martes, abril 25, 2017

ÚLTIMOS DÍAS EN LA HABANA





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El cine cubano estrenado en España desde los años 90 casi siempre ha tenido cierto carácter sociológico sobre la realidad de la isla caribeña en cada momento de los últimos años, algo que ha suscitado el interés siempre de muchos espectadores, algunos más dispuestos a encontrar valores y reafirmaciones ideológicas más que virtudes cinematográficas y otros ansiosos de encontrarse con turísticos clichés tamizados con el inevitable componente político social que para bien o para mal condiciona la producción artística de Cuba. Pasados ya en nuestro país los años de la cubamanía noventera que convirtió en éxitos de taquilla filmes tan poco comerciales (pero excelentes) como Fresa y Chocolate la incierta situación del país caribeño se quiera o no se ha convertido en un aliciente para comprobar como el oficioso género del cine realista cubano toca todos los cambios acaecidos en los últimos años en el país. Películas como esta Últimos Días en la Habana sin embargo no deben ser contempladas solo desde el punto de vista del cine digamos testimonial sino que deben ser alagadas por sus virtudes cinematográficas y narrativas que en este caso son bastantes. Un interesante y revelador fresco de la realidad de muchos cubanos a día de hoy presentado con una inteligente mezcla de drama y comedia con bastantes elementos- especialmente en los compases finales del filme- que se presentan novedosos y un tanto arriesgados en la coyuntura sociopolítica de la isla, todo ello realzado con una puesta en escena que combina a la perfección lo teatral con lo semidocuemental con un tono sobrio y naturalista.


Dos amigos de personalidades antagónicos son los protagonistas de la cinta dirigida con clase por Fernando Pérez: Miguel (Patricio Word) un hombre cercano a los 50 años sin oficio cuya obsesión es marcharse de La Habana e ir a vivir a Nueva Cork pasando el tiempo aprendiendo inglés por su cuenta y cuidando de su amigo Diego (Jorge Martínez) homosexual enfermo de SIDA cuyos días están contados pero que quiere vivir con felicidad y vitalidad su ocaso frente a la taciturnidad de Miguel, un hombre que parece carcomido por secretos de todo tipo. Sin que haya una historia narrativa dinámica y clara y en donde solo en la segunda mitad de la película con la aparición de personajes como la sobrina de Diego (Gabriela Ramos) -fiel reflejo de la percepción de la juventud cubana hoy día – la historia da ciertos giros y avances que la hacen reveladora, Últimos Días en la Habana se muestra como una película eficaz, solvente y emotiva que cumple a la perfección su función, que no es otra que presentarnos (con las matizaciones de autocensura que la situación política del país se supone que condiciona) el cacao en el que muchos cubanos viven a día de hoy, dubitativos y ambiguos (y un tanto desencantados) ante los principios de la revolución pero dispuestos a encarar su futuro con optimismo aunque este sea afrontado de múltiples y algunas un tanto inútiles maneras: desde adoptar usos y clichés capitalistas (aparición de tribus urbanas, gusto por la música rock, celebración de fiestas no hasta hace mucho prohibidas como la navidad o la repentina afición por un deporte casi desconocido en la isla como es el fútbol, con la gente luciendo camisetas del Real Madrid, el Barça o el United y discutiendo sobre balompié ) o soñar con un futuro de huída a otro país que puede que no reporte lo esperado. El personaje de Diego, reflejo de la consecuencia de afrontar los tabúes dentro de una sociedad con demasiadas prohibiciones y prejuicios y de la que él es victima aunque apenas sienta remordimientos, se antoja fundamental presidiendo un triángulo maldito y contradictorio con su sobrina y con Jorge. Película honesta de esas que deban verse para ampliar miras.