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Esta
logrando mantenerse en las pantallas y con espectadores esta interesante y
cuidada producción polaca que con escasos medios y una historia da calculada
parquedad escénica y dramática consigue conmover y perturbar aunque eso sí,
sin ninguna emoción explícita.
Ambientada en los 60 en plena etapa del régimen comunista en Polonia, la Ida
del título (Agata Trzebuchowska) es una joven de unos 20 años criada en un
convento de monjas que ejerce ahora como novicia a punto de tomar los votos.
Antes de eso, ha de conocer a su única pariente viva, su tía Wanda (Agata
Kulesza) una jueza alcohólica y desnortada pero admirada en el Partido
Socialista por su trayectoria intachable en el pasado, que revela a la muchacha
su condición de judía hija de un matrimonio ejecutado durante la II guerra
Mundial. La búsqueda de el paradero del los cadáveres de los progenitores de
Ida llevará a tía y sobrina a una extraña e inesperada alianza de tintes
imposibles en donde Ida observa el mundo exterior alejado del convento con
estupor y miedo, siempre con la figura de sus desquiciada tía como omnipresente
y desagradable presencia-influencia. La indagación en el pasado empeorará las
cosas para ambas mujeres, especialmente para Wanda, que verá como ¿olvidados?
fantasmas reaparecerán clarificando a Ida el por qué del comportamiento de su
tía.
Rodada en un bellísimo blanco y negro, esta
película trata de saldar cuentas con el pasado más o menos reciente de Polonia y
las múltiples contradicciones que vivió ese país especialmente durante la II
Guerra Mundial, algo que el comunismo no fue capaz de mitigar. Más un drama
intimista que un filme denuncia, las dos protagonistas están espléndidas cada
una con momentos más que interesantes e incluso sobrecogedores. Con muchos
espacios en blanco y sugerencias, el espectador debe en muchas ocasiones ir
reconstruyendo la historia para terminar situando todo el contexto, sin que
esto lastre en absoluto los logros de un filme muy recomendable.
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