martes, abril 16, 2019

DUMBO




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Disney sigue ahí venga y dale con las adaptaciones a imagen real de su inagotable catálogo de clásicos universales de la animación, una jugada que además de la estrategia mercadotécnica que la ha generado demuestra tanto falta de ideas originales como una voluntad de autohomenajearse, algo perfectamente legítimo para la compañía pero que empieza a ser cansino. Esta vez le ha tocado el turno a un clásico de los primeros años de los largometrajes (principios de los 40) como es Dumbo una entrañable historia de superación y aceptación al diferente que viene ni pintada en los tiempos que vivimos y que tampoco desentona nada en la filmografía del director elegido, Tim Burton, quien repite para Disney después de su peculiar pastiche de Alicia en el país de las Maravillas (2013) y vuelve al tema de los personajes con peculariedades incomprendidos y marginados. Hay que decir que aquí Burton no se toma las libertades del filme de Alicia y aunque ofrece una versión más o menos libre con respecto a aquel filme de 1941, el espíritu inocente del Dumbo original, aquel pequeño elefante blanco de burlas por sus largas orejas que conseguía volar gracias a ellas, se respira por los cuatro costados aunque la historia esta significativamente alterada y puesta al día en cuanto a su mensaje y con un enfoque menos fantasioso y en cierto modo más adulto que aquel filme basado en una cuento para niños escrito por Helen Aberson-Mayer que nunca fue publicado aunque consiguió ser vendido a Disney en 1939.

Aunque como película de entretenimiento dirigida principalmente al público infantil y no exenta de chicha y de buen cine Dumbo cumple perfectamente las expectativas, no consigue ser una película con verdadero relieve dentro de sus pretensiones ni tampoco se nota mucho la mano maestra de un Tim Burton que desde hace bastantes años ya no es el mismo, no obstante esto no impide que estemos ante una película entrañable en el más puro estilo Disney con bastantes mas matices que la historia original y sobre todo un acabado formal una vez más de chapó tal y como se espera de Burton, en el que juegan un papel fundamental una fotografía muy vintage (la historia se desarrolla en los años 10) y con enorme encanto obra de Ben Davies, una escenografía y unos efectos visuales espectaculares (los vuelos de Dumbo no defraudan, de veras), y una estupenda partitura a cargo, como no, del gran Danny Elfman. Este nuevo Dumbo, excelentemente creado por odenador (como todo el resto animales del film) consiguiendo una imagen enternecedora pero poco creíble, sigue siendo un elefantito despreciado por personal y público del circo donde trabaja y cuya inesperada habilidad consigue redimirle, pero ahora el mensaje varía: donde antes se rendía culto al éxito fácil (que en esta versión se critica con decisión) ahora se ensalza el triunfo de la fidelidad en los ideales y el valor del respeto a personas (y animales), manteniendo la oda a la amistad y al amor maternofilial de la película original. Nuevos personajes en esta adaptación firmada por Eheren Kruger irrumpen con significación, como son los niños hermanos Milly (Nico Parker) y Joe Farrier (Finley Hobbins) los mejores amigos de Dumbo hijos del artista circense lisiado Holt Farrier (Colin Farrell), otro personaje que encontrará su redención, el director del Circo Max Medici (Danny de Vito), el codicioso empresario V.A Vandevere (Michjael Keaton), quien curiosamente dirige un complejo recreativo que parece el reverso tenebroso de Disneyland o la altiva pero noble trapecista Colette Marchand (Eva Green). Ya no hay ningún ratón parlante (aunque se le homenajea) y ni asomo de aquellos cuervos afroamericanos y el final de la película es políticamente correcto aunque eso si más logrado que en el filme original. Y es que los tiempos cambian hasta para historias de toda la vida.