martes, abril 12, 2022

EL HOMBRE QUE VENDIÓ SU PIEL (L’HOMME QUI AVAIT VENDU SA PEAU)

 


 

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La primera película representante de Túnez nominada al Oscar a mejor filme internacional (en realidad una coproducción entre Túnez, Francia, Alemania, Bélgica, Suecia, Qatar y Chipre, ahí es nada) sin ser una obra maestra no deja indiferente a nadie: una crítica multidimensional al mercantilismo, al capitalismo, a la degradación del negocio del arte, a la falta de libertades en muchos países árabes y a la situación de los refugiados y su mejorable situación en Europa, todo hecho desde una perspectiva un tanto exagerada y cuasi caricaturesca pero sin perder la seriedad y el sentido del realismo pese a que la película utiliza recursos de comedia para afinar las aritas de una historia dramática en su sentido nonsense. La directora Ben Hania, basándose en un curioso caso real, firma con clase una película llena tanto de mala uva como de ternura y pulso melodramático que pese a su a veces poco creíble premisa termina ganándose la complicidad y el deleite del espectador   

Sam (Yahma Mahayni) un joven sirio que desea casarse con una joven rica huye de su país a causa de la guerra y la falta de libertades en su país hacia Líbano con la ide de llegar a Europa; allí conoce a  Jeffrey (Koen De Bouw) un artista de vanguardia belga que le promete ayudar a instalarse en el viejo continente a cambio de que acepte su propuesta de trabajo convirtiéndose en una obra de arte humana al tatuarse el visado en su espalda para ser así expuesto en museos y exposiciones. Sam, deseoso de recuperar la libertad y de conseguir el dinero suficiente para conquistar a Abeer (Dea Liane)- que ha terminado sin embargo casándose con un joven poderoso- accede y a pesar de que tanto él como Jeffrey ganan portentosas sumas de dinero y el se convierte en un celebridad y es tratado de hecho como una codiciada obra artística, definitivamente ha perdido lo que buscaba: la libertad. Una situación kafkiana que en realidad ilustra la condición de muchas personas refugiadas - ilustrada aquí mediante esta parábola- y que da oportunidad a que en la historia se sucedan extravagantes giros entre lo tragicómico y lo dramático y momentos que invitan a  la reflexión. Es cierto que a la película le pude faltar ese tono más testimonial y verista que se le supone a un filme denuncia con estas temáticas, pero el filme no deja en ningún momento de cumplir con su objetivo. Destacar también la presencia de una teñida Monica Bellucci en el papel de una codiciosa galerista que al igual que Jeffrey termina manejando a Sam a su antojo, un papel antipático pero que la actriz italiana logra hacerlo con cierto encanto.  Siempre hacen falta más filmes así sobre todo si vienen de países con no demasiada presencia en la industria del cine.

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