martes, diciembre 08, 2020

EL VERANO QUE VIVIMOS

 


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Sin resultar excesivamente original en su mixtura de melodrama de amor y thriller con ambos elementos situados en diferentes coordenadas temporales El verano que vivimos, segundo largometraje de Carlos Sedes, es una película con muchos puntos de interés y en ocasiones deslumbrante principalmente por su acabado formal (excelente fotografía con vistosos paisajes de los viñedos jerezanos) y su narrativa apasionante y muy bien estructurada, aunque en ocasiones peque de previsible. Las disputas amorosas en medio de luchas por el éxito personal son siempre una buena materia prima para historias que aspiran al más alto nivel y en este sentido el filme no esconde sus cartas desde el primer momento aunque el tema central sea el del discernimiento de una historia de amor sucedida en el pasado cuyos protagonistas supuestamente ya no están presentes. Una joven periodista gallega Isabel (Guiomar Puerto) que en 1998, fascinada por unas esquelas dedicadas a una misma persona que cada años desde tiempo atrás llegan al periódico al que acaba de entrar a trabajar acompañadas de unas apasionadas cartas de amor, decide investigar sobre el autor de las mismas, un tal Gonzalo Medina, y Lucía, la mujer a las que están dedicadas, el supuesto amor de Gonzalo. Sus pesquisas la llevarán a 40 años atrás, en 1958, a un viñedo jerezano en donde Gonzalo (Javier Rey), un joven y prometedor arquitecto valenciano va a construir una magna bodega para almacenar de los vinos del propietario del viñedo, su amigo Hernán (Pablo Molinero), de cuya prometida Lucía (Blanca Suárez) Javier queda pronto prendado.

Aunque la mayor parte del metraje lo ocupan las escenas ambientadas en la Andalucía de finales de los 50, los saltos temporales y espaciales son frecuentes en esta película sin que se pierda la unidad de la historia en ningún momento (y pese a que alguna escena de transición pueda resultar gratuita). El mundo vinícola de Jerez de la Frontera, el ansia de poder de los señoritos vinateros, la rudeza machista de la época en un entorno en donde para mucho conseguir poder era aspirar precisamente a poseerlo todo, los conflictos familiares y sentimentales dentro del prisma intolerante de la sociedad franquista aparecen muy bien reflejados en al película con el  personaje de Hernán como catalizador de la ambición total frente al idealismo mundano de Javier, un hombre sensible pero también con ambiciones cuyo amor imposible llevará a desagradables desenlaces incluyendo un enfrentamiento con su amigo. Pese a que la historia de amor pueda resultar previsible en cuanto a que reproduce esquemas mil veces vistos esta no resulta en absoluto ni maniquea ni empalagosa sino más bien sugerente, emotiva y excelentemente descrita. No obstante, da la sensación de que la historia de Isabel en los 90 avanza muy deslavazadamente y solamente al final de la película cuando las dos historias confluyen y los círculos se cierran se logra una culminación a la altura de las expectativas. La maravillosa música de Federico Jusid (que incluye una canción con Alejandro Sanz), la poderosa fotografía de Jacobo Martínez  y un eficaz reparto realzan un filme que gustará a un público amplio.

domingo, diciembre 06, 2020

BABY

 

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Juanma Bajo Ulloa a principios de los 90 era uno de los directores españoles más prometedores con dos primeros filmes que obtuvieron enorme reconocimiento por la crítica y hoy día son dos obras de culto: Alas de Mariposa (1991) y La Madre Muerta (1993), pero tras un filme muy diferente a los que había hecho hasta entonces y que resulto la película española más taquillera hasta el momento, la un tanto histriónica comedia Airbag (1997) desencuentros con la industria cinematográfica hicieron que su actividad se mermara  y sus largometrajes se espaciaran cada vez más en el tiempo dando la sensación de que el realizador vitoriano había sido un gran bluff. Pero en 2020 su sexto largometraje de ficción en casi 30 años devuelve aquellas grandes expectativas que como director intimista con cierto punto poético oscuro y como excepcional narrador se forjó hace mucho tiempo atrás, pudiéndose considerar su mejor trabajo hasta el momento. Un filme arriesgado y con vocación casi experimental, sin ningún diálogo y con una puesta en escena diferente que bebe del cine fantástico y del de terror sin adscribirse a esos géneros, Baby es cine en estado puro que juega con la  metanarrativa de su guión y nos acerca a escenarios de cuento de hadas siniestro jugando con lo inquietante, el suspense, el surrealismo y sobre todo con el poder de las imágenes con una excepcional fotografía, sin olvidar el papel fundamental que cumple la soberbia banda sonora de Bingen Mendizabal y Koldo Uriarte. No ha conseguido el gasteizarra una obra maestra absoluta a causa de no poco momentos cargantes y un poco gratuitos pero su afán experimental a la hora de conseguir una gran película se puede decir que ha sido más que exitoso.

Rodada en Vitoria-Gasteiz y otras localizaciones de Álava con un no muy extenso reparto internacional, Bajo Ulloa captó durante varios años algunas imágenes de la naturaleza, paisaje y animales que aparecen en este filme a modo de piezas de collage bien insertadas la mayoría de las veces y otras no tanto pero con un efecto final por lo general de enorme poder sugestivo. Esta claro que era harto difícil el combinar las imágenes sin personajes de supuesta intencionalidad simbólica con la importancia de actuación de las actrices (todas mujeres) en un filme de estas características donde la expresión corporal en diferentes acciones  y situaciones es esencial y no pocas veces muchas escenas esconden dobles sentidos y un equívoco trasfondo de los personajes. La historia se plantea con una estructura muy simple (pero al mismo tiempo muy confusa y laberíntica) donde tenemos a una joven toxicómana residente en Vitoria (interpretada por la británica Rosie Day) que da a luz en su cochambroso piso y pocos días después ante la imposibilidad de poder cuidar al bebé y ansiosa por conseguir dinero para droga decide vender al niño. Las compradoras son tres mujeres que aparentemente forman una familia compuesta por una abuela excéntrica e inquietante (la norteamericana Harriet Ransom Harris), una hija de comportamiento y aspecto extraño y desequilibrado (la hispanobritánica Natalia Tena) y una nieta de unos 12 años con una curiosa tendencia a disfrazarse (la española Mafalda Carbonell, pequeña gran actriz); no obstante pronto la protagonista se arrepiente de su decisión y decide acudir al siniestro caserón familiar donde viven las compradoras del bebé (al que han acostado en una cuna hecha con ramas) para tratar de recuperarlo escondida entre las sombras de la residencia. Es perceptible que aquí hay elementos de los cuentos de los hermanos Grimm en cuanto la oscuridad de una historia en donde el mal se percibe entre tangible y onírico-fantasioso y en donde el realismo apenas se disipa en un muestrario de imágenes bizarras, vestuarios extravagantes y un surrealismo a veces fascinante y otras pedante y gratuito. También es notable la presencia de elementos de Tim Burton, el David Lynch más excesivo e incluso algún apunte buñueliano, fuentes que Bajo Ulloa moldea con corrección aunque el personalismo y la originalidad tratan de imponerse en todo momento.

El reparto funciona a la perfección con un estupendo trabajo de las actrices a la hora de transmitir sensaciones y emociones sin diálogos aunque lo confuso de algunos personajes (el de la joven rubia) a veces da una sensación de estrambote que hace que no lleguen al espectador. Destaca sobre todo Rosie Day como la protagonista, una muchacha que no cejará en su objetivo en una misión más kafkianamente imposible de lo que parecía en un principio y en donde se enfrentará a ella misma y su miseria personal y a diferentes juegos de apariencias (los cuales también pueden fatigar al espectador, por cierto). Con el bebé como elemento simbólico de cierto sentido religioso (otro tema que la película toca dentro del tratamiento bizarro del conjunto) y otros símbolos (el chupete de nácar) que resultan más equívocos, puede que esta película -que no será en absoluto plato para todos los gustos- precise de más de una visión para ser correctamente apreciada, pero una vez que se ve se tiene la certeza de estar ante una estupenda y valiente película que pone de manifiesto que el medio cinematográfico aún puede darnos inesperadas sorpresas