sábado, abril 24, 2010

LA MIRADA DE ALFANHUÍ (y II)


Prosigue el análisis de la inmortal novela de Rafael Sánchez Ferlosio Industrias y Andanzas de Alfanhuí


El viaje de Alfanhuí


¿Qué sentido tiene la historia de Alfanhuí? ¿Que es lo que significa exactamente? Su estructura, como una especie de novela de camino, parece señalar que se trata de una suerte de crónica de viaje iniciático, el de un niño que busca el sentido al mundo que le rodea, y lo haya mediante dos formas, el hallazgo de lo extraordinario y la captura de los colores, de todos los colores posibles que existen y que el desea captar en su pureza, en su imposible (aunque posible para él) inmaterialidad. El de la búsqueda de la felicidad mediante la obtención de lo bello y lo extraño (elementos que pueden estar separados, unidos, y en todo caso, con el color y la luz presentes de manera más o menos significativa), es para muchos críticos y estudiosos de la obra un aspecto esencial y básico del personaje, por no decir- y ya según mi opinión- el central. Pero es más dudoso el hecho de que las aventuras de Alfanhuí constituyan un viaje de maduración, aún admitiendo el evidente carácter de crónica de camino de la novela. Varios críticos señalan que el viaje de Alfanhuí por las dos Castillas y Madrid tiene evidentes concomitancias con la Odisea de Homero, y no les falta razón: Alfanhuí realiza un viaje en donde se topa con sucesos fuera de lo común y con personajes asaz irreales, aunque vistos así desde un determinado prisma (un hombre-marioneta, un gigante, una anciana que cuando le entra la fiebre incuba huevos, una bruja y una monja enterradas en dos tumbas próximas, unos bueyes que entonan letanías…) y finalmente llega a su destino, en su caso una especia de isleta fluvial poblada de alcaravanes que chillan su nombre. Allí se acuerda de su maestro, el hombre que le dio nombre y perfeccionó hasta el máximo su carácter innato de explorador de lo sobrenatural, de sesudo y silencioso alquimista de las cosas, conocimientos con los que viajará por Madrid y Castilla para encarar una realidad que podría ser demasiado aburrida y mediocre, pero que termina no siéndolo en absoluto. El viaje concluye cuando el niño llega a un lugar natural poblado de aves libres, como él, ya que Alfanhuí es un ser nómada y volador, una criatura salvaje e inocente como un ave; allí le recibe también el arco iris, los colores que el siempre amó en su estado superlativo: no cabe duda que Alfanhuí ha llegado a su verdadero hogar.


En efecto, Alfanhuí es la crónica de un viaje, pero más que de iniciación o de maduración, se trata de un viaje de búsqueda del destino. En realidad, Alfanhuí experimenta pocos cambios personales desde el comienzo hasta el fin de la novela, ya que desde las primeras páginas, el protagonista ya posee ese insólito carácter entre observador silencioso y diligente experimentador de la naturaleza con el que termina en la historia, lo que hace en realidad es buscar su lugar en la vida. No se conforma con lo cotidiano y nunca será capaz de ver nada que sea de principio a fin normal. Cuando los desconfiados aldeanos destruyen todas las pertenencias de su maestro (las cuales fueron la primera fuente de completa felicidad para Alfanhuí) y este muere, la dicha de Alfanhuí corre serio peligro de desaparecer. El regreso al hogar materno solo le supone melancolía y depresión (no es capaz de encontrar nada allí que le haga feliz), hasta que decide recorrer mundo en busca de algo que no se explica, pero que al final terminamos averiguando. Alfanhuí busca el sentido a su vida, el sentido a su infancia en donde la inocencia tiene que verse alimentada con el conocimiento de las nuevas cosas, el descubrimiento y la contemplación de la belleza. Alfanhuí en su vida provinciana en una aldea de Castilla (¿o tal vez sea La Mancha?) estaría condenado a la mediocridad y a la nada, pero su afán desmedido por descubrir el lado insólito de las cosas le llevará mucho más allá, le llevará ante la presencia de cosas que muy pocos seres humanos pueden contemplar o apreciar. Alfanhuí, el niño de los ojos amarillos, puede ver lo prodigioso, y el lector también puede verlo con él, aunque no se sepa a ciencia cierta si es que las cosas son realmente así o son como Alfanhuí las ve.



Raíces de una historia


El debate sobre cuales fueron las fuentes y las influencias de Alfanhuí resulta siempre muy rico y apasionante, ya que el autor ha dado siempre escasas pistas sobre ello, lo que mantiene aún vigentes las elucubraciones de la crítica tras casi sesenta años de la publicación de la novela. Se ha dicho que Alfanhuí es una especie de nueva novela picaresca, por el hecho de ser su protagonista un niño que va de tutor en tutor, pueblo a pueblo, tratando de sobrevivir. Parece evidente que se nos está comparando el Lazarillo con Alfanhuí, pero la novela de Ferlosio, si se compara con el Lazarillo y con cualquier otra novela picaresca española, es algo muy diferente a estas. El hecho es que Alfanhuí prácticamente no comete ningún acto de picaresca ni trata de vivir a costa de los demás, el rasgo definitorio del pícaro español del Siglo de Oro, simplemente actúa según su (extraño) criterio sin tratar de engañar a nadie. Puede que al igual que Lázaro de Tormes, Alfanhuí en su soledad por el mundo adelante (sin la referencia paterna - materna) se vea obligado a comportarse como un adulto y a aprender a valerse por si mismo (Alfanhuí ejerce tres oficios en la novela y aprende otros dos harto complicado para un niño, además del hecho de tener que vivir en una pensión durante su estancia en Madrid), pero aquí no hay picaresca alguna. No obstante, sería injusto descartar a Lazarillo de Tormes, como una de las influencias de Alfanhuí: a parte de la más que evidente inspiración en la estructura de la obra (más que La Odisea, pese a que en el clásico homérico parece haber tomado el concepto de viaje extraordinario), ya hemos señalado los anacrónicamente largos títulos de los capítulos como una más que evidente filiación de la literatura española del Siglo de Oro y del Lazarillo. Y, en fin, tampoco resulta descabellado mencionar a Don Quijote como una de las múltiples fuentes de la novela, especialmente a lo tocante con el viaje del protagonista (por tierras castellanas) y su visión idealizada, fantástica y “alternativa” de la realidad.


Como novela fantástica, Alfanhuí, se inspira claramente en multitud de referencias. Generalmente, crítica y estudiosos han señalado la poderosa influencia de los apólogos orientales y de la fantasía oriental en general en la primera parte del libro, en donde las descripciones- especialmente desde el momento en el cual Alfanhuí llega a Guadalajara para ponerse bajo la tutela del maestro disecador- son de una riqueza superlativa y en donde se logra plasmar la belleza de las cosas de un modo magistral. Pájaros vegetales, serpientes de plata y árboles de hojas de colores se dan cita en unos capítulos de alucinante factura, presididos por la descripción metafórica y poética. Si en la primera parte, la fantasía es esencialmente lírica, en la segunda y tercera partes- sin abandonar el tono poético- predomina el inserto del elemento fantástico dentro del realismo y del costumbrismo y por ello con un tono de cuento de hadas tradicional pasado por el tamiz de lo cotidiano. La segunda parte, transcurrida en su totalidad en Madrid, parece beber del esperpento de Valle Inclán, del surrealismo de la primera mitad del siglo XX, y como señaló en su momento Juan Benet Goiria, a la Comedia del Arte. En efecto, en el Madrid que visita Alfanhuí todo es una pantomima, un teatro, un simulacro, una falsedad. Una ciudad de juguete, una capital que en realidad es una localidad de provincias, un lugar miserable con una grotesca máscara de grandeza; en resumen, un escenario demasiado confuso para que una mirada como la de Alfanhuí pueda correctamente escrutar lo insólito y lo fabuloso, ya que todo es una esperpéntica y siniestra maraña de irrealidad. El tono lúgubre en esta parte segunda va in crescendo y es inevitable referirse al poso siempre terrible de los relatos de los hermanos Grimm, aunque al final una mezcla de espíritu valleinclanesco y de surrealismo parece adueñarse de la función, todo ello catalizado por el extraño y desconcertante personaje de Don Zana. En la tercera parte, volvemos al ambiente rural, con el elemento fantástico más contenido pero también altamente evocador.


Der: Ilustración original de Jesús Gabán

Otras muchas referencias de la literatura fantástica o infantil se podrían citar como inspiradoras de Alfanhuí, como por ejemplo El Principito, ya que el tema de la mirada inocente de la infancia es capital en esta novela, aunque de una manera diferente a la obra de Antoine de Saint-Exupery: la visión de Alfanhuí no es pura como la del Principito, si bien es inocente también, esta es simplemente interesada y utilitarista, personalizada y un tanto egoísta. Al igual que Pinocho, Alfanhuí se ve obligado a hacer su vida en solitario en su más tierna infancia y se va topando con lo fabuloso en un identificable y localizado mundo real (Castailla para Alfanhuí y en el caso del muñeco de Collodi la Toscana italiana). En el tema del niño solo en mitad del mundo de los adultos, no sería descabellado referirse a Oliver Twist de Charles Dickens, si bien Alfanhuí no es ese Oliver desvalido y vulnerable en el terrible Londres decimonónico, si no un niño cuya inteligencia e imaginación le son fundamentales no solo para sobrevivir sino para ir aprendiendo nuevas cosas que por disparatadas y extrañas que parezcan le pueden ser muy útiles.



Fondo y forma


El estilo literario de Industrias y Andanzas de Alfanhuí esta sustentado en una prodigiosa combinación y yuxtaposición de la descripción (metafórica en la mayoría de las veces) y la narración. La riqueza expresiva y descriptiva en esta novela es enorme, como su habilidad a la hora de trasmitir sensaciones de movimiento, de irrealidad, de sentimientos del protagonista. En la primera parte, todo esto aparece sublimado y un tanto engolado, en las dos siguientes, lo costumbrista va ganando terreno, pero siempre está ahí presente lo raro y lo insólito. Para ello, Sánchez Ferlosio toma el traje del escritor realista y se esfuerza en presentarnos un Madrid cotidiano y castizo pero al mismo tiempo decadente y grotesco, combinando la anécdota cotidiana con lo fantástico (la historia y vida de Doña Tere y su familia contada a Alfanhuí, que de la crónica rural ordinaria pasa al relato insólito en un abrir y cerrar de ojos). Algo similar hace el autor en la tercera parte. No hay muchos diálogos en una novela en donde tampoco son muy necesarios. Alfanhuí es una de las obras de la narrativa española del siglo XX más magníficamente escritas, en donde dentro de un matiz hay otro, que va acompañado de otro y dentro de estos, otros más.


Alfanhuí sustenta su carácter enigmático y un tanto críptico en la parquedad y ambigüedad con que trata a sus personajes, además de en su desconcertante carácter de irrealidad. Desconcertante por que estamos en una fantasía que vive en la realidad de todos los días, o tal vez en una realidad alojada en la fantasía. No lo llegamos a saber nunca. Como tampoco hay manera de conocer el nombre real de Alfanhuí (referido antes de su bautizador encuentro con el maestro como “el niño”), ni tampoco su edad (¿10-12 años, a juzgar por su carácter y forma de hablar?). Tampoco se sabe a ciencia cierta la época en la cual se desarrolla la historia; parece que no nos encontramos a principios de los años 50 del siglo XX (fecha de cuando se escribió el libro), sino en una época pasada, a juzgar por algunos pasajes de la parte desarrollada en Madrid, donde se habla de que aquello ocurrió en “el tiempo en el que (en Madrid) había geranios en los balcones, puestos de pipas en la Moncloa, rebaños de ovejas churras en los solares de la Guindalera”. Puede no obstante que esto sea solo un trampantojo atemporal: no son pocos los elementos que nos dicen que efectivamente estamos en los años 50 (por ejemplo, la conversación de los adolescentes que Alfanhuí encuentra nada más llegar a Madrid, según el autor llena de diminutivos y al parecer versada sobre motos), pero por otra parte no hay que olvidar que el Madrid de Alfanhuí es un Madrid de cartón piedra, un teatro de marionetas, y como tal manierístico y atemporal. Aquí el tiempo no transcurre como es debido, en cierto modo, como en toda la novela. También resulta enigmática la localización concreta de muchos escenarios; por ejemplo, no se sabe con certeza si el pueblo natal de Alfanhuí esta en La Mancha (provincia de Guadalajara) o en alguna zona de Castilla-León (¿Segovia?). Es evidente, no obstante, que la estancia con el maestro taxidermista transcurre en Guadalajara capital y que la tercera parte se desarrolla prácticamente por toda Castilla (exceptuando la zona que antes formaba la extinta región de León, terminando en el norte de la misma, Palencia. El pueblo de la abuela, Moraleja, (uno de los pocos nombrados) es ficticio, no parece probable que se trate de San Pablo de la Moraleja en Valladolid. La simbología de su nombre es evidente: allí Alfanhuí trata de buscar una conclusión digna a sus frustrantes andanzas y experiencias en Madrid.




Personajes y mundos


Alfanhuí como personaje central de la novela no puede resultar más dualista: frío y esquemático por un lado y activo y rico en vida interior por otro, un pequeño adulto aunque demasiado inocente para serlo o un niño superdotado que por eso mismo no puede ser un crío normal. Su relación con el mundo se basa en buscar, encontrar y observar (no siempre en este orden), y llegado el caso, actuar, cuando encuentra algo con lo que puede satisfacerse. Alfanhuí busca el disfrute en la contemplación de la belleza, generalmente por él producida. Pero no es una belleza como otra cualquiera es una gran belleza generada por lo extraordinario y lo que se sale de lo normal. Alfanhuí no siempre es el productor de esos prodigios, a veces los hace la propia naturaleza (por increíble que le parezca al lector, pero no a él), u otras personas como su maestro o su abuela. La presencia, o más bien la mirada de Alfanhuí parecen alterar las leyes de la naturaleza. Son los ojos de un niño, en busca de lo que le llame poderosamente la atención. Toda la belleza de lo extraordinario para Alfanhuí esta en los colores, y no cesará hasta conocer todos, todos sus secretos. Cuando al fin lo consigue, en la herboristería de Don Diego Marcos, comprende que su búsqueda ha finalizado.


El resto de personajes de la novela mantienen casi siempre una extraña y a veces dual relación con el protagonista, evidencia de la dualidad de la propia obra, donde es difícil discernir que es cada cosa. A lo largo de la historia, Alfanhuí tiene varios maestros o tutores, el primero un ser tan imposible como el gallo de la veleta, un objeto inanimado que cobra vida sin que se sepa como. Con este personaje comienza la novela “El gallo de la veleta, recortado en una chapa de hierro que se cantea al viento sin moverse (…) se bajó una noche de la casa y se fue a las piedras a cazar lagartos “y es él quien acomete el primer experimento imposible de los varios que aparecen en la primera parte, la de las Industrias, antes incluso de que el maestro le enseña a Alfanhuí insólitos secretos para manipular la naturaleza. El gallo posteriormente alecciona a Alfanhuí como atrapar “la sangre del ocaso”, un tinte de color rojo proveniente de la lluvia las nubes rojas del poniente, tras haber aprovechado el primer descubrimiento del gallo, la herrumbre multicolor de los lagartos. Un ser fantástico es por tanto el primer maestro de Alfanhuí, del gallo de la veleta procede el gusto de Alfanhuí por los colores de la naturaleza y de el aprende vicariamente a alterar la naturaleza fundamentalmente por medio de la manipulación de los colores. No obstante, el protagonista nunca llega a sentir simpatía por la metálica criatura, demasiado cruel con los lagartos (Alfanhuí ama a los animales) y demasiado insignificante e inhumana para ser un verdadero maestro y amigo. Alfanhuí encontrará su verdadero mentor en al figura del maestro de Guadalajara.

El encuentro de Alfanhuí con el viejo maestro disecador ayudará al niño no solo a sublimar su técnica de alquimista de la luz, el color, de los animales y los vegetales, sino a aprender a amar la naturaleza de una peculiar forma. Alfanhuí es no cabe duda un niño superdotado que llevado por su infantil curiosidad se obceca en emprender extrañísimas acciones las cuales no parecen tener límite en su extravagancia, fundamentalmente por que su maestro se las permite y alienta, ya que es este no es más que una versión adulta de Alfanhuí. El maestro tiene los mismos intereses y gustos que su pequeño discípulo y ambos serán durante toda la hermosa primera parte totales aliados. El maestro disecador vive (y vivió desde niño) en un mundo irreal, donde precisamente su oficio es alterar la realidad haciendo volver simbólicamente a la vida a animales muertos; pero aún hay irrealidades de mayor calibre en el pequeño mundo del maestro: aves disecadas que cobran vida, serpientes de plata, pajarillos vegetales, y hasta una mujer disecada, la criada sin nombre. Pero, ¿es realmente así esto o es como Alfanhuí lo ve? En efecto, la criada disecada pese a tal condición es capaz de sonreir y de llevar a cabo acciones, pero su “destripamiento” por parte de un gato enfurecido nos recuerda que esta macabramente muerta y “rellena”. La visión nocturna de al danza de las aves disecadas del dormitorio de Alfanhuí muestra hasta que punto sueño y realidad pueden estar unidos en esta novela. Para Alfanhuí no hay diferencia entre ambas cosas, y tampoco para el maestro (prácticamente es como si fuese el mismo personaje en edades distintas), pero al final el mundo de la realidad se volverá contra él y acabará con su mundo y también con su vida. Es la cruel lección que aprende Alfanhuí, al de la intolerancia ante lo extraño, expresada por la ira de los lugareños contra el “brujo” que llena Guadalajara de seres extraños. A partir de ese momento Alfanhuí comprende que es preferible buscar lo extraordinario y quedarse allí para siempre.



Sin su maestro, Alfanhuí se siente desdichado, pero su melancolía termina cuando recupera la inocencia y entonces decide buscar una nueva vida en Madrid. Las industrias ya concluyeron, ahora comienzan las Andanzas, el protagonista ya no será durante mucho tiempo (hasta los últimos capítulos) un mágico científico, sino un pequeño aventurero que busca el sentido a su propia existencia tras haber perdido la posibilidad de seguir contemplando y viviendo lo maravilloso. Alfanhuí en sus andanzas encontrará también prodigios gracias a su tenacidad. En Madrid, se topará con su Némesis, con el único villano claro de la novela, Don Zana, que ejerce también de su tutor, pero este no es capaz de enseñarle nada de provecho en un entorno decadente y entonces Alfanhuí tendrá buscar por si mismo la belleza de lo anormal en un contexto putrefacto. No se llega a saber nunca si Don Zana es un hombre que parece una marioneta o una marioneta que parece un hombre; su descripción y figura están totalmente muñequizados (a la manera de Valle Inclán), pero es capaz de hablar y de moverse autónomamente en un mundo de seres humanos. El propio autor afirma que Don Zana despertó un día de un polvoriento almacén en el que se encontraba junto con otra marioneta que no pudo cobrar vida al igual que su compañero y da una descripción del personaje propia de un muñeco, aunque este, al fin y al cabo, se trata de un muñeco con vida que vive entre los humanos como si tal cosa. En el primer episodio de la segunda persona, se nos narra la historia de Don Zana apodado “el marioneta” y se dibuja a un personaje potencialmente antipático, que en su condición de muñeco vivo asusta a las gentes danzando por tejados y es propenso a las peleas con su dura mano de madera ya otros vicios de los humanos. Es muy posible que Don Zana sea una amarga crítica al chulo madrileño medio de la primera mitad del XX: el chulapo castizo como ser automático, sin moral, guiado por la ambición, con escasos principios pero al mismo tiempo carismático y querido por algunos por su condición de simpático caradura. El encuentro de Alfanhuí con Don Zana no puede ser más calamitoso, ya que el hombre marioneta muestra su irascibilidad y su violencia innata golpeando salvajemente a una mona con su temible mano de madera. Alfanhuí acepta no obstante que Don Zana le guié por Madrid pero pronto percibe el verdadero y amoral carácter del extraño personaje. Don Zana, una especie de cuidadano barriobajero medio estereotipado y caricaturizado en una suerte de Arlequín o Polichinela en una ciudad de Guiñol, obtendrá su castigo por parte de Alfanhuí cuando este, harto de su mediocre inhumanidad lo destroza como marioneta que es. Alfanhuí lo mata, pero no parece haberse convertido en un asesino, simplemente el cree que ha hecho lo correcto en el acto final de una simbólica obra de teatro en donde la máscara que representa al villano muere. El niño inocente frente a su odiado y horrible muñeco. Don Zana parece tener sangre, pero puede ser el tinte de los zapatas color corinto del personaje, o la sangre del propio Alfanhuí al herirse golpeando al duro muñeco de madera. Alfanhuí puede incluso que no haya matado a nadie.


La abuela es el tercer tutor de Alfanhuí, una vez este llega al pueblo de Moraleja. Esta anciana tampoco le enseña nada y el hecho es que al protagonista ya no le hace falta saber casi nada, salvo lo relacionado con los verdes de la naturaleza. La abuela de Alfanhuí actúa como un resquicio de cordura en una historia irreal y en donde nada parece estar demasiado claro, si bien esta anciana tiene también su capacidad de obrar portentos (la incubación de los huevos con su fiebre, por ejemplo). Intenta asentar a su nieto en el mundo real sin saber nada de sus portentosas habilidades y pensando que se trata de un crío como otros tantos. El regalo que le hace a Alfanhuí, el de las botas del difunto abuelo, parece corroborar el hecho de que Alfanhuí gracias a la abuela ya tiene “los pies en el suelo”, pero su casi mística experiencia con los bueyes que el niño comienza a cuidar en Moraleja señala a Alfanhuí que aún es preciso que siga aprendiendo cosas y descubriendo mundo. Don Diego Marcos, el herboristero palentino, será el último y desdibujado maestro de Alfanhuí, aunque aquí el niño es quien decide aprender por su cuenta, ya que Don Diego, su esposa y el mancebo de la herboristería no es más que seres normales y corrientes.


También tiene su significación personajes como Doña Tere, la simpática dueña de al pensión, una mujer sencilla que regenta una pensión de arquitectura imposible y en donde lo cotidiano convive con lo absurdamente surrealista (la bañera-huerto, la cabra en el cuarto de baño). Doña Tere es para Alfanhuí una figura más maternal que su propia madre (personaje muy desdibujado, dicho sea de paso) y pronto conocerá los antecedentes prodigioso de su familia, a través de la insólita historia de su padre. Junto a ella, la Silve, la criada de la pensión, un complemento de cotidianidad en el diminuto universo de la pensión.


Rafael Sánchez Ferlosio


Dos personajes de corte fantástico se antojan fundamentales. Uno es el gigante Heraclio, todo un dechado de humanidad y buenos sentimientos, una encarnación de la bondad y la amistad (es muy común en el mundo de la literatura la figura del “gigante bondadoso”), que le enseña a Alfanhuí el valor de los sentimientos y de las cosas que se aman, el valor de la vida. El único capítulo donde aparece es de gran belleza y sin utilizar ningún registro rimbombante y metafórico más que un cierto halo poético de regusto de cuento de hadas. Heraclio es una criatura incomprendida y odiada por su tamaño, pero Alfanhuí termina queriéndole. Y por otra, se encuentra el mendigo-naturaleza, personaje que aparece en un recuerdo de infancia del maestro. Este ser de indudable poso poético (representa como fácil puede adivinarse la naturaleza y su fuerza), es el maestro del maestro de Alfanhuí, es decir, al propia naturaleza es la fuente de sabiduría del maestro. La naturaleza es capaz de ofrecer cosas que nadie prevé que existan, como la piedra de vetas, y tanto el maestro como Alfanhuí tomarán cuenta de ello.



Y por la brecha salió el sol


Industrias y Andanzas de Alfanhuí merece un lugar de honor dentro de la literatura española. Jamás existirá otra novela capaz de gustar y conmover de la extraña manera de la que lo hace Alfanhuí. Todos los amantes de la literatura deberían leerla y sacar sus propias conclusiones, sobre los misterios de la infancia, la vida, la búsqueda de la belleza, la diferencia entre lo real y lo deseado. Jamás Castilla fue tan de cuento de hadas y jamás la fantasía en castellano fue tan real. Una historia precursora del realismo mágico, un relato de fantasía y surrealismo hecha obra pictórica, una novela sobre colores y sobre naturaleza, un tratado sobre ilusión y realidad. Una obra de arte.

domingo, abril 18, 2010

LA MIRADA DE ALFANHUI (I)


Industrias y Andanzas de Alfanhuí
(1951) de Rafael Sánchez Ferlosio, es una de las más grandes obras maestras de la literatura en castellano. Una novela sorprendente, huidiza, evocadora, alucinante, que aún hoy día sigue constituyendo una prodigiosa rareza en las letras españolas. Fantasía vista desde el realismo, o realismo atravesado por la fantasía, un delicioso compendio de palabras que para el lector se convierten en imágenes de fantasía desorbitada y sobre todo en colores, vivos colores. Un protagonista infantil que se resiste a vivir en un mundo normal acometiendo un fabuloso viaje iniciático que le llevará por tierras de Castilla, La Mancha, y Madrid. Alfanhui, erróneamente considerada una novela para niños, es y será siempre un libro al que en más de un momento de la vida haya que aproximarse por vez primera o volver a él. Como señaló su genial autor, una historia llena de mentiras verdaderas.


Cuando en 1951 apreció Industrias y Andanzas de Alfanhíi, primera novela del joven Rafael Sánchez Ferlosio (1927) nada parecía haber cambiado demasiado en la literatura española desde el comienzo del franquismo. La censura, siempre presente, era una amenaza para la creatividad, pero ello no impidió que en la postguerra española surgiese una gran generación de literatos que de alguna manera marcaron el devenir de la literatura española en la segunda mitad del siglo XX: Antonio Buero Vallejo, Camilo José Cela, Torrente Ballester, Miguel Delibes, Carmen Laforet, fueron las figuras señeras en el género de la narrativa de los años 40 y 50, mientras que en poesía la cosa estaba en crisis, una vez y separados (o fallecidos) los miembros de la generación del 27, aunque ya empezasen a despuntar Hierro, Aldecoa, Martín Gaite o Bousoño.


No era el comienzo del franquismo un marco precisamente idóneo para innovaciones literarias, pero la tradición vanguardista española (que en literatura floreció en los años 20 y 30) había sido un legado con una impronta bastante fuerte, y aunque aletargado en aquellos años, su resurgimiento podía darse en cualquier momento, siempre teniendo en cuenta las restricciones “políticas, morales y religiosas” que imponía el régimen franquista. Alfanhuí- como se conoce abreviadamente al largo título de la novela de Sánchez Ferlosio- fue un libro extremadamente singular en un contexto como el español principios-mediados del siglo XX en donde rara vez el atrevimiento experimental podía discurrir de manera normalizada (salvo en la época del apogeo de los “ismos” que diría Ramón Gomez de la Serna, a principios de siglo), y en donde ni crítica ni público estaban preparados para algo de carácter tan rompedor, con respecto a ciertas convicciones estilísticas y de género en las letras castellanas. Alfanhuí, una historia con muchísimos elementos fantásticos y protagonizada por un niño, no era en ningún modo una novela infantil. ¿Podía ser para adultos un relato en donde seres inanimados cobran vida, se describen paisajes casi de cuento de hadas, se narra la sucesión de imposibles prodigios de la naturaleza, y en donde todo el esquema de la narración esta estructurado como si de un relato para niños se tratase? A ojos de la crítica y los lectores de entonces la respuesta sería no, pero a todo esto habría que añadir claros indicadores que a cualquiera, incluso en aquel entonces, le disuadiría de pensar que estábamos ante literatura infantil: elegante lenguaje barroco y rebuscado, uso permanente de metáforas y estudiadas imágenes poéticas (de difícil comprensión incluso para el lector adulto), un tono muchas veces taciturno y melancólico, y sobre todo, un elaborado mensaje humanista que señalaba que Alfanhuí no era decididamente un cuento para niños. La primera novela de Sánchez Ferlosio pronto fue aclamada por la crítica, pasando a convertirse en una de las novelas fundamentales de la literatura española en los años 50, y con el paso de los años, será considerada una obra maestra de la narrativa hispana del siglo XX. Los años transcurren, e Industrias y Andanzas de Alfanhuí, la extraña pero bellísima historia del niño de los ojos color amarillo y obsesionado por los colores, que decide ser disecador, continua siendo un libro con total poder de fascinación, una increíble experiencia única para todo lector de cualquier generación. Un libro único y singular con el que su genial autor- aún vivo y en activo- será siempre recordado, junto con su otra obra maestra, El Jarama.



Sobre el autor: el extraño caso de Rafael Sánchez Ferlosio


Rafael Sánchez Ferlosio es casi un personaje tan extraño como el pequeño Alfanhuí, ya en sí una rara avis dentro de la galería de inmortales personajes de ficción de la literatura española. La producción literaria narrativa de este verdaderamente excelente y sorprendente escritor durante casi sesenta años ha sido escasísima, tan solo tres novelas, y algunos relatos, concretamente los que conforman su colección El Geco (2005), y otros dos escritos a principios de los 60, cuando ya había recibido años antes el Premio Nadal y el Premio de la Crítica por su segunda novela, El Jarama (1955). El resto y grueso de su obra literaria comprende ensayos y artículos, y tampoco es excesivamente extensa, estando casi toda escrita a partir de la segunda mitad de la década de los 80. Sánchez Ferlosio, huraño y huidizo, lúcido ensayista y crítico literario, no ha sido de los que se ha dejado ver mucho desde que su figura, antes de tener cumplidos los 30 años, se convirtiese en una referente de la cultura española. Una especie de JD Salinger español al que tan solo le faltaría tener el mismo reconocimiento popular en nuestro país que el mítico creador de El guardián entre el centeno.


Ferlosio nació el 4 de diciembre de 1927 en Roma, hijo del político y escritor extremeño Rafael Sánchez Mazas y de la italiana Rafaela Ferlosio. En aquel 1927 su padre era corresponsal del periódico ABC en la capital italiana. Años más tarde vuelve con su familia a Extremadura y estudia con los jesuitas en Badajoz para luego cursar Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid. Con el doctorado en el bolsillo, se establece en Madrid donde en 1950 conoce a la escritora Carmen Martín Gaite, con la que se casa en 1953, matrimonio que durará hasta su separación en 1970. En esos primeros 50, Sánchez Ferlosio y Martín Gaite se integraron en un círculo de jóvenes escritores nacidos a finales de los 20 y principios de los 30, en donde se encontraban Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Alfonso Sastre o Agustín García Calvo. Con este último autor y con otros forma el Círculo Lingüístico de Madrid. Tmbién fue por esos años fundador y colaborador de la Revista Española, junto con Aldecoa o Sastre. En 1951, con 24 años publica Industrias y Andanzas de Alfanhuí, insólita novela con mezcla de elementos realistas y fantásticos de extraño estilo metafórico. La novela obtiene gran éxito y coloca a su autor como uno de los narradores más prometedores del momento y al más claro exponente de la nueva literatura española. En 1955 aparece su segunda novela, El Jarama, muy diferente a Alfanhuí ya que se trata de una novela costumbrista en donde lo insólito de su factura es el papel totalmente primordial de los largos diálogos, escritos casi como si fuesen transcritos al pie de al letra de grabaciones de conversaciones. La aparentemente intrascendente historia de un grupo de jóvenes que hacen una excursión campestre en las orillas del río Jarama en donde conversan sobre todo tipo de temas cotidianos, fue revolucionaria por su magistral empleo del lenguaje coloquial y de todos sus tics y derivaciones, además de en la particularidad de que el narrador en ningún momento juzga acciones o personajes. Una novela completamente diferente a Alfanhuí en tono, estilo y temática que venía a demostrar que Sánchez Ferlosio era un escritor fuera de serie, capaz de acometer y dominar registros literarios y narrativos opuestos. La novela obtiene el Premio Nadal y el Premio de la Crítica y durante muchos años superó en popularidad a Alfanhuí, pero desde hace algún tiempo se puede decir que la ópera prima de Ferlosio es su obra más conocida y gustada.


Tras El Jarama, Ferlosio, abandona la novela y se centra en sus colaboraciones con revistas y prensa en artículos, en donde sigue mostrando su dominio del lenguaje y su calidad literaria. Tras dos relatos escritos en 1961, su actividad en la ficción narrativa es inexistente hasta finales de los 80. En 1966 publica su primera obra de ensayo, Personas y animales en una fiesta de bautizo y en los 70 solo publicará un ensayo, sobre tema literario, Las semanas del jardín (1974). 12 años después publica su siguiente obra, su tercera y última novela hasta el momento, el relato fantástico El testimonio de Yarzof. A partir de 1986 amplia el rítmo de su producción ostensiblemnte y publica varios ensayos. En 1993 obtiene el Premio Nacional de Ensayo por Vendrán más años malos y nos harán mas ciegos. Hasta el momento ha publicado varias recopilaciones de ensayos cortos y artículos, además del libro de relatos El Geco, de 2005. En sus últimos ensayos, el viejo Rafael Sánchez Ferlosio muestra un carácter ampliamente crítico con la sociedad actual y todas sus miserias: La globalización, el mundo del espectáculo, la guerra y al violencia, la publicidad… En 2004 se le concede el Premio Cervantes y en 2009 el Premio Nacional de las Letras Españolas. Sánchez Ferlosio en 2010, sigue siendo recordado como el creador de una de las más maravillosas novelas españolas de los últimos siglos, Alfanhuí.

Ilustración original de Jesús Gabán


Sinopsis de la novela


Alfanhuí abarca unas 200 páginas y está estructurado en 3 partes, la primera de 18 capítulos, la segunda de 10, y la tercera de 13. Los capítulos son muy breves y sus largos y explicativos títulos evocan irremediablemente a los de obras antiguas como Lazarillo de Tormes (ejemplo: “De las cosas que había en el jardín del sol y de cómo Alfanhuí bajó al pozo y encontró allí muchas novedades”).


Primera parte


La novela comienza en una aldea del sur de Castilla con la fabulosa historia del “gallo de la veleta”, una típica veleta en forma de gallo, que una noche cobra vida y se va a cazar lagartos, los cuales una vez muertos son tendidos al aire libre por el gallo. La lluvia hace desteñir a los reptiles, y el niño hijo de la propietaria viuda de la casa donde se encontraba la veleta recoge el “tinte “de los lagartos el cual al poco tiempo se solidifica y forma una especie de polvillo de cuatro colores con el que entre otras cosas fabrica una tinta sepia con al cual escribe en la escuela en un extraño alfabeto por el inventado ante la extrañeza de su madre. El gallo de la veleta, por el cual el niño no sentía al principio mucha simpatía, decide enseñarle sus sorprendentes conocimientos, como el de cómo atrapar el color rojo (“la sangre”) de la niebla del rojo de los ponientes. En una jornada en la meseta, el niño y el gallo consiguen teñir blancas sábanas de rojo ocaso que lavadas en un río originan increíbles prodigios como el de volver transparente a un yegua preñada que bebió en él. Ese mismo día, el niño decide que quiere ser disecador y su madre le envía a Guadalajara de aprendiz de un viejo maestro taxidermista.


El maestro es un hombre solitario, sabio e inquieto que parece esconder en su casa auténticas maravillas y todo tipo de cosas extrañas. Al igual que el niño, muestra una enfermiza obsesión por los colores; al ver los ojos amarillos del pequeño protagonista le comunica que son del mismo color que los ojos de los alcaravanes, por lo que decide apodarlo Alfanhuí, ya que según el viejo maestro “es el nombre con el que se gritan los unos a los otros”. Alfanhuí duerme todas las noches en una cama custodiada por varias especies de pájaros disecados, y antes de acostarse, el maestro cuenta a su aprendiz historias que se desarrollan y transcurren conforme el ardor de la leña en la chimenea. Una de esas historias es una que le ocurrió al maestro en su adolescencia, cuando tratando de buscar una imposible “piedra de vetas” para su padre fabricante de lámparas de aceite, conoció a un mendigo con barba de hierba, pelo de musgo y piernas donde trepaban madreselvas que tocaba una flauta de silencios que en cada nota hacía desaparecer el ruido de la naturaleza. La casa del maestro taxidermista estaba atendida por una criada disecada pero capaz de desplazarse a voluntad propia en un carrito con ruedas y de avivar el fuego de la chimenea. Tras ser atacada y “destripada” por un gato y expuesta por descuido a la lluvia, comienza a enfermar y a enmohecerse y se termina muriendo
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Derecha: ilustración original de Roberto Bergado

El jardín de la casa del maestro tenía dos zonas diferenciadas, la de la luna y la del sol. En la de la luna, la favorita de Alfanhuí, el jardín estaba presidio por un castaño y un olivo plateados. Todo allí, hierba, agua del estanque e incluso los pequeños animales moradores, era blanco o plateado. Alfanhuí advierte de que una culebra de plata vive en el jardín de la luna y decide cazarla empleando tres anillos de oro. El jardín del sol, por su parte, tenía un pozo que despertaba poderosamente la curiosidad de Alfanhuí. Los días en el taller del maestro van transcurriendo y Alfanhuí pronto es testigo de hechos extraordinarios, como una noche en la cual las aves disecadas de su habitación cobraron vida y bailaron enloquecidas o cuando descubre en el desván una silla hecha de cerezo que había echado raíces y en donde crecían cerezas. Otra noche tienen un hallazgo más ordinario, encuentra a dos ladrones escondidos en el pajar, quienes le regalan una moneda de oro al haber prometido silencio por su presencia.


Alfanhuí descubre que el interior del pozo del jardín del sol lleva a una gruta subterránea en donde cuelgan desde arriba las raíces del castaño del jardín de la luna, las cuales transmiten la luz del jardín hacia una extraña araña verde luminosa que iba chupando la luz y alimentándose de ella. Alfanhuí y el maestro decidieron aprovechar el asombroso descubrimiento y lograron teñir las blancas hojas del castaño de diversos colores al colocar tintes en las puntas de las raíces, además de otros alucinantes experimentos con el árbol y con los colores que en el se producían. Poco tiempo después, Alfanhuí consigue el título de oficial disecador y entonces el maestro y él deciden llevar a cabo la industria definitiva: fabricar pájaros vegetales injertando ovarios de aves el castaño. Los pájaros, nacidos tiempo después de diminutos huevos que crecían en el interior de las castañas, comienzan a volar libres por el jardín y por los campos del pueblo mostrando su colorido y su extraña forma plana de hoja. Pero esto es demasiado para los habitantes de la aldea, que ya no pueden tolerar más todas las cosas extrañas y desconcertantes que ocurren el taller y vivienda del maestro disecador. Una noche, una multitud de vecinos entra por la fuerza en casa del maestro destrozando todo lo que allí se encuentra, agrediendo al taxidermista y prendiendo fuego a la vivienda. Alfanhuí y el maestro consiguen huir al campo, pero el anciano muere de tristeza en brazos del niño. Alfanhuí entierra a su maestro en el campo de Guadalajara y decide volver con su madre. De nuevo en su pueblo, Alfanhuí se dedica a tareas del campo, pero se siente desesperadamente triste y melancólico hasta que un día “la nieve despeja su melancolía”.


Segunda parte


Alfanhuí decide marchar a Madrid, viaje que hace a pie. Nada más llegar a las afueras de la ciudad, Alfanhuí entra en una venta donde conoce a Don Zana, apodado en el Madrid castizo “el Marioneta”. Don Zana es un hombrecillo diminuto, un carismático chulapón petimetre de impecable vestimenta que en ese momento no tiene ni oficio ni beneficio, pero que en su día tuvo varios. El personaje es conocido en todo Madrid por su tendencia a bailar sobre mesas y tejados y por su carácter vivaracho; se asemeja a una marioneta de madera (Alfanhuí advierte que su mano no es humana) y parece comportarse como tal. Don Zana invita al niño a hospedarse en la misma pensión done él vive, regentada por Doña Tere, y a partir de ese ejercerá de su tutor oficioso en la villa y corte.


El Madrid donde vive ahora Alfanhuí es un escenario artificioso e irreal, como un decorado de teatro o el guiñol de títeres: las prostitutas parecen estar pintadas desde hace “siglos” en las paredes de las casas, los incendios de los edificios transcurren casi como una pantomima con los bomberos y las víctimas siguiendo cada uno su papel, y todo el mundo parece comportarse de manera exagera y compulsivamente ridícula. No obstante, Alfanhuí encuentra fascinante la pensión de Doña Tere, la peculiar forma triangular de su edificio y todo lo que allí se encuentra, así como la curiosa historia del padre de la dueña de la pensión, un hombre que se durmió mientras araba con bueyes y estos continuaron caminando, atravesando valles y montañas hasta llegar a dentro del mar. Otro de las experiencias con las que Alfanhuí disfrutó en Madrid fue la visita a una vieja casa abandonada, en donde había un piano con una colmena en su interior.

El día de carnaval, Don Zana decide organizar un improvisado desfile de máscaras junto con gente disfrazada que va reclutando casa por casa. Recorriendo la ciudad, la grotesca comitiva se encuentra frente a Alfanhuí, y tras haber huido el resto de máscaras, Alfanhuí se abalanza furioso sobre Don Zana, destrozándolo como si fuese un muñeco, con su cabeza de madera rodando por los suelos. Alfanhuí ha matado a Don Zana, en sus manos hay sangre (él no pensaba que Don Zana la tuviese), y durante un buen rato no puede ver nada. Vagando ciego por las azoteas de Madrid, Alfanhuí poco a poco va recobrando la vista y decide abandonar Madrid.


Tercera parte


A través de la sierra y la meseta, Alfanhuí se dirige al norte buscando retornar a Castilla, volviendo a realizar todo el trayecto a pie. Su destino es Moraleja, el pueblo de su abuela paterna, en donde piensa pasar una temporada. En el camino conoce a Heraclio, el gigante del bosque rojo, un gigantesco cantero que vive solitario en una cabaña y al que sus vecinos le desterraron tras serle conmutada una pena de muerte por una simple disputa. Alfanhuí pasa la noche con él y este le explica su visión de la amistad y de las cosas a las que se les da importancia. El niño se muestra conmovido por la bondad del gigante y a la mañana siguiente parte para llegar a Moraleja a casa de su abuela Ramona.


La abuela de Alfanhuí- a la que no había visto nunca- era una anciana de provincias sencilla y de fuerte carácter al estilo rural, enormemente longeva y muy popular entre los niños de la aldea por ser capaz de incubar huevos de pájaro en su regazo que los chiquillos le traían para quedarse ellos después con los pollos. Alfanhuí y ella congenian enseguida, ya que a la anciana le hacía bastante ilusión conocer por fin a su único nieto. Alfanhuí encuentra la felicidad en su nueva vida en Moraleja trabajando de boyero y siendo testigo del alegre y plácido discurrir del día a día en las sencillas gentes del pueblo, en el cual permanece varios meses. Nuestro protagonista pronto de da cuenta de que la abuela tiene en su casa varios arcones, pero no quiere revelar a su nieto el contenido de estos. Un día, la abuela le regala a Alfanhuí unas botas que habían sido propiedad del abuelo, las cuales se encontraban en una de las arcas.


Por vez primera, Alfanhuí es testigo en Moraleja de un suceso verdaderamente extraordinario: Caronglo, el más viejo de sus bueyes, muere en el pasto y el resto de los bueyes del rebaño organizan una especie de cortejo fúnebre en el medio del cual surge la sombra de Caronglo, la cual termina sumergiéndose en el río. Llega el verano, Alfanhí decide despedirse de la abuela y se encamina hacia por norte de castilla hacia Palencia. En al capital palentina Alfanhuí se coloca como aprendiz de mancebo en la herboristería de Don Diego Marcos, en donde aprende las propiedades de las diferentes hierbas y plantas y realiza experimentos por su cuenta. En su afán por conocer los secretos de los vegetales y sus diferentes gamas de verde, Alfanhuí llega a obsesionarse y su carácter y su mirada se hacen pasivos y ausentes. Tras días y días de estudio, Alfanhuí comprende que por fin ya ha aprendido todo lo debía saber, y entonces su carácter “vegetal” vuelve a la normalidad. El niño decide entonces abandonar Palencia y comienza a caminar sin rumbo explícito por los campos castellanos. Llegado a la ribera de un río, bandada de alcaravanes sobrevuela su cabeza mientras grita “Al-fan-huí”. Alfanhuí se acuerda entonces de su maestro con emoción y del momento en el cual recibió de él su actual nombre, mientras el arco iris surge en el cielo.


CONTINUARÁ