómodo thriller ambientado en los años 50 con reminiscencias de cine de terror. El lugar donde se ambienta prácticamente toda la historia, es uno de esos escenarios que potencialmente deben de brindar una gran película: una semisecreta institución psiquiatrica gubernamental para internos muy peligrosos; si ya añadimos el hecho que dicha institución se encuentra aislada del resto de la sociedad en una recóndita isla, entonces la situación de partida no pude ser más prometedora desde el punto de vista dramático. Shutter Island, en ese sentido, no defrauda lo más mínimo: una historia rocambolesca, retorcida e inquietante, en donde el protagonista, el agente federal Teddy Daniels (Di Caprio) se enfrenta a algo tan vertiginoso como el mantenimiento de su propia cordura en la investigación de un caso en donde el contacto con enfermos mentales de todo tipo, misterioso personal médico y siniestros guardianes, y las sospechas de extraños sucesos que pueden estar ocurriendo en el recóndito manicomio, parecen poner en jaque el propio equilibrio mental del protagonista. Un Leonardo di Caprio inconmensurable (Scorsese ya tiene su nuevo Robert De Niro) borda un complejo papel en una de las mejores interpretaciones que se le recuerdan.
Shutter Island juega con el espectador, enfrenta la visión de la locura con la de la locura, y logra cincelar una historia de esas que ya desde el principio se ve que tiene varias lecturas, además de que resulta evidente que en cualquier momento la narración va a dar un vuelco (en unos términos en los que el espectador v advirtiendo cada vez más), aunque en ningún momento las situaciones y el desenlace final resultan previsibles. Es ese dominio de los trucos narrativos lo que convierte a una historia que otro director hubiese convertido en un trhiller rutinario en una gran película. Una atmósfera inquietante y desconcertante y el recurso de flashbacks inesperados e indigestos momentos oníricos, consiguen un universo de pesadilla del que no son ajenos los tejemanejes de oscuros personajes como el psiquiatra de la prisión, encarnado por Ben Kingsley. En cierto modo, por lo inquietantemente turbadoras que resultan algunas imágenes inesperadas, esta película recuerda en cierto modo al El Resplandor, aunque sin elemento sobrenatural alguno. En fin, un peliculón, tal vez algo árido y rebuscado, pero totalmente recomendable como experiencia cinematográfica al más alto nivel.