viernes, septiembre 08, 2017

VERÓNICA




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El cine español se va sacudiendo prejuicios gracias a directores tanto hábiles, dotados e inteligentes como arriesgados. Y es que el cine patrio además de ser capaz de ofrecer en algunas ocasiones productos de gran calidad también ha superado el complejo de inferioridad pertinaz que tenía ante el cine de género, algo que no es en absoluto nuevo pero con la consecución de filmes como este, que puede ser calificado sin exagerar como la mejor película española de terror de la historia al menos hasta el momento, se puede confirmar que en materia de horror, thriller, fantasía, etc. el cine español puede competir internacionalmente. Paco Plaza, que en los 2000 formó un interesante tandem como realizador junto con Jaume Balagueró aunque con títulos desiguales en los géneros fantástico y terrorífico principalmente por la precariedad de medios, se consagra como un gran director con una película de terror psicológico y paranormal en estado puro con un muy logrado sustrato de crónica de maduración adolescente femenina y de retrato sociológico de una época, como era el principio de lo 90 en España, un periodo en el que el país trataba de abrazar por fin la modernidad como país (JJOO de Barcelona de 1992) pero que aún tenía lastres importantes. Todos esos propósitos se han cumplido perfectamente y Plaza puede estar más que satisfecho con una película que además logra lo que aspira todo buen relato de terror: crear el miedo en el espectador durante casi todo el transcurso del mismo utilizando recursos imprevisibles y trabajados huyendo de cualquier tentación por el miedo visual o el susto fácil.

Uno de los principales atractivos de esta película es el hecho de estar basada en uno de los escasos casos paranormales registrados por la policía en España y uno de los más estudiados por expertos en ocultismo en la península: el llamado caso Vallecas, acaecido en el barrio madrileño a principios de los 90 y del que hay aún múltiples e inquietantes interrogantes. No obstante esta es una adaptación muy libre en donde  además de cambiar ligeramente los años y la temporalidad de los sucesos  (la acción de la película se desarrolla durante tres días de 1991), se cambian nombres y circunstancias de los personajes y también situaciones  hasta el punto de que prácticamente esta es una historia original. Y es precisamente en su afán de contar una historia más o menos creada  -aunque basada en crónicas reales- en donde la película triunfa narrativamente en el siempre difícil género del relato de terror, con la consecución de una atmósfera que combina magistralmente lo cotidiano y costumbrista (con una estupenda recreación de el barrio de Vallecas en los 90 con ese sempiterno trasfondo obrero y popular) con el terror psicológico en su vertiente más metafísica, intangible y de pesadilla, siempre visto desde los ojos de su protagonista, la adolescente de 15 años Verónica. La debutante Sandra Escacena se adueña de la película y consigue trasmitir al espectador esa explosiva mezcla de fragilidad, duda, atrevimiento, curiosidad y aspiración a la madurez que es su personaje, una jovencita que con una madre ausente casi todo el tiempo y con un padre fallecido tiene la responsabilidad de cuidar a sus tres hermanos pequeños. Una situación en la  adolescencia muy difícil que será en telón de fondo en el cual Verónica entre en una terrorífica situación provocada por pavorosos fenómenos sobrenaturales.

Mediante una tabla de ouija, Vero y dos amigas de su colegio de monjas tratan de contactar con las almas de personas allegadas fallecidas, entre ellas el padre de la protagonista, pero la coincidencia de la sesión con un eclipse solar parece haber abierto la puerta a algo inesperado. Durante los días  siguientes, Verónica y sus hermanos serán testigos de diversos acontecimientos que se van tornando cada vez más malignos e inquietantes. A partir de ese momento entran en juego diversos recursos del terror psicológico como la omisión de imágenes o de secuencias, la sugestión, la incursión de imágenes en momento determinado, la confusión entre realidad e imaginación y sueños y así hasta una lista interminable de ítems que  el director y guionista sabe manejar con maestría y con recursos tan originales como la utilización de la cultura pop noventera (buscando un inesperado lado tenebroso a lo más banal en algún momento dado) o algún homenaje-trampantojo, como el que se hace a el filme Quien puede matar a un niño de Chicho Ibáñez Serrador, un clásico del terror español. Se perciben influencias de Clive Barker, Poltergeist, El Exorcista, el cómic Sandman de Neil Gaiman o La Semilla del Diablo. La película aterroriza, espanta e inquieta en momentos concretos, saca juego a un paralelismo terrorífico con la menstruación, y consigue perturbar cuando juega con la inocencia de los niños pequeños. Su crescendo terrorífico- instantes finales soberbios- está realmente conseguido  y el reparto central está soberbio: a parte de la estupenda actuación de Escacena, Ana Torrent está perfectamente creíble como la madre despreocupada pero sufrida y los niños Bruna González, Claudia Placer e Iván Chavero se comen la película en difíciles escenas. Como únicos pero a Verónica se puede decir que el guión peca a veces de demasiado previsible. Por lo demás, una película que definitivamente encumbra al género terrorífico del cine español, vertiente que esperemos que siga dando buenos momentos ya que con un director como Paco Plaza se pueden esperar muchas maravillas.     

martes, septiembre 05, 2017

EN LUGAR DEL SR. STEIN (UN PROFIL POUR DEUX)






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Los simulacros, montajes y malentendidos siempre han resultado materia prima de primer orden en la comedia cinematográfica, y después de muchas películas mejores y peores siguiendo ese esquema parece que ya poco puede sorprendernos. Pero la realidad nos demuestra que la fórmula sigue funcionando para hacer estupendas películas cuando hay detrás una historia sólida, original y divertida y unas interpretaciones notables. Francia, un país que siempre ha mimado la comedia, es desde donde llega esta entretenida propuesta dirigida por Stéphane Robelin, un director que aún ha dirigido pocos filmes pero al que habrá que seguir la pista, y protagonizada por una leyenda de la comedia gala como es Pierre Richard (El Gran Rubio con un Zapato Negro, La Cabra, Dos Fugitivos) que sigue conservando su vis cómica (aunque en un registro menos histriónico con respecto al que le hizo famoso) y su gran hacer interpretativo todoterreno. Internet y las redes sociales es el trasfondo en el cual se mueve esta película que supone una cierta reivindicación de la madurez y la experiencia en el terreno del amor y de las relaciones y de la posibilidad de que la población madura pueda utilizar las tecnologías de la comunicación con el mismo uso cotidiano que hace las gente más joven pero aportando no ya sólo la calidez de su cultura analógica- de la que la informática carece- sino el plus de una educación sentimental donde las relaciones frente a frente y el contacto físico eran algo esencial e indispensable.   

Tomando como punto de partida e inspiración un mito tan francés como el Cyrano de Bergerac y por lo tanto cierto regusto romántico-dramático, la película nos cuenta como Pierre Stein, un octogenario parisino viudo desde no hace mucho y que apenas ya sale, consigue recuperar sus ansias de vivir gracias al hecho de que ha conocido mediante un Chat de citas de Internet a Flora (Fanny Valette) una joven belga de 31 años que cree que está hablando con un treintañero. Y es que Pierre ha utilizado la foto de su joven y sufrido profesor particular de Internet- un mundo que al principio Pierre desconoce- Alex (Yannis Lespert) un muchacho con ambición de ser guionista televisivo que ha accedido al empleo por mediación de la familia de su novia, la nieta de Pierre (aunque este ignora tal circunstancia). Alex tendrá que citarse con Flora simulando ser la persona que chatea con ella, algo que no le será fácil dadas sus enrevesadas circunstancias. Los mensajes de eliminación de barreras (tecnológicas o no) intergeneracionales y sobre todo de que todo propósito merece la pena intentarlo, es con lo que se queda el espectador, además de con una sonrisa propia de haber visto una película agradable y generosa.