lunes, junio 09, 2025

SIRAT

 


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Puede que no resulte muy fácil sumergirse en esta nueva demostración de la maestría fílmica de Oliver Laxe (Mimosas, O que arde), al menos al principio, pero conforme va transcurriendo el metraje uno, de un modo u otro, se va sintiendo más y más atrapado por un trabajo excelso, extraño, sugerente y poliédrico que según su director -un autor que no ha necesitado mucho ni tan siquiera pretenciosidad para alcanzar ese restringido título- pasa por ser su filme más político y poético de su aún no muy extensa filmografía. Pero más que esos dos adjetivos, que en realidad parecen cumplir una función muy contextual y simbólica, Sirat resulta una película onírica, social y con carácter de cuento-fábula. Si, es el mejor trabajo de Oliver Laxe hasta la fecha y por el momento la mejor película española del año, pero más allá de cualquier contexto espacio-temporal, Sirat resulta un filme poderoso e impactante con un mensaje universal que de nuevo nos pone en frente de las contradicciones de nuestra sociedad occidental. El Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 2025 es un galardón más que merecido para esta inusual obra.

La zona desértica del sur de Marruecos es el escenario íntegro de la historia (aunque además del país norteafricano parte haya sido rodada en Teruel y Zaragoza), todo en exterior, todo en parajes naturales y con estilo casi de documental geográfico, porque aquí el paisaje, el terreno cumplen el papel fundamental. Actores aficionados -en su mayoría de nacionalidad francesa- conforman el reparto donde un descomunal Sergi López- intérprete de hecho con bastantes vinculaciones con Francia- es el único intérprete profesional dando vida a Luis, el personaje central de la historia. El protagonista acude junto con su hijo menor, Esteban (Bruno Nuñez, pequeño gran actor) a una aislada rave en el desierto poblada de la consabida fauna pastillera y colgada bailando al son de una hipnótica música electrónica; su finalidad es encontrar a al hija mayor, una adolescente que se fue de casa un día sin decir nada y de la qque su familia piensa que tal vez se encuentre. El entorno al principio es extraño, marciano e inquietante para Luis y Esteban y también para el espectador, que asiste desde el comienzo a una sucesión de imágenes y sonidos (electrónicos) sin apenas diálogos que dicen bastante claro que va a comenzar un viaje alucinante. La búsqueda de la muchacha parece infructuosa pero Luis no se rinde y termina aliándose con un quinteto de ravers franchutes que se desenvuelven bastante bien en castellano: Stefania Gadda, Richard “Bigui” Bellamy, Jade Oukid, Joshua Liam Henderson y Tonin Janvier, todos ellos (excelentes) actores no profesionales que se interpretan a si mismos: una extraña troupe de outsiders que en si misma representa en el relato el lado más oculto, freak y alternativo de una sociedad que se nos presenta como fracasada. Junto con padre e hijo, conforman una especie de “seis magníficos” contemporáneos que irán en busca de una persona extraviada en una película cuya estructura y estética le debe mucho al western, pero también a William Borroughs, David Lynch, Alejandro Jodorowsky y Lars Von Trier. Hasta hay alguna traza del Bergman del El Séptimo Sello y la saga Mad Max. Pronto lo que parece la trama central del filme se revelará como un McGuffin tramposo mientras la película proseguirá con su carácter visual y simbólico mientras los personajes llevan a cabo su viaje hacia ninguna parte encontrándose en medio con la tragedia y el caos.

Es este un filme que fluctúa con mucha maestría entre lo mágico (en apariencia) y cálidamente humano y lo social y realista: la guerra de Marruecos con el Sahara aparece de refilón y también el tema de los refugiados, siempre con la visión generalista de los desastres de la guerra que poco a poco se va adueñándose de la historia hasta extenderse y engrandecerse con el mal producido por el ser humano en general. El dolor, la pérdida, la desesperación se irán apoderando de los personajes en un viaje espiritual que no sabemos muy bien a donde lleva y de hecho cuando finaliza la película seguimos sin saberlo. La crudeza de muchos momentos azota literalmente la película y nos hace partícipes de ese extraño viaje que cada vez es más hipnótico y también más desesperado, captado por una poderosa fotografía y un sonido alucinante -más allá de la machacona y a veces desagradable pero a ratos fascinante música trance electrónica que se oye- que convierten a esta película en un muy grata experiencia cinéfila. Totalmente recomendable.