domingo, agosto 09, 2009

GOLEMS Y HOMUNCULOS....ESTAN VIVOS




















Aunque no parezca cierto, el deseo de creación de vida humanoide artificial no es algo nacido en el siglo XX. Antes de que incluso se propusiese el automatismo, ya desde épocas antiguas hubo quien teorizó- y quién sabe, también intentó- la creación de humanos artificiales. Ahí está el mito de los golems judíos y de los homúnculos del post alquimismo: seres vivos con características humanas que en teoría podían ser creados por el hombre. El ancestral deseo de ser Dios, es lo que subyace en estos oscuros y atractivos mitos.


Estatuas con vida propia: los golem

Muy posiblemente, el concepto tradicional del robot como una creación mecánica al servicio de los seres humanos y sometida a su voluntad, viene del emito hebreo del golem. No se sabe a ciencia cierta cuando nació este mito, propio del folklore hebreo en diferentes países, pero se cree que pudo nacer antes de Jesucristo, a pesar de que la primera referencia explícita al concepto de golem (utilizando esa palabra), no aparece hasta el siglo XVI. Según esta tradición un golem es un ser animado, generalmente de apariencia humana, creado con material inanimado (piedra, barro), que logra cobrar vida por la intervención entre mágica y providencial de un hombre sabio y sagrado, la mayoría de las veces un rabino. Solo los más sabios y justos eran los podían dar vida a una figura inanimada, es decir, personas con dones superiores, casi divinos: por eso, siendo “semi dioses” podían crear vida, otorgando movimiento a figuras. Básicamente, un golem no es otra cosa que una estatua (generalmente de barro, según las leyendas judías) con vida.

Según la antigua tradición hebrea un golem obedecía todo lo que su creador le ordenaba, ya que su creación respondía a constituir servidumbre de los sabios que los creaban. Tener un sirviente golem era sinónimo de haber alcanzado el máximo grado de sabiduría y santidad en la tradición antigua judía, era el reflejo de haber alcanzado un poder casi divino. No hay constancia histórica de la existencia de ningún golem real ni de ningún rabino o sabio que hubiese intentado crear un golem, todo la información de la disponemos pertenece al terreno del mito. Concretamente, la leyenda más completa (y conocida) sobre el mito golem, es la del Golem de Praga, que data del siglo XVI, aunque la fuente escrita más temprana sobre la historia data del siglo XIX.

El Golem (1921) de Paul Wegener
Según la leyenda del Golem de Praga, los golems eran estatuas de arcilla de forma humana, que representaban a hombres gigantescos y corpulentos. Casi un anticipo del mito de Frankenstein, del que seguramente Mary Shelley se inspiró. Una vez esculpidos, los golems adquirían vida grabándoles palabras mágicas en su cuerpo (la frente, generalmente), o introduciéndoles un papel con dichas palabras bajo la lengua. La palabra Emet (“verdad”, en hebreo) es uno de esos verbos mágicos que tenían el don de otorgar vida al golem según varios relatos. Borrando la primera letra de la palabra (y quedando entonces Met, muerte), el golem se desactivaba y volvía al estado inerte.

Resulta evidente que el hecho de que los golem estuviesen fabricados de barro este derivado de la creación de Adán que se cita en el Génesis. No obstante, en el antiguo Egipto ya se encuentran historias sobre estatuas de barro que cobraban vida. En la cultura judía, los relatos sobre los golems son medianamente frecuentes pero bastante dispersos a lo largo del tiempo. Aunque el término golem no aparece hasta la edad moderna, en varias narraciones hebreas se cuenta la creación de hombres artificiales de barro por parte de magos o rabinos.

Representación popular del Golem de Loew
Como hemos dicho antes, la leyenda más popular sobre los golems es la del Golem de Praga, también conocida como la historia de rabino Judah Loew ben Bazalel. El rabino Loew existió realmente y fue el rabino mayor del gueto judío de Praga a finales del siglo XVI durante el reinado del emperador Rodolfo II. Aunque no hay ninguna prueba científica de que eso fuese cierto, se dice en la leyenda que el rabino creó un golem para defender a los habitantes del gueto judío de los ataques antisemitas que en esa época sufrían por parte del resto de habitantes de la capital checa. Esta historia apareció impresa por primera vez en 1847 en una recopilación de relatos judíos checos. Bastante más tarde, en 1911, se publicó un opúsculo escrito en hebreo y en yiddish supuestamente basado en un diario encontrado del yerno de Rabbí Loew, quien ayudó a su suegro a crear el golem, y en el que se vuelve a reproducir la conocida historia. Esta obra pretendía establecer la veracidad de la leyenda, pero con toda seguridad es una burda falsificación, ya que dicho diario es de existencia más que dudosa.

Según la leyenda, los judíos de Praga, sistemáticamente expulsados o matados por el emperador, fueron defendidos cuando Rabbí Loew creó un golem de barro extraído de la ribera de rio Vlatva al que él mismo otorgó vida mediante rituales hebreos. En un principio, el golem cumplió fielmente su cometido ayudado por su descomunal fuerza, pero al poco tiempo comenzó a atacar inocentes, y según algunas versiones, a los propios judíos. Como el monstruo estaba originando una masacree, el Emperador pidió al rabino Loew desactivar a la criatura bajo promesa de que a cambio ordenaría el cese de la persecución de los judios, a lo que el rabino accedió. El soberano encerró el cuerpo inerte del que en el futuro fuese utilizado para defender a los habitantes de Praga de cualquier mal, “resucitado” por algún rabino. La leyenda dice que el Golem continua en la sinagoga, esperando a que alguien le devuelva a la vida, aunque algunas versiones de la historia aseguarn que el Golem se encuentra escondido en algún oscuro lugar del distrito Zizkov de la capital checa. Según esta leyenda, el Golem, aparte de poseer una fuerza descomunal, podía volverse invisible e invocar a los espíritus de los difuntos.

Existen otras leyendas posteriores sobre golems, como las de Rabbi Eliyahu, pero la de Rabbi Loew es la más popular. En todos estos relatos los golems son unos seres de no demasiada inteligencia que cumplen las ordenes muchas veces al pie de la letra provocando desmanes. En ese sentido, no son como los robots creados por la imaginación del siglo XX, los cuales en muchas ocasiones poseen una inteligencia superior a los humanos. Con todo, el golem como una especie de robot primigenio, es una ideobastante aceptable: es muy posible que el checo Karel Capek, creador del concepto moderno de robot, se inspirase en el mito del golem.


Los golem, en el siglo XX, trascendieron el imaginario judío y se introdujeron en la cultura occidental como personajes fantásticos y legendarios. En 1914 Gustav Meyrink escribió la novela El Golem, inspirada en la leyenda checa y otorgando al personaje una caracterización de mito terrorífico al estilo de Drácula o el monstruo de Frankenstein. Basada en esta novela es el legendario clásico del expresionismo cinematográfico alemán (y uno de los primeros grandes filmes del género terrorífico) El Golem, de Paul Wegener, en realidad primera parte de una trilogía hoy perdida. La leyenda del personaje ha aparecido en otras obras literarias y películas posteriores.


Pequeñas y obedientes criaturas: los homúnculos

Si alguna vez existió en la antigüedad un concepto de creación humana artificial que fuese con considerado con cierta perspectiva “científica”, ese es el del homúnculo (en latín, hombrecillo). Aunque emparentado con el mito del golem en la medida de que la vida artificial creada se ponía irreversiblemente al servicio del hombre una vez hubiese visto la luz, la creación de homúnculos está emparentada con la búsqueda de creación de vida natural solo con la intervención masculina, algo que interesó a la medicina primitiva desde tiempos remotos y que en la alquimia revistió de especial fascinación. Fue precisamente un seguidor de la alquimia aunque ya posterior al auge de esa práctica, el médico y físico Paracelso (ver en este blog Paracelso o la otra cara de la revolución científica), quien utilizó por vez primera el término homúnculo, en el siglo XVII. Paracelso aseguró en una ocasión (sin aportar ninguna prueba) un ser humano artificial, una diminuta criatura de 30 cm. que le servía como criado. No se tiene constancia escrita del propio sabio de este hecho, y lo que conocemos es por fuentes secundarias. Se ha dicho también que ya en el siglo III D.C ya algún autor cita vida artificial creada por métodos similares a los del alumbramiento de homúnculos, aunque no se cita el término. Con todo, es a partir del siglo XVII cuando los seguidores de Paracelso comienzan a elucubrar todo tipo de teorías para crear homúnculos inspirándose en el mundo de la alquimia y la magia pagana, aunque el deseo de crear pequeños seres pronto se mezcló con el interés por crear vida humana, sin más, por medios “alternativos” a la reproducción sexual. Según algunas concepciones, el homúnculo nacería como un bebé diminuto que apenas crecería en estatura pero que llegaría a tener características físicas de adulto.


Durante los siglos XVII y XVIII se creó un mito alrededor de los homúnculos. Se decía que eran seres obedientes hacia su creador, pero que al poco tiempo se volvían contra él y huían. En varias ocasiones de postularon recetas para crear homúnculos, las cuales diferían en algunos pequeños aspectos, pero que básicamente venían a decir que para crear un homúnculo se necesitaba esperma humano, una bolsa de huesos, pelo y piel humanos y estiércol. Todo se mezclaría, bien en una probeta o enterrándolo en el suelo. Al cabo de 40 días surgiría un diminuto feto humano transparente, al que habría que alimentar con una transfusión de sangre humana hasta que se formase concretamente y adquiriese vida animada. También se decía que los huesos y otros fragmentos humanos (incluido el semen) no tenían por qué ser humanos en su totalidad, naciendo en ese caso una criatura híbrida entre un hombre y el animal cuyos fragmentos se utilizaban.

Otra interesante versión de la creación de homúnculos es la que surgió emparentada con el mito alquímico de la mandrágora. Desde la edad media se decía que esta planta crecía donde caía el semen de los ahorcados (eyaculación producida por el estrangulamiento) y de ahí la apariencia de la raíz de esa planta con un cuerpo humano. Los homunculístas vincularon el fabuloso origen de la mandrágora y su extraño aspecto humanoide con la creación de seres vivos artificiales: se decía que si se recogía una mandrágora en el amanecer de un vienes por un perro negro, y posteriormente esta era alimentada con leche y miel o con sangre, se convertiría en un pequeño humanoide bien desarrollado, y defendería y protegería a su creador y amo. En el siglo XVIII surgió una nueva teoría de creación de homúnculos en la cual entraban en juego huevos de gallina negra, en donde se desarrollaría el homúnculo una vez introducida en la apertura del huevo una pequeña porción de esperma humano, una vez enterrado el huevo en estiércol.
Mandrágora Homúnculo

Las teorías sobre la creación de homúnculos fueron tachadas de patraña por la ilustración del siglo XVIII y pronto todos estos postulados fueron calificados po la comunidad científica como ridículos. No se tiene constancia de la existencia real de ningún homúnculo ni de nadie que hubiese logrado crear tales seres. No obstante, el término y el concepto de homúnculo como un ser humano casi microscópico fue recuperado por los espermistas de finales del siglo XVII, quines defendían que en el interior de las cabezas de los espermatozoides había un ser humano en miniatura. También se utiliza este término en el área de psicología para denominar a ciertas percepciones humanas.

El sugerente mito de los homúnculos ha continuado inspirando a la imaginación humana siglo tras siglo. Desde el homúnculo de Fausto en la obra de Goethe hasta, por ejemplo, Umberto Eco en El péndulo de Foucault, el homúnculo aparece en diversas obras literarias, relatos y películas. Puede que Mary Shelley tuviese ese mito más presente que el del golem para su Frankenstein, ya tanto su padre como su marido, Percy Bysshe Shelley, eran admiradores de la obra de Paracelso.


No existen pruebas de que tanto golems como homúnculos existiesen jamás. El ser humano no ha sido capaz de crear seres vivos por medios fuera del proceso reproductivo más allá de su propia imaginación, aunque la ciencia tal vez este aguardando su momento. Con ciencia o sin ella, golems y homúnculos reflejan el deseo eterno del hombre de sentirse dios, de poder crear vida, a ser posible inferior a él y que le sirva, proteja y obedezca. No es un propósito demasiado bondadoso, pero refleja correctamente la ambigua naturaleza humana y su desmedida ambición. Somos demasiado imperfectos para querer crear otros seres que sean inferiores a nosotros.