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Hacer un drama realista de tintes psicológicos no es cosa sencilla, como tampoco lo es hacer una adaptación al cine de una novela de esas características, pero David Pérez Sañudo, responsable de aquella pequeña grata sorpresa que fue Ane (2020), ha llevado todo a buen puerto en este filme intenso pero sencillo además de conmovedor pese a su parquedad y su escasa explicitud. Los últimos románticos, basada en la novela homónima de Txani Rodríguez, explora la situación interior de alguien que quiere ayudar a los demás y colaborar en todo lo que rodea- en realidad, lo más próximo- desde una condición de aparentemente escasas habilidades sociales y no demasiada integración en el entorno circundante. La protagonista, Irune (una Miren Gaztañaga soberbia) es una mujer de cuarentaytantos, soltera, con sus padres fallecidos y un tanto solitaria y taciturna que parece arrastrar una cierta silenciosa desdicha por su fracaso personal y por sus inciertas perspectivas de futuro. Pese a todo, Irune trata de ser lo más útil y solidaria posible con sus compañeros en una huelga en la empresa papelera donde ella trabaja y no duda en advertir a su madura vecina de los riesgos vivir con su hijo déspota y demente. No obstante, la mujer sueña con marcharse algún día de su pueblo en Euskadi aunque sea temporalmente y esto solo parece saberlo un teleoperador de la RENFE llamado Miguel María, su amor platónico, el cual Irune se imagina cada vez de forma diferente tomando en el filme los rasgos de tres actores. Pero todo puede tomar un nuevo y desagradable cariz cuando Miren se descubre un bulto en el pecho, algo que le mantendrá lógicamente preocupada influyendo en sus circunstancias.
El gran acierto del filme y la base desde la cual Los últimos románticos consigue ser una gran película es lo magistralmente que está presentado el personaje central de Irune, un ser solitario que busca el sentido a una existencia que ella percibe anodina mediante la entrega a diversas causas aunque no siempre salga bien y con una amenaza que podría dar al traste con una vida a la que ella quiere aferrarse pese a todo. Los silencios, la mirada y el rostro de Miren Gaztañaga se adueñan de la película y trazan una historia que combinando lo interior y lo exterior resulta enorme y deslumbrante. Detalles curiosos con tono de comedia (esa curiosa obsesión de la prota con los viejos videos de gimnasia ochentera de Eva Nasarre) y el aliento romántico-amoroso de la extraña relación a distancia de Irune con Miguel María - que brinda inteligentes insertos más o menos fantásticos en la historia- hacen de esta película una bonita experiencia en lo que es ya una de las mejores cintas españolas del año.