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Fue la película triunfadora en el Festival de Málaga y desde luego que merecidamente. Belén Funes, que con La hija de un ladrón (2019) entusiasmó a todos con su manejo del drama social en contextos más bien incómodos y de difícil narrativa en esta ocasión se doctora con un drama multitemático y muy bien ensamblado en sus aparentemente diferentes y heterogéneas piezas que conmueve y encandila y todo con mínimos estilísticos y narrativos eso si muy efectivos y con un enorme poder evocador y emocional. La inmigración (dentro de España y desde otros países), las dificultades de la España rural, la precariedad económica de muchos trabajadores, las dudas de la juventud, las relaciones familiares (y especialmente la maternofiliales), los desahucios y el duelo ante la muerte aparecen en este estupendo filme de una manera clara y muy directa (tal y como al directora hizo en su citada anterior película) y sin atenuantes. Diferentes escenarios geográficos (Andalucía, Catalunya), diferentes contextos (el rural, el urbano) y personajes casi todos marcados por el infortunio y la modestia económica conforman un retrato identificable convertido en una historia poderosa por su desagradable y verista sencillez. Belén Funes ya se postula como una gran directora.
Las dos actrices principales mueven la película compartiendo protagonismo y una relación entre sus personajes complicada y cambiante, como pueden serla las de una madre y una hija marcadas en un primer término por la tragedia (la pérdida del padre/marido) y también por diferentes circunstancia que han terminado en un cierto distanciamiento. Anabel (Elvira Lara) una postadolescente barcelonesa de 18 años vive dividida entre el recuerdo de su padre andaluz -fallecido tiempo atrás- junto con la sencillez de la vida en una aldea cuando pasa veranos en el pueblo de Jaén con su familia paterna, y la influencia de su madre Delia (Antonia Zegers), una inmigrante chilena que trabaja de taxista en la ciudad condal que con su carácter despreocupado parece no haber asumido ni valorado del todo la muerte de su marido y las necesidades actuales de su hija, una muchacha que aspira a ser alguien - estudia comunicación audiovisual- y superar sus penas, complejos y los problemas económicos de su familia. Planteada como una historia cambiante con variaciones inesperadas y siempre centrada en las dos mujeres (especialmente en Anabel), la película se deja ver con enorme interés gracias a la calidez e inmediatez de las situaciones, que si bien muchas veces parecen no llevar a ninguna parte hacen que las protagonistas, con gestos, reacciones y diálogos nos muestren los entresijos y claves de su incomoda relación. Tanto Lara como Zegers están las dos impecables. El filme va cobrando interés a medida que va avanzando y todos esos apuntes del natural que se nos presentan y que- muchas veces por desgracia- reconocemos no hacen más que hacerse ganar nuestra complicidad como espectadores. Una pequeña grata sorpresa en lo que llevamos de año para el cine español.
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