jueves, abril 25, 2019

GRACIAS A DIOS (GRÂCE À DIEU)



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Sólo un director con oficio y extraordinario buen hacer como François Ozon podría firmar una película de denuncia necesaria y que cumple más que con creces con sus diferentes cometidos sin caer en el sensacionalismo ni en clichés innecesarios que lastrarían la credibilidad de su resultado final, porque principalmente la empresa de rodar este filme basado en hechos reales y que acusa con nombres y apellidos a cargos de la iglesia católica en Francia era ya algo arriesgado y que precisaba del máximo rigor especialmente a la hora de narrar hechos y de mostrar el discurrir de unos acontecimientos cuya resolución aún no ha llegado. Los casos de denuncias a partir de 2014 hacia los abusos sexuales cometidos por parte de un sacerdote de Lyon, el padre Preynart (interpretado en este filme por Bernard Verley)  a varios niños durante los años 80 ha sido un tema que ha sacudido a la opinión pública francesa en los últimos años y especialmente a la ciudad de Lyon, una localidad más bien conservadora donde la jerarquía eclesial tiene un amplio poder (de hecho, aunque Ozon rodó el filme en secreto ha habido presiones para que no se llegase a estrenar), y básicamente lo que trata de mostrar este filme, además de todo el afán de los damnificados -ahora adultos en diferentes circunstancias vitales- por sacar a la luz todos los casos y que se haga justicia sobre el pederasta, es la falta de colaboración del propio clero en la resolución del caso y su tendencia a proteger a Preynart. Pero la película no se pierde ni es sordideces ni en los vericuetos dramáticos previsibles cada vez se tocan estos temas (ni tan siquiera los aspectos policiales y periodísticos, que solo están tratados esquemáticamente) y en cambio ofrece una crónica pormenorizada del esfuerzo de un grupo de personas por conseguir que se haga justicia, con todas las imperfecciones, dificultades y contratiempos que un propósito colectivo siempre experimenta a lo largo del tiempo. En ese sentido la película apuesta por un verismo total ha costa de incluir todo tipo de circunstancias de una crónica real: personajes que desaparecen de la trama porque ya no tienen más que decir, situaciones inconclusas y preguntas que quedan en el aire, pero nada se resiente gracias a una enorme solidez narrativa.

La película tiene un protagonismo a tres bandas centrado en tres personajes que se turnan en su función de personaje central mientras que alrededor suyo van surgiendo otros que también atesoran importancia. Alexandre (Melvin Poupaud) un ejecutivo cuarentañero católico prácticante y padre de feliz familia numerosa decide denunciar los abusos que el sacerdote Bernard Preynart le infringió en su infancia durante campamentos de verano al enterarse que sigue trabajando con niños al mismo tiempo que por primera vez cuanta a su familia que sufrió abusos por parte del cura. Esa salida a la luz algo que él había ocultado durante más de 30 años es compartido por François (Denis Menochet), quien se entera casualmente de los movimientos de Alexandre y decide iniciar una asociación de damnificados, y por Emmanuel (Swann Artaud) un joven al que los abusos de Preynart le han afectado considerablemente desde entonces. Junto con otros afectados como el médico Gilles (Éric Caravaca) y el apoyo de las familias de todos, los tres hombres emprenderán una lucha titánica entorpecida por los intereses y la hipocresía de la jerarquía eclesial lyonesa encabezada por el cardenal Barbarin (François Marthournet) y varias dificultades personales y relacionales entre los miembros del colectivo, todos ellos con problemas, percepciones y matizaciones sobre las experiencias bastante dispares que la película muestra magníficamente. Siguen haciendo falta películas así.




lunes, abril 22, 2019

MIA Y EL LEON BLANCO (MIA ET LE LION BLANC)




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Curioso esfuerzo dentro del cine francés mediante el cual se ha conseguido una película familiar con vocación internacional (rodada en África y en inglés) con un reparto internacional y con mensaje. Gilles de Maistre dirige con oficio una película de modestas pretensiones que consigue encantar y conmover al tiempo que echa un rapapolvos a la especie humana por su condición de depredadora. Es cierto que la historia de amistad entre un niño y un animal salvaje es algo cien mil veces visto, pero precisamente por eso el que una historia de este tipo no resulte manida y previsible resulta una virtud que esta película, aunque sin estridencias, ha sabido aprovechar. La película nos habla de los esfuerzos de Mia (Daniah de Villiers, una jovencísima actriz sudafricana con enorme talento) la hija de los propietarios de un criadero de leones por salvar la vida de Guapo, su joven león blanco, un ejemplar nacido en cautividad en la granja de sus progenitores cuyo destino al de igual del de el resto felinos del recinto será servir de blanco para safaris de turistas. Empeñada en seguir tratando a un león casi adulto como su entrañable mascota, la adolescente Mia será capaz de luchar contra los convencionalismos de la relación entre los humanos y los animales salvajes mientras trata de salvar a su amigo al tiempo que la relación con su familia experimentará cambios especialmente cuando el desencanto se apodere de ella cuando descubra la verdadera razón del negocio de su padre.

Con una muy lograda fotografía realzada por bellos parajes sudafricanos, una de las virtudes del filme es que en todo momento vemos animales reales (incluido el león blanco en sus diferentes edades) y todo está tratado sin sensiblería, pese a manidas concesiones del melodrama más comercial. El guión tal vez resulte simple y sin excesiva originalidad, pero no hay que olvidar que este es un filme especialmente dirigido a niños y adolescentes y cumple más que con creces con su función y sin dejar de ser interesante para el público adulto al que va dirigido principalmente su mensaje de la rapiña a la fauna del continente africano. Un ejemplo de cine denuncia para todos los públicos.