Siempre se piensa que
los robots son un invento del siglo XX pero nada más lejos de la realidad: los
primeros robots se idearon desde tiempos antes de cristo y a lo largo de la
historia de la humanidad muchos inventores avanzados a su tiempo continuaron
inventando rudimentarios ingenios mecánicos autónomos muchas veces
antropomorfos o con forma de animales, pese a que la pre-robótica (por así
llamarla) no avanzó mucho durante siglos hasta ya prácticamente finales del
siglo XX. La historia de la ciencia nos habla de ingeniosos, fascinantes y realmente
curiosos cachivaches que en épocas pasadas fueron toda una revolución técnica además
de elemento casi circense. Hoy en día los primeros robots son vistos de forma
pintoresca por a su curiosa apariencia y sus técnicas básicas, pero que duda
cabe que supusieron grandes avances el progreso humano.
Las primeras vidas
mecánicas
Hubo un tiempo, antes de que se popularizase en todos los
idiomas el término checo robot a partir de los años 30 del siglo XX, en que a
las máquinas electromecánicas guiadas automáticamente por un sistema mecánico y
con forma en la mayor parte de las veces humanoide (porque eran básicamente
figuras, esculturas o muñecos que se movían de forma autónoma) se les llamo
autómatas. Aún no todos esos artilugios estaban diseñados y fabricados para
cumplir una de las acepciones principales de la palabra robot, que es la de
suplir el esfuerzo humano y/o realizar funciones propias de los humanos, sino
más bien para divertir y fascinar a la gente con su prodigiosa y fascinante
naturaleza de figuras mecánicas que se “movían solas”: porque la prehistoria de
la robótica no fue otra cosa en la mayor parte de las veces que un capítulo más
en la crónica de los fenómenos de feria y de los inventos extravagantes y en
ocasiones inútiles. La arqueología de los robots, no obstante, siempre depara
no pocas sorpresas y pone en relieve el sempiterno deseo de la humanidad de
crear algo que le ayude o sirva, aunque se trate de “sirvientes” mecánicos.
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Gakutensoku, el robot japonés construido en 1928 |
Se tiene constancia de que los primeros autómatas fueron
creados en civilizaciones de la antigüedad como la griega, la egipcia o la
china antigua. Existen crónicas y documentos de sencillos aparatos mecánicos
con forma humana o de animal que podían moverse y actuar autónomamente, con
escasas descripciones detalladas de estos artilugios inventados siglos antes de
Cristo. Ese deseo del hombre de crear “vida artificial” siempre ha subyacido en diferentes mitologías
como la griega- los sirvientes mecánicos del dios Hefestos; Pigmalión, la
estatua que cobró vida- o la hebrea- el mito del Golem, el hombre de barro que
podía cobrar vida- por lo que la fabricación de ingenios mecánicos que asemejasen
físicamente a seres humanos o imitasen ejecutar alguna de sus acciones o
funciones (andar, mover extremidades o incluso hablar) puede ser considerado
con total propiedad como consecuencia de este ansia.
Entre las primeras máquinas automáticas de la historia (aún
no antropomorfas) podemos citar al lavadero automático del griego Filón de
Bizancio (280 AC-220 DC) el primer lavadero de este tipo que existió y que
incluía mecanismos que luego se utilizarían en la relojería como la rueda de
escape. Este lavadero podía abrir y cerrar unas puertezuelas al llenarse o
vaciarse un pequeño cuenco en donde se depositaba el agua. En lo referente a
aparatos con formas humanas o animales, otro griego, el filósofo y matemático
Arquias (428 AC-347 DC) ya había teorizado en el siglo IV AC una paloma
mecánica que podía moverse gracias al vapor, -siendo esta unas las primera
constancias de máquinas a vapor de la historia- pero no se sabe a ciencia
cierta si llego a fabricarla. Un gran avance se experimentó con el genial ingeniero,
matemático e inventor de la antigua Grecia grecolatina Herón de Alejandría
(10-70 DC), creador entre otras muchas cosas de máquinas automáticas
propulsadas por vapor, agua y aire (incluidas las primeras máquinas
dispensadoras y los primeros efectos especiales teatrales de la historia) y que
llegó a fabricar autómatas antropomorfos algunos se dice con la facultad de
hablar. También en la antigua china se crearon autómatas mecánicos con forma de
animales o pájaros, como describe un texto del siglo III de nuestra era en el
que se narra la construcción de un autómata de forma humana por parte de un
avispado ingeniero al servicio del emperador Mu de Zhou (S X AC) o la creación
de unos pájaros voladores de madera en el S.V AC.
Autómatas orientales,
el Robot de Leonardo y los Karakuri
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Reloj con autómatas de Su Sung |
Ya en la edad media en oriente -bastante mas avanzado
científicamente que occidente en aquella era-
se crearon varios autómatas con fines entre lúdicos y prácticos: en 1066
el inventor chino Su Sung creó un fastuoso reloj astronómico en forma de torre
propulsado por agua con estatuas que se movían en las diferentes horas gracias
a mecanismos hidráulicos. Los autómatas del reloj de Su Sung están considerados
como los primeros robots mecánicos programados propiamente dichos de la
historia y son además los más antiguos de los que se conoce su funcionamiento
más o menos detalladamente. Estas estatuillas, que daban la hora tañendo
campanas, inspirarían también en el mundo occidental a partir de la baja edad
media no pocos relojes monumentales con estatuas-autómatas movibles
automáticamente. El reloj astronómico de Su Sung constaba de una maquina de
percusión rítmica (un carillón) que se accionaba mediante un sistema de
palancas y levas que ponían en movimiento a las estatuillas como ejecutoras de
la percusión en la campana. La máquina estaba configurada y programada para que
a cada hora las estatuillas “interpretasen” una melodía diferente al golpear
diferentes pautas rítmicas según el patrón programado a cada hora en el
carillón. Otros celebres autómatas de la
edad media posteriores a los de Su Sung fueron los creados por el árabe Al
Jazarií (1113-1206), que consistían en instrumentos musicales automáticos impulsados
por agua, fuentes automáticas programadas, útiles de cocina y los primeros
autómatas con movimiento propio y plenamente autónomo. Estos cuatro robots
formaban parte de una pequeña embarcación de juguete que flotaba sobre un lago.
Los robots del barquito- construido para entretener a los invitados de las fiestas-
podían interpretar música de una manera
similar a los de Su Sung (se utilizaba un mecanismo casi análogo en cuanto al
establecimiento de pautas programables). Estos músicos robóticos podían
accionar brazos rudimentariamente para “tocar” sus instrumentos.
En Europa, la protorrobótica tardó bastante más en
desarrollarse, tal vez por influjo del cristianismo que veía en las figuras con
movimiento algo maligno y que trataba de competir con el poder de Dios ya que
se trataba de seres inanimados con vida “otorgada” por el hombre (se dice que
Santo Tomás de Aquino trató de crear un autómata que fue finalmente destruido)
No es hasta el Renacimiento en donde se documenta detalladamente el intento por
crear un autómata antropomorfo por parte de Leonardo da Vinci. Hacia 1495, el
genio florentino estableció los planos de un autómata que de haberse construido
hubiese sido el robot más avanzado de cuantos se hubiesen fabricado. El llamado
“Robot de Leonardo” - cuyos planos se descubrieron en los años 50 del siglo XX
junto con otras hojas de notas de Leonardo- representaba la armadura completa
de un caballero medieval que podría levantarse, sentarse, subir y bajar la
visera del yelmo y mover los brazos. No se sabe si Leonardo da Vinci intentó
construirlo, pero en fechas recientes fue ejecutada una reconstrucción
siguiendo fielmente los planos de Leonardo (en donde se detallaban los
mecanismos del robot, principalmente poleas y cables) y el “Caballero de
Leonardo” resultante funcionó tal y como su creador había esperado.
A partir del siglo XVII, en Japón se dio un enorme avance en
el perfeccionamiento de los autómatas con los Kararuki, algo así como los
primeros robots utilitarios y populares de la historia aunque su finalidad
fuese únicamente lúdica y ornamental. Los Karakuri ningyo eran una
prácticamente un juguete: marionetas antropomorfas mecánicas con capacidad de
movimiento autónomo surgieron que en el XVII y continuaron fabricándose hasta
el siglo XIX, siendo, por que no, una de las primeras expresiones de la
tecnología japonesa en una época en la que el país del Sol Naciente ni se
planteaba ser aún una potencia tecnológica y económica a nivel mundial. Estos
muñecos de tamaño variable (aunque la mayor no superaba los 50 cm), por lo general
primorosamente elaborados en su apariencia externa y vestidos con ropas reales,
eran capaces de mover cabeza y manos e incluso de andar y desplazarse.
Existieron tres tipos de Karakuri según su finalidad: los Butai, que servían de
marionetas para obras de teatro, los Dashi, empleados en festivales religiosos
también con finalidad escenificadora (representaban mitos y leyendas
ancestrales), y los más populares y abundantes, los Zashiki; los karakuri
domésticos que eran capaces de hacer funciones (a manera de entretenimiento,
pero no con finalidad práctica y eficaz) como ofrecer el té en una taza
caminando hasta el invitado un vez se la haya depositado una taza llena y
cesando de funcionar una vez se le devuelve la taza vacía. Los Karakuri, que
funcionaban mediante ruedas y palancas en su interior, fueron uno de los primeros inventos mecánicos
más característicos de la cultura japonesa y abrieron muchas puertas en la
evolución de los autómatas.
Los autómatas de
Vaucanson
Como estamos viendo, antes del siglo XX los robots
primitivos aún tenían un uso meramente recreativo y en el caso de occidente,
propio del mundo del espectáculo y con la finalidad principal de dejar a la
gente pasmada. Hay que tener en cuenta que a principios del siglo XVIII ya
existían en Europa muchos juguetes mecánicos para niños, pero aún no se podían
considerar autómatas. Pero ya en la primera mitad de dicho siglo fueron muy famosos los autómatas diseñados por
el genial y visionario inventor francés Jacques de Vaucanson (1709-1782) a
quien podemos considerar un auténtico pionero de la robótica moderna. Al igual
que los karakuri japoneses, sus ingeniosos muñecos robóticos eran cien por cien
mecánicos además de ser técnicamente más complejos que cualquier robot pretérito.
Este ingeniero autodidacta que aspiraba a ser relojero pretendió crear
equivalentes mecánicos de seres vivos no solo en su aspecto externo sino también
en su anatomía y funciones vitales dotando a sus ingenios de una suerte de
“órganos mecánicos”. Sus conocimientos tanto de relojería como de anatomía (fue
aprendiz de un cirujano en su juventud) le permitieron crear máquinas con
análogos artificiales de órganos capaces de funciones como digerir alimentos,
respirar o incluso defecar. Aunque hasta 1737 Vaucanson no pudo terminar su
primer autómata, en 1727 a
los 18 años pretendió crear una serie de robots que fuesen capaces de servir
comida y limpiar mesas alumbrando el concepto del “robot de servicio doméstico”
que tanto inspiró a ingenieros y
escritores de ciencia ficción en el siglo XX, pero las autoridades políticas y
eclesiales se escandalizaron ante la sacrílega pretensión del joven de fabricar
“humanos artificiales” y su taller fue
desvalijado. Pero diez años más tarde Vaucanson presentaría su célebre Flautista, un maniquí representando a un
pastor que podía tocar la flauta y el tamboril. Este Flautista era capaz de
mover los dedos de su mano derecha para tocar la flauta (real) y de mover la
mano para golpear con una baqueta el tamboril, aunque su creador tuvo que
modificar el recubrimiento de sus manos con piel de animal para pudiese tocar
los agujeros de la flauta correctamente
El muñeco tenía un repertorio de doce melodías y tras su presentación en
la Academia de las Ciencias en 1739 su fama se disparó en toda Francia.
Pero la fama de El Flautista fue menor que la de otra
creación de Vaucanson: El Pato con
aparato digestivo. Este ingenio mecánico creado en 1739 representaba a un
pato que podía batir las alas, mover la cabeza, el pico, beber agua, comer
grano y defecar excrementos aparentemente reales. Este pato metálico contaba
con multitud de partes movibles y articuladas (más que cualquier otro autómata
anterior) y solo en sus alas contaba con más de 400 partes articuladas. En su
interior disponía de un aparato digestivo artificial al cual iba a parar el
agua y el grano que supuestamente devoraba el pájaro mecánico, pero los “excrementos”
no procedían del estómago del pato, sino de otro compartimento en donde se
almacenaba una mezcla de granos de trigo y estiércol que era lo que caía desde
el intestino virtual - fabricado de una en aquel tiempo revolucionaria goma
flexible- simulando ser excrementos animales. Vaucanson sin embargo trataba de
hacer convencer que su ingenio digería y pese a que se descubrió pronto el
truco, el pato mecánico hizo las delicias del público que lo contemplaba,
generalmente nobles, aristócratas y opulentos durante cuatro años, ya que en
1743 un hastiado Vauncanson decidió vender sus creaciones, incluyendo el Pato,
el Flautista y el Panderetero, otro autómata musical. En 1789, el Pato fue
destruido en incendio en el museo donde se hallaba expuesto y el Flautista y el
Panderetero desaparecieron durante la Revolución Francesa. Todos los autómatas
de Vaucanson se han perdido.
El efecto R.U.R: Llegan
los robots
En el siglo XIX los autómatas dejaron de estar de moda, algo
paradójico ya que precisamente en esa centuria la revolución industrial podía
haber propiciado avances significativos en la protorrobótica máxime cuando el
automatismo fue avanzando enormemente en campos como la producción industrial;
el caso es que era muy difícil conseguir autómatas autónomos antropomorfos con
tecnologías como la del vapor y además estos ingenios no resultaban nada útiles
ya que los avances técnicos de gran parte del
XIX tampoco hubiesen propiciado un salto cualitativo en el empleo de los
autómatas como algo más que un espectáculo o fenómeno de feria y esto en pleno
auge del utilitarismo no se veía con muy buenos ojos. No obstante, el sueño de
muchos ingenieros era lograr autómatas que ayudasen en el proceso de
fabricación, algo que aún se veía como muy lejano. Hay que decir que en esta
falta de interés en los autómatas por parte de la comunidad científica influyeron
enormemente casos de autómatas fraudulentos como el de El Turco, famosísimo falso autómata humanoide creado por Wolfgang
Von Kempelen que entre 1770 y 1854 dio el pego en todo el mundo como el primer
robot capaz de jugar al ajedrez cuando en realidad diferentes maestros de
ajedrez a lo largo del tiempo se escondían en el interior de su
mesa-compartimento manejando al muñeco mediante imanes. A finales del XIX, la
aparición de la electricidad y de los sistemas de control remoto hizo surgir la
aspiración de crear autómatas eléctricos mas perfectos (y útiles) que los
mecánicos de otros siglos.
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Eric, un robot inspirado en RUR |
A principios del siglo XX, al tiempo que la literatura de
ciencia ficción imaginaba autómatas humanoides (androides) capaces no solo de
imitar los movimientos humanos sino de de pensar y hablar autónomamente cual
personas, la robótica propiamente dicha estaba lista para dar sus primeros
pasos serios. Así mismo, el concepto de autómata en el imaginario colectivo se
fue estandarizando como un personaje de (ciencia) ficción en la primera mitad
del XX que de alguna manera influyó en la comunidad científica para
conceptualizar como serían los autómatas del futuro, básicamente unas máquinas
que ayudasen al hombre sustituyéndole en algunas funciones. En ese sentido fue totalmente influyente una
obra literaria, la pieza teatral checa de Karel Capek R.U.R (Rossum´s Uiversal Robots) (1921) en donde se acuña por
primera vez el término robot (procedente de la palabra checa robota, trabajo)
que a partir de entonces servirá para denominar a los autómatas en cualquier
idioma. En dicha obra, los “robots” en realidad son seres de apariencia humana
creados por la ingeniería genética que sirven de esclavos obreros a la
humanidad en una sociedad futura. Pese a no describir la obra seres humanoides
mecánicos propiamente dichos, R.U.R extendíó la “robotmanía” (en películas de
ciencia ficción como Metropólis de
Fritz Lang, por ejemplo) y pronto numerosos científicos trataron de crear
robots humanoides. En 1928 el británico W.H Richards construyó el primer robot
humanoide moderno de la historia: Eric, construido en un armazón de aluminio y
alimentado por electricidad mediante electrodos y un motor de doce voltios,
todo controlado por control remoto y control de voz para que Eric pudiese mover
las manos y la cabeza. Ese mismo año el biólogo japonés Makoto Nishimura
presentó al robot Gakutensoku, una especie de Mecha gigante que representaba a una estatua humanoide sentada ante
una mesa pluma en mano. Gakutensoku podía cambiar de expresión facial y mover
las manos llegando a escribir con su pluma gigante.
La
ciencia fue evolucionando con el paso del tiempo y a lo largo del siglo XX toda
aquella parafernalia de robots-juguete pronto cayó en el olvido en la medida de
que la nueva disciplina de la robótica lo que buscaba era robots útiles para la
ciencia, la industria y el día a día, una vez abandonada la idea utópica alentada
por la ci-fi de crear robots con pensamiento y comportamiento propio e
inteligencia humana (aunque esto ocurrirá algún día). Los primitivos robots o
autómatas, en su día el primer paso de una utopía, mientras cumplían su
inocente función de entretenimiento y diversión allanaban el camino de la
ciencia a cotas más altas que aún están por llegar. Mientras Por ello la arqueología
de los robots es algo más que una mera anécdota histórica.