viernes, noviembre 15, 2019

LA TRINCHERA INFINITA



 
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La tripleta formada por Aitor Arregi, Jon Garañano y Jose Mari Goenaga se está consolidando como una de las mejores fuerzas creativas del cine español actual. Por primera vez en “formato trio” después de experiencias en dupla (Garañano y Goenaga en 80 Egunetan (2010) y Loreak (2014) y Garañano y Arregi en Handia (2017) además de algún corto firmado por dos de los tres) los realizadores guipuzcoanos demuestran ser unos cineastas hábiles, con recursos y capaces de imbuir discurso autoral a cualquier historia a la que se aproximan siempre manejando el drama magistralmente y con preferencia por los recursos poéticos y metaliterarios. Algo realmente curioso proviniendo además de un grupo de cineastas forjados en el cine de animación familiar cuyos códigos a priori resultan tan lejanos a los de sus últimos filmes. El caso es que La Trinchera Infinita, el primer filme rodado y ambientado fuera de Euskadi para los tres, es una de las mejores películas hispanas del año (puede que la mejor) por méritos propios: una historia de inspiración histórica real que resulta apasionante y emotiva pese a su relativa crudeza, unos trabajos interpretativos magistrales, una ambientación a lo largo del tiempo excepcional y verista, un perfecto manejo de la puesta en escena en un filme en donde el espacio cerrado- el verdadero protagonista de la historia- resulta dramáticamente más que convincente y una guión espectacularmente trabado en donde el costumbrismo y la épica sentimental se dan la mano para ofrecer una historia con mayúsculas pero contada eso si con una total sencillez          

La historia de los topos en los condenados o represaliados escondidos en la España franquista (llamados topos) era un tema que prácticamente no se había tocado en la ficción española pese a su indudable interés dramático: personas que durante años y años vivieron ocultos muchas veces escondidos por sus familias y que trataban de sobrevivir así a duras penas. En el sur de la península, donde se enmarca esta película, fueron muy habituales y esta película les rinde un merecido homenaje a la altura de su épica y realmente angustiosa existencia. Higinio (Antonio de la Torre), un militante izquierdista con cusas en su haber y perseguido por el ejército nacional y las fuerzas del orden es escondido por su mujer Rosa (Belén Cuesta) primero de manera precaria en la primera casa de ambos y después algo más pulcramente en una nueva vivienda en un pueblo vecino, siempre escondido de los demás y sin que nadie sepa su existencia ya que se le da por desaparecido, y así desde 1936 hasta finales de los 60. El sufrimiento claustrofóbico de pesadillesco de Higinio es lo que vertebra el dramatismo infinito de esta película en donde la angustia del protagonista, literalmente emparedado, se nos transmite con total credibilidad y sin miramientos, gracias a la excelente interpretación de de la Torre, cada vez mas grande actor. Y es que el guión de Jose Mari Goenaga y de ese gran libretista que es Luiso Berdejo es oro líquido. Una Andalucía rural franquista que funciona como metáfora de una España dividida y cainita se nos muestra como un escenario tan falsamente entrañable como inquietante y opresivo y  allí se mueven los personajes que circulan alrededor de Higinio, que ve su vida como un mero ejercicio de supervivencia lleno de sinsabores pero con la esperanza como instinto de supervivencia. Son muchos los mensajes que transmite este filme, un nuevo acierto de unos cineastas en estado de gracia.

domingo, noviembre 10, 2019

PARÁSITOS (GISAENGCHUNG)



**** y 1/2

Pese a tratarse de una un tanto exagerada metáfora no exenta de caricatura y de un cierto halo de irrealidad, resulta total la honestidad de este filme en su propósito de mostrar las bases de las estructuras sociales en nuestro mundo actual, en donde aún persiste -y a buen seguro seguirá existiendo por muchos años- la división entre ricos y pobres sin posibilidad de solución. Y aunque sea centrándose en el caso concreto de Corea del Sur (una potencia económica pero aún con contrastes) lo cierto es que el mensaje es perfectamente universalizable aún admitiendo las peculiaridades culturales y sociales asiáticas que se reflejan también en esta película: no hay escapatoria posible, los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, haga lo que se haga y se intente lo que se intente. Joon-ho Bong, un cineasta enormemente hábil e inteligente y con unos planteamientos en su cine para bien o para mal bastante occidentalizados dentro de una industria cinematográfica surcoreana cada vez más valiosa, firma una película asombrosa, sobrecogedora, impredecible y cambiante echando mano de diferentes géneros que parecen sucederse de manera fortuita e inesperada durante todo el metraje pero siempre con ese tono de ácida y cruel sátira que desborda el teórico planteamiento de drama-comedia inicial para adentrarse en un inquietante grand guiñol que va haciéndose más bizarro por momentos hasta llegar a un desenlace un tanto excesivo y con un epílogo demasiado largo. Pero todo lo que se ve en Parásitos es un espectáculo visual, narrativo y cinematográfico de primer orden que puede que algunos espectadores les deje confusos pero que con paciencia y siendo tolerante con su progresiva extrañeza conceptual y narrativa puede llegar a ser toda una experiencia.

Una familia coreana modesta con todos su miembros en paro, los Kim, sobrevive en su modesta vivienda con trabajos miserables para toda la familia hasta que su hijo mayor Ki-woo (Choi wo-shik) consigue fraudulentamente gracias a un amigo un trabajo de profesor particular de inglés para la hija adolescente de una rica familia que vive en una moderna y lujosa mansión consiguiendo también que su hermana Ki-jeong (Park so-dam) se coloque en esa misma casa como educadora especial del hijo pequeño de la familia, de 9 años, sin tener ni idea de la materia. Ambos jóvenes le van cogiendo el gusto a esto del engaño y ante la perspectiva de que su familia pueda progresar económicamente hacen que contraten a sus padres, Ki-taek (Song Kang-ho) y Chung-sook (Jang Hye-jin) como chofer y ama de llaves respectivamente tras hacer despedir a los anteriores por medio de miserables tretas. Los Kim se las prometen muy felices ante la ineptitud de sus superficiales patronos pero pronto las cosas comienzan a cambiar alucinantemente. El espectador, que hasta la mitad del metraje ha asimilado el tono de comedia del filme a partir de un momento tiene que acostumbrarse a un cambios de registros que van desde el thriller, la comedia negra, el drama puro y duro  hasta llegar al exceso tarantiniano (violencia sádica incluida) con alguna pista falsa de otros géneros como el drama psicológico o el terror. Pero lo más sorprendente de todo es que pese a todos estos trampantojos el realismo social sigue impertérrito con su moraleja bien visible; un ejercicio narrativo y conceptual sin duda magistral. Con una puesta en escena teatral y elegante y un dominio de cada uno de los recursos de los géneros a los que la película se asoma aunque realmente sea sólo en tono paródico, esta película es de lo mejorcito que se ha estrenado este año aunque sus excesos terminan lastrando sus logros y es una lástima. Por lo demás, una película de obligada visión a todos los amantes del buen cine.