Fue en mayo de 1816. Era una era de incertidumbre tras un oscuro periodo de guerras en el cual un pequeño corso estuvo a punto de dinamitar con su soberbia y codicia los pilares de la vieja Europa. El antiguo contiene trataba de recuperarse de sus heridas intentando volver a la normalidad y mientras tanto, toda una nueva generación de hijos de la guerra y descreídos herederos de una revolución que parecía fracasada había decidido dejar de lado los principios de la razón ilustrada de sus mayores y sin renunciar a los ideales del triunfo de lo humano y de la justicia, la libertad, la igualdad y la fraternidad, se lanzaron a soñar y a actuar principalmente bajo los auspicios del corazón, con el amor por lo irracional, lo pasional y lo clásico (Roma, Grecia, el medioevo) como bandera: eran los románticos. De Inglaterra, que a principios del siglo XIX parecía un lugar propicio para que el movimiento artístico y literario conocido como romanticismo, llegaron a Suiza cuatro jóvenes intelectuales acompañados de un séquito de parientes, doncellas y criados que aunque por separado dejaron cada uno y a su manera su impronta en el mundo del arte y la cultura, juntos crearon a partir de aquel momento una extraña y hermosa atmósfera, un mundo brumoso, incierto y de extraña belleza que estalló en aquel encuentro en la lujosa Villa Diodati a orillas del Lago Ginebra y que aún sigue perdurando, flotando a través del tiempo y el espacio e inspirando y emocionando a todo el que de un modo u otro tiene acceso a él.
De aquel grupo, dos jóvenes amantes fueron los que vivieron la historia más intensa y apasionante, juntos o por separado. No fueron nunca tan celebres y ni serán tan recordados como el elemento catalizador de aquel encuentro, el anfitrión fascinante, altivo y lleno de vida y de fuerza, el hombre que mejor definió el romanticismo inglés. Junto a ellos, en un tanto oscuro segundo plano estaba un jovenzuelo práctico y tímido, un científico que jamás se sintió en corral ajeno en aquel mundo de literatos ya que él, a trancas y barrancas y de manera un poco ingrata, también lo fue. Y también había una amante despechada, a la que solo el amor por su hermanastra, incierta amiga del anfitrión que fue precisamente antiguo amante suyo, pudo llevarla a un poco gratificante reencuentro con un hombre que la había hecho desgraciada. Todos y cada uno de ellos eran fuerzas desatadas de una época irrepetible capaces de crear orden y caos, belleza y destrucción, esperanza y desesperación, vida y muerte. Desde el principio hasta el final de sus días. No resulta nada extraño que en aquel encuentro, aún con hijos fruto de amores traicionados y no correspondidos y con no poca sensación de desarraigo e incertidumbre por parte de sus protagonistas, surgiese uno de los mitos literarios que al mismo tiempo más pavor ha suscitado pero tambie´n conmovido en los últimos siglos: el monstruo creado con piezas de muertos que cobra vida gracias a la mano humana, la criatura de Victor Frankenstein.
La creadora de uno de los mitos del terror más célebres de la historia fue la joven enamorada que llegó en mayo de 1816 al Lago Ginebra. Figura fascinante y eminente del romanticismo universal, injustamente infravalorada durante y bastantes años después de su muerte, Mary Shelley (nacida Mary Wollstonecraft Godwin) (1767- 1851) fue una mujer enormemente ecléctica en el mundo de las letras y ya desde su mas tierna juventud dejó patente su interés por la literatura, la política y la filosofía, algo bastante inusual en un jovencita de aquella época previctoriana, aunque a decir verdad aquello no fue sino consecuencia lógica de haber nacido en el seno de una familia de intelectuales. Su amor desde la adolescencia y que más tarde se convertiría en su esposo, fue otro personaje tan lleno de vialidad y de fuerza como ella, más aún si cabe. Percy Bisshey Shelley (1792-1822), el hombre que dio a la escritora el apellido por el que ha quedado en la posteridad, poeta, dramaturgo, ensayista y novelista como su esposa, es un personaje sin el cual no se podría entender el romanticismo inglés. De gran brillantez literaria y enorme temperamento, Shelley como buen romántico falleció joven dejando atrás una vida rápida, intensa y contradictoria. Mary y Percy marcharon de Inglaterra muy jóvenes, huyendo de una tragedia de bebés perdidos, amores con maldición paterna, penurias económicas, depresiones y en definitiva un entorno desasosegante para una joven pareja. Desde entonces, los Shelley llevarían una vida bohemia por la Europa continental con puntuales regresos a la Gran Bretaña y siempre encontrando una razón de peso para volver a huir de la isla.
Mary Shelley
Mary Shelley cuando llegó al Lago Ginebra tenía solo 19 años, pero había pasado por lo que perfectamente podía haber vivido una mujer mucho mayor. Su padre William Godwing, era un eminente pensador, escritor y político liberal, y su madre Mary Wollstonecraft, una filósofa feminista que falleció poco después de dar a luz a Mary. William Godwing se esmeró por dar una exquisita educación a su hija y también a su hijastra Fanny, hija de una relación anterior de su esposa Mary de la cual el escritor se hizo cargo tras la muerte de su esposa. La pequeña Mary fue instruida por su padre en diversas materias, tuvo un tutor particular y en su casa era habitual recibir las visitas de ilustres intelectuales amigos de Mr.Godwing, quienes regalaban a Mary libros. No obstante, las cosas económicamente no iban bien para los Godwing (su padre se volvió a casar en 1801), ya que en 1809, cuando Mary contaba con 12 años, William Godwing tuvo que clausurar su otrora próspero negocio, una editorial de libros y material didáctico y lúdico para niños, cargado de deudas y a punto de entrar en la cárcel si no fuese por la intervención de algunos amigos que le prestaron dinero
Percy Bysse Shelley
En 1812, con 15 años, Mary Shelley era una joven inteligente, inquieta y perspicaz pero siempre con la losa de vivir en un hogar económicamente arruinado. Por ese motivo disfrutaba cuando se alejaba de su un tanto gris panorama familiar en las frecuentes estancias en Escocia a instancias de su padre, quien la mandaba pasar temporadas con los Baxter. En 1813, tras volver de Escocia, conocería a Percy Shelley, por entonces un muchacho de 21 años, repudiado por su familia de aristócratas a causa de sus ideas políticas radicales presocialistas…y casado. Percy Bysshe Shelley fue desde su infancia un rebelde sin causa. Hijo de un noble Whig ya bastante liberal para la época, el joven Percy supero a su progenitor en cuanto a la radicalidad de sus ideas izquierdistas y poco importó que ingresase en Eton a los 12 años, ya que no aguantó mucho tiempo allí y pese a su más que evidente inteligencia fracasó escolarmente no solo debido a su carácter impetuoso y anárquico, sino a las burlas a las que le sometían sus compañeros debido a su voz aflautada. Eso no impidió que ingresase en Oxford en 1810 donde pronto se hizo popular por sus ideas ateas y subversivas y por los libros de poemas satíricos y los panfletos que editaba casi clandestinamente junto con su hermana o con amigos como Thomas Jefferson Hogg. En 1811 fue expulsado de Oxford por su panfleto La necesidad del ateismo lo que le valió el desprecio de padre, Sir Timothy, que pese a liberal era aristócrata por encima de todo. Se marchó a Escocia y se casó allí con Harriet Westbrook, una adolescente de 16 años a la rara vez hizo algún caso, hasta el punto de recluirla en una aldea del Lake District mientras él se marchaba a Irlanda a ejercer de panfletista pro secesionista. De nuevo en Inglaterra, Percy frecuentó la casa de su admirado William Godwing, donde conoció a Mary. La joven de 16 años, aunque madura, era demasiado frágil emocionalmente, con su hermanastra Claire Clairmont, hija de la segunda esposa de su padre como confidente principal, y con su progenitor tan endiosado que sus ideas políticas y filosóficas eran para ella la biblia. El encontrar a otra persona, esta vez un joven apuesto, que defendiese esos mismos ideales fue para ella como una auténtica revelación, la llegada de un mensajero divino que materializaba todo lo que ella quería amar
Aunque en principio Percy cayó en gracia a Mr. Godwing, ya que el joven prometió ayudarle con el pago de sus eternas deudas, no tardo mucho en ser mal recibido con los Godwing cuando estos se dieron cuenta de que Shelley no podía ni por asomo ayudar económicamente a nadie ya que esta estaba también arruinado debido a que su familia se negaba a otorgarle ningún dinero y de hecho ya le había desheredado. Pero Mary estaba locamente enamorada de aquel joven rebelde, locuaz y carismático, que representaba todo lo que su padre había defendido (aunque en aquel momento se retractase de algunas de esas ideas) y que además era capaz de componer extraordinarios poemas. Aún a sabiendas de que estaba casado y de que esperaba un hijo, se vio en secreto con él varias veces con la tumba de su madre cerca de la iglesia de St. Pancras como testigo. Estas citas clandestinas, representadas hasta la saciedad en cuadros, dibujos y grabados, han quedado a la posteridad como un ejemplo universal de un ilícito amor del romanticismo: anochecer, penumbra, una campiña, una iglesia, una tumba, dos amantes incomprendidos. En 1814, Percy y Mary, ante la ira desatada por Mr. Godwing al descubrir la relación de su hija con el joven casado charlatán y altanero, deciden huir a Francia junto con Claire Clairmont, de tan solo 15 años. Recorrieron gran parte del país en diferentes medios y después marcharon a Suiza. Fue una época de aventura, rebeldía juvenil y también de formación intelectual, ya que los tres jóvenes no dejaron de leer durante el camino, incluida la obra de Mary Wollstonecraft, la madre de la joven Mary a la que nunca conoció. Los dos jóvenes amantes y su amiga Claire conocieron mundo y retaron a las convicciones de la época, incluyendo el abandono del hogar paterno por parte de las dos chicas (aunque Mary Jane Godwing, la madrastra de Mary terminó sprovando la loca aventura de las muchachas) y el repudio a la embarazada esposa de Percy por parte de este. A finales del año, exhaustaos y sin un céntimo, deciden regresar a Inglaterra. Al descubrir poco después que Mary estaba embarazada, William Gowing se desentiende de su hija y de su hijastra y entonces los dos jóvenes, pese a no tener precisamente una situación económica boyante, deciden establecerse por su cuenta junto con Claire. Allí continuarán leyendo, riendo, amando y aprendiendo lecciones de la vida, como cuando nació el hijo de Percy con Harriet y este volvió frecuentar a su esposa o como cuando Percy- muchas veces ausente para huir de sus acreedores- comenzó a flirtear con Claire ante los ojos de Mary. Este incluso barajó la idea de unirse a Claire y dejar a Mary, no sin antes esta se enamorase de su gran amigo Thomas Jefferson Hogg: era el amor libre, algo que los dos jóvenes apoyaban, pero no cabía ambigüedad alguna, Mary amaba a Percy y este así lo entendió. El 22 de febrero de 1815, con 17 años, Mary dio a luz una niña que no sobrevivió, lo que sumió a la muchacha en una enorme depresión. Totalmente desquiciada, Mary veía a su bebé en todas partes, como si de una espectral visión se tratase. Era tal vez la sombra de su conciencia, el recordatorio de que algo incorrecto había hecho en aquellos años. La joven se recuperó no obstante y con la herencia del recientemente fallecido abuelo de Percy, ambos se trasladaron a Torquay donde alquilaron una casita en la cual vivieron entre mayo de 1815 y julio de 1816. En enero, Percy y Mary tuvieron su primer hijo superviviente, William, un heraldo de que las cosas a partir de ese momento podían ir mejor.
Lord Byron
El destino de Percy y Mary se cruzó en 1816 con el de una persona de cualidades aún más excepcionales que cada uno de ellos y que influyó decisivamente en los acontecimientos vitales de la pareja y en su futuro. Él fue fugaz amante de Claire en abril de 1816 dejándola embarazada, una de las numerosas conquistas de un ser ingenioso, altanero, libertino y como le describió Lady Caroline Lamb, una de sus innumerables amantes “loco, malo y peligroso de conocer”. Era George Gordon Noel Byron, el sexto barón de Byron, más conocido como Lord Byron (1788-1824), uno de los más aclamados poetas en lengua inglesa de la historia y sin duda alguna cabeza visible del romanticismo lírico inglés. En aquel tiempo, Byron ya tenía 28 años, había publicado varias obras de poemas líricos o épicos como La peregrinación de Childe Harlod (1812), El corsario (1814) o Lara (1814), había viajado por numerosos países de Europa y había tenido innumerables amoríos con mujeres o hombres, algunos tan escandalosos como el que tuvo con la casada Lady Caroline Lamb o con su medio hermana Augusta Leigh, con la cual tuvo su tercera hija. En el mes de enero había abandonado a su esposa Annabella Milbanke, al darle una hija en lugar de un hijo. En toda Inglaterra era conocida su fama de mujeriego y de sodomita, pero a él no le importaba lo más mínimo. Un romántico libertino como el sabía que debía vivir a su antojo, sin importarla nada ni nadie, aunque tal vez se tomase eso demasiado estrictamente ya que no mostró ninguna compasión con Annbella ni con su hija Ada cuando las abandonó en Londres. Llegó a Suiza y se alojó en la lujosa Villa Diodati, junto al Lago Ginebra, con la intención de pasar allí una larga temporada. Con él también viajó su médico personal, el joven John William Polidori (1795-1821), que con tan solo 21 años era ya un brillante médico y físico que acababa de entrar al servicio de Lord Byron; apuesto y avispado, pero al mismo tiempo tímido y con tendencia a la melancolía, parecía destinado a ser el mero escudero de Lord Byron, una especie de sombra de la que nadie esperaría nada, pero no fue así. Poco antes aquel mes de mayo habían llegado a Ginebra Percy y Mary junto con Claire, con el fin de ocasionar allí un reencuentro entre la joven embarazada y el poeta, pero Lord Byron no quería saber ya nada de Claire ni de su futuro retoño. Eso no fue obstáculo para que cuando la joven pareja y su hermanastra alquilaron una casa justo en Villa Diodati, Byron se hospedase en otra al lado de la de los Shelley, ya que finalmente convencieron al arrogante literato a que aceptase la presencia de Claire, siempre y cuando ella estuviese en compañía de la pareja.
Los Shelley (Mary entró en suiza como Mary Shelley pese a no estar aún casada con Percy), Claire Clairmont, Lord Byron y Polidori se hicieron muy amigos en aquellos días en Villa Diodati, en los cuales se leían historias y fragmentos de libros, navegaban en el lago, y mantenían tertulias hasta altas horas de la noche. Byron pese a todo no llegó a reanudar su relación con Claire, lo cual dejó a la joven enormemente confusa y con la sensación de que ella sobraba allí aunque Byron decidió encargarse económicamente de ella y de su futuro hijo. Las conversaciones literarias de los Shelley con Byron influyeron decisivamente en la obra posterior de Percy Shelley y también en Mary. Ambos llegaron a amar a aquel sujeto pomposo y egoísta que pese a todo gozaba entreteniendo a sus amigos y haciendo que se sintiesen felices a su lado. Durante esos días, la comitiva hizo viajes y excursiones a diversos lugares como a los Alpes franceses (que inspiraría a Percy Shelley su poema Mont Blanc), además de sus célebres y largos paseos en barca, que también sirvieron de importante fuente de inspiración a Percy.
Polidori y el vampiro. La criatura y Mary Shelley
Los días eran lluviosos pero agradables a orillas del Lago Ginebra. En las largas jornadas de lluvia, los jóvenes intelectuales debatían en el salón de la casa a luz de las velas sobre asuntos como poesía, filosofía política, pero también sobre sus compartidos y extraños intereses sobre las ciencias naturales, en especial sobre la obra de Paracelso y sus postulados sobre la creación de vida natural y la del filósofo naturalista y poeta Erasmus Darwin (no confundir con el posterior Charles Darwin) y sus ideas sobre la devolución del movimiento a los cuerpos muertos. Polidori, que era un científico con intereses literarios, aportó muchos de sus conocimientos sobre aquellos temas sobre los que sus amigos estaban enormemente interesados, algunos con tintes tan macabros que llegaban a ser aterradores. Tal vez por ese motivo, los jóvenes decidiesen pasar algunas de esas veladas nocturnas leyendo escalofriantes historias de fantasmas y ánimas, como Fantasmagoriana (también conocida como Cuentos de los muertos) a la luz del fuego en noches de tormenta. Un día, Lord Byron propuso a Mary, Percy y Polidori que cada uno escribiese el relato más aterrador que pudiese. Solo Mary y el propio Byron tomaron parte finalmente en aquel pintoresco certamen, aunque Lord Byron no llegó a terminar su relato y solo Mary Shelley se tomó en serio el desafío hasta tal punto que decidió expander lo que iba a ser un relato breve en toda una novela, su primera novela. Era la historia de un científico que obsesionado con teorías galvanistas y con la posibilidad de devolver vida a la materia viva muerta, decide crear un hombre artificial fabricado con huesos y carne de cadáveres que sea superior a cualquier mortal, pero lo único que creará es una criatura que aun no consigue aprender a aceptar y vivir su humanidad y por lo tanto será desgraciada, no tardando en volverse contra su creador. Tal vez la muerte de su primera hija inspiró también en parte una historia en la que el regreso (simbólico) de los muertos a la vida es el principal leiv motiv. Sea como fuere, la vida frente a la muerte y la creación de algo trascendente (como es la vida), parecía una preocupación bastante constante en la joven Mary Shelley. Frankenstein or The Modern Prometheus (Frankenstein o el Moderno Prometeo), que no fue concluida hasta 1817 en Inglaterra, fue publicada finalmente en 1818, y hoy es considerada la primera gran muestra de la novela Gótica en su vertiente romántica. Byron por su parte solo llegó a escribir el fragmento de un relato sobre el mito vampírico, en la que más tarde su fiel John William Polidori se basaría para escribir su única novela El Vampiro, la primera novela moderna sobre chupasangres, publicada finalmente en 1819 y erróneamente firmada como obra de Lord Byron. Lord Ruthven, el vampiro protagonista de esta obra, estaba claramente inspirado en la figura de Lord Byron.
El verano terminó y los tres miembros del clan Shelley-Godwing regresaron a Inglaterra. Mary Shelley describió aquellos dos meses en villa Donati como el paso de la niñez a la vida. Definitivamente, Mary a sus 19 años había llegado ya a la adultez tras haber alumbrado una novela completa, su primera creación, pero aunque ella no los sospechaba, aún no se había cerrado dicho tránsito a la madurez: la vida le iba a deparar situaciones aún más intensas. Su relación con Percy era todo lo que ella había soñado, pero no sentía aún su lugar en la vida. Viviendo en Bath junto con su aún no marido, las malas noticias se sucedieron: Fanny Imlay, medio hermana de Mary se suicidó en Gales, y Harriet, la mujer de Percy también se quitó al vida ahogándose en el lago Serpentine en Hyde Park. Percy y Mary se casaron el 30 de diciembre de 1816 poco después de la muerte de Harriet, en la iglesia de St. Mildred. Mary estaba embarazada de nuevo, pero Percy no pudo hacerse con la custodia de sus dos hijos con Harriet, lo cual le produjo una enorme desesperación. En enero de 1817, Claire dio a luz a la hija de Lord Byron, Alba (más tarde llamada Allegra), mientras el padre de la pequeña se encontraba viviendo en Venecia. Pese a las desdichas iniciales, la felicidad parecía reinar ahora en el recién estrenado matrimonio: volvían a ser padres, los Godwing se reconciliaron con Mary y Percy, la joven pareja retomó su actividad literaria, publicaron varias obras y su nueva residencia de Marlow se había convertido en un foco de la intelectualidad romántica inglesa y de las ideas liberales, con continuas tertulias y encuentros con Leigh Hunt, John Keats y otros. No obstante, Percy aún tenía deudas y tanto su salud como la de su esposa eran algo delicadas. Decidieron abandonar Inglaterra y encaminarse a Italia, junto con sus hijos, Claire y su pequeña Alba.
Mary y su monstruo
En Italia el matrimonio Shelley volvió a hacer vida social y a escribir, pero ya nada era como antes. Todo se repetía de una manera tan rutinaria (tertulias, actos, encuentros sociales) que es difícil pensar que los Shelley fuesen felices así. Tal vez por ello decidieron vivir en varias ciudades convencidos de que el mayor aprendizaje vital se producía viajando. Pero nada pudo impedir la muerte de sus dos niños: Clara muere en septiembre de 1818 y William en junio de 1819. Estas dos muertes sumieron a Mary en un enorme dolor y en un casi total aislamiento, en el medio del cual la joven literata solo encontraba consuelo en la escritura. Fue ese el comienzo de una fecunda productividad para ambos escritores, encerrados ya prácticamente en su torre de marfil y pululando como almas errantes en diversas ciudades italianas. En aquellos años hizo acto de aparición una supuesta hija ilegítima de Percy (¿y de Claire Clairmont?) que al parecer el matrimonio decidió criar pero que murió a los 17 meses en 1820. Ya ene se tiempo había nacido un nuevo hijo del matrimonio, Percy Florence, en noviembre de 1819, quien devolvió la energía vital a la desesperada Mary. A partir de ese momento, los Shelley pudieron disfrutar de todo lo que el país italiano podía ofrecerles: tranquilidad, diversión y una libertad de creación que no tenían en un país tan rígido y puritano como Inglaterra. Mary sin embargo seguía teniendo frecuentes depresiones periódicas y tuvo que soportar algunas infidelidades de su marido, un ser demasiado cabezota e irresponsable siempre descentrado y desbordado por los acontecimientos.
Mary Shelley amaba a su marido, pero tal vez no le llegó a conocer nunca realmente. Ella estaba totalmente sumida a su voluntad y en el veía una figura similar a la de su padre, al que admiraba, pero pese a todos los desmanes que provocó su relación ella siempre siguió fiel a él. Ese era el espíritu romántico, un monstruo con muchas cabezas que ambos seguían fielmente y que tras sus lados luminosos había inquietantes pasadizos oscuros que ninguno de los dos llegó a atisbar. Incluso lo más oscuro, melancólico e incluso aterrador del movimiento romántico parecía ejercer sobre ellos una total fascinación a la hora de planificar sus propias vidas y su propia relación amorosa, tal y como demostraron en su estancia en el Lago Ginebra. Fue en verano de 1822 cuando el destino incierto y desmedido que se habían inventado ellos mismos para su propia existencia, se volvió contra ellos. Los Shelley se encontraban en Villa Magni, cerca de Lerici, un lugar que a Mary le parecía una celda, cuando se enteraron de la muerte por tifus o malaria de Allegra, la hija de Claire de casi cinco años, quien a los 15 meses fue devuelta a su padre Lord Byron, el cual poco después la envió a un convento de monjas donde murió sin que su progenitor apenas mostrase interés por ella. Mary empezaba a tener problemas de salud que casi acaban con su vida, al tiempo que su marido comienza a perder interés en ella y vuelve a tener amantes. Era un hecho que Percy Shelley prefería pasar el tiempo con sus queridas, con sus amigos, y con sus aficiones que con su enferma mujer. A principios de verano se hizo construir una pequeña embarcación llamada Don Juan con la que realizaba numerosas travesías, en ocasiones a otras ciudades, en compañía de amigos como Edward Williams. El 1 de julio de 1822, Percy y otros dos amigos viajaron a Livorno para encontrarse con su viejo camarada Leigh Hunt y siete días mas tarde Shelley emprendió regreso a Lerici junto con Williams y un grumete pero una tempestad hizo naufragar la embarcación y los tres murieron. Mary sospechó del fatal destino de su marido cuando recibió una carta de Hunt dirigida a Percy en donde este le pide que escriba si ha llegado bien a su destino, debido a las noticias de un fuerte temporal en la costa que habían llegado a oídos de Hunt. Los tres cuerpos de los ocupantes del braco fueron hallados más tarde en Viareggio. El cuerpo de Percy Shelley fue incinerado en la playa de esa localidad, con la presencia de Lord Byron.
El funeral de Shelley de Louis Eduard Fournier
Mucho se ha especulado sobre las verdaderas causas de la muerte de Shelley (un complot por motivos políticos) pero nada parece cierto. El corazón del escritor fue extraído en la pira funeraria y le fue regalado a Mary, quien lo conservó hasta su muerte, posteriormente sería enterrado con el cuerpo de su hijo Percy Florence. Mary Shelley decidió vivir durante un año más en Italia, en Génova, junto con Leigh Hunt y su familia recibiendo continuas visitas de Byron. En 1823 vuelve a Inglaterra junto con su hijo y allí prosigue su carrera de escritora hasta su muerte el 1 de febrero de 1851. Lord Byron, que desde su llegada a Italia jamás regresó a Inglaterra, en 1823 decidió trasladarse a Grecia para apoyar in situ el movimiento de la Guerra de Independencia de Grecia sobre el imperio Otomano, una guerra romántica donde las haya en al historia. Byron participó activamente en el frente y falleció en 1824 a los 36 años a consecuencia de las heridas sufridas en el ataque a una fortaleza turca en Messolonghi. John William Polidori, que fue despedido por Byron en 1819 y que vio como el que creía su amigo y maestro se quedaba con la autoría bastarda de su novela, se suicidó en 1821 en Londres a los 25 años, acogotado por las deudas de juego. Claire Clairmont tras la muerte de Shelley y el regreso de su hermanastra a Inglaterra vivió un tiempo en Italia y en Rusia y en 1836 regresó a Inglaterra donde ejerció de profesora de música. Falleció en 1879.
Ninguno pudo controlar todo lo que ellos mismos producían. El peor final fue para Shelley, Byron y Polidori, pero Mary fue sin duda alguna quien sufrió mas intensamente el tortuoso camino que ella y su amado habían creado y que el encuentro con Lord Byron hizo detonar en infinitos pequeños fragmentos de múltiples consecuencias. Dos fuerzas de la naturaleza en pleno auge, en un mundo de sentimientos, de alma, y de corazón y en un momento de la historia en el cual se debía soñar y aspirar a alcanzar los sueños. Mary Shelley sabía cuales eran los suyos, y sus amigos de Villa Donati también, pero el corazón no siempre da respuestas exactas, y cuando las da, muchas veces no sirven de nada en un entorno hostil a todo sueño. El monstruo de Frankenstein se volvió contra su creador, y los sueños del romanticismo también. Lo que se soñaba en Villa Diodati era libertad, justicia, amor y vida, un monstruo demasiado perfecto y bello para existir.