lunes, mayo 31, 2021

PEQUEÑO PAÍS (PETIT PAYS)

 

*** y 1/2

No es nuevo que la Historia reciente siga siendo un más que interesante filón para el cine, pero es más difícil que películas basadas en acontecimientos con como mucho treinta años de antigüedad sean obras convincentes, honestas y equilibradas; algo que por fortuna le ocurre a este filme que adapta la novela autobiográfica de Gaël Faye y que nos enfrenta con oscuras capas y configuraciones del ser humano que lamentablemente son reales y han generado destrucción y sufrimiento. Ya casi parece olvidada la Guerra Civil de Ruanda que acaeció entre 1990 y 1995 y que supuso en el año 1994 uno de los más salvajes genocidios de los últimos 50 años, pero este episodio marcó al rapero y escritor francés de origen africano Gaël Faye siendo un chaval de 12 años (aunque desde el vecino país Burundi) y decidió contar su estremecedora experiencia; poco tiempo después Eric Barbier ha plasmado en imágenes su novela -contando con la participación activa en el guión de Faye-  y ha conseguido una película tan creíble y conmovedora como cruel y descarnada en su descripción de los acontecimientos vividos desde el punto de vista del alter ego del autor, el pequeño Gabriel (Dijbril Vancoppenolle), un chaval de Burundi hijo de francés y ruandesa que asiste al odio y a la destrucción salvaje entre las dos etnias de Ruandas, los tristemente célebres Hutus y Tutsis. Un calvario para el espectador pero al fin y al cabo un excelente ejercicio cinematográfico.

Petit Pays resulta relativamente insólita por su no posicionamiento en ningún bando de entre los protagonistas del conflicto y de hecho en ningún momento hace distinciones entre héroes y villanos e incluso la familia protagonista llega a rozar y caer en actitudes y acciones cuanto menos infames: una denuncia a la maldad global y a la corrupción moral que el odio produce en el ser humano, un propósito harto difícil que el filme supera con solvencia y esa es su principal virtud. Además, el hecho de estar descrita bajo un punto de vista infantil y más concretamente desde un cambiante preadolescente añade un plus que lo hace más sugestivo, rico en amtices y también más sobrecogedor e inquietante. Gabriel, que vive en el pequeño Burundi con una familia acomodada dentro del bajo nivel de vida africano, ajeno a la realidad tanto de su país como de la vecina Ruanda -el país de su madre, un auténtico polvorín a punto de estallar-  y con la extraña condición de ser mulato de origen europeo, asiste impactado a la explosión de la lucha étnica entre Hutus y Tuttsis que también llega a su país y que amenaza con destruir todo lo que el conoce y ama empezando con su familia, que ya empezaba a tambalearse debido a la separación de sus padres. Una espiral de odio comienza a atrapar a Gabriel y cada vez le será más difícil salir de ella hasta el punto de tener que imbuirse contra su voluntad madurando forzosamente. No hay violencia excesivamente gráfica en la película (mostrar detalles del genocidio ruandés hubiese sido una experiencia muy fuerte), suplida por los conflictos morales, las discusiones al límite y la situación de angustia que viven sus protagonistas. No es esta una película perfecta pero si un excelente y necesario testimonio de unos hechos que jamás deberán caer el en olvido por la lección moral que se puede extraer de ellos.