lunes, julio 05, 2010

El aparatito de Lumiere - VINCERE

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Un más que sugerente filme histórico que con una relativa y premeditada parquedad de medios expresivos y descriptivos es capaz de contar una más que convincente historia de una manera eficaz e inteligente. Este filme italiano esta centrado en la figura de Ira Dalser, la esposa secreta en su juventud de uno de los personajes más odiosos del siglo XX, Benito Mussolini, al cual le dio un hijo. Al casarse después Mussolini por lo civil con Rachele Guidi, con la que mantenía relaciones desde 1910 (sin tener conocimiento de ello Ira Dalser), tanto la “segunda esposa” como el hijo nunca fueron reconocidos por el dictador, y una vez este llega al poder ambos son aislados en Trento y finalmente Ira- que trató en afanosamente pero en vano que tanto su situación como la de su hijo saliesen a la luz pública- será declarada loca e ingresada en un manicomio. Dos personajes, el de Dasler (Giovana Mezzogiorno) y el del joven Mussolini (Filippo Timi, que también interpreta a Benito Albino, el hijo del Duce, en la edad adulta) son los únicos de verdadero peso en esta película que se mueve entre el rigor histórico y lo alegórico, esto último desde una vertiente tan crítica e ingeniosa como extravagante. El resultado, un excelente filme tan emotivo como extraño.


Una lucha imposible y perdída de antemano: esto es lo que cuenta esta película, el sufrimiento de una mujer a la que la siniestra maquinaria de un estado totalitario trata de borrar y de silenciar inventándose para ella una cruel e impostada realidad virtual. Es en la segunda parte del filme donde el personaje de Dalser, excelentemente compuesto por Giovana Mezzogiorno, se adueña de la película y el espectador termina identificándose realmente con esta mujer y su sufrimiento, mostrado en el filme sin tremendismo y sin artificiosidad dramática pero de manera directa y clara. Curiosamente en este segundo acto, el personaje del Mussolini interpretado por Timi, ya gobernando Italia, desaparece y las imágenes que vemos del dictador son imágenes reales de archivo; hasta ese momento, Filippo Timi ofrece un auténtico recital interpretativo que muestra muy bien el devenir personal, ideológico y político de tan nefasto personaje (socialista en sus comienzos, por increíble que parezca), así como el rasgo que más se trata de destacar en esta película: su total e irreversible egoísmo.


Al margen de la oportunidad o no de juegos simbólicos (que a veces rozan el esperpento) o la constante presencia de recursos documentales un tanto “artys”, Vincere es una sólida película que yendo más allá de la biografía y de la crónica histórica, sabe retratar perfectamente todo el caos y la confusión social y moral de un país en una época funesta de su historia, creando un espectáculo narrativo que, la verdad, impone lo suyo.



domingo, julio 04, 2010

EL PARQUE DE ATRACCIONES DE VIZCAYA 1974-1990 - COMPENDIO DE MEMORIAS ARQUEOLÓGICAS (y II): RECUERDOS DE LAS ATRACCIONES




Todo el que haya visitado el Parque de Atracciones de Vizcaya más de una vez durante los 16 años de existencia del recinto situado en las alturas del monte Artxanda (o el Avril, o el Ganguren, en realidad nadie parecía saber el lugar a ciencia cierta) tiene un recuerdo más o menos nítido de todo lo que allí había, dependiendo, claro está, de la edad con la que se contase en aquellas visitas. Servidor, que tenía a penas unos meses cuando el parque se inauguró, disfrutó de unas cuatro o cinco estancias en el PAV, la primera en verano de 1976, y la última 10 años después, en verano de 1986 y con el parque ya en declive. Ciertamente, poco se había renovado el PAV en 10 años más que por la inclusión de algunas atracciones nuevas (las más adrenaliníticas como el Enterprise, aunque a años luz de otras mucho más kamikazes que empezaba a haber en otros parques de Europa) - ya que el espacio del recinto era muy limitado,- y la renovación en la decoración de otras; en todo caso, más o menos el 70% de las atracciones a finales de los 80 ya estaban en el PAV desde su apertura en 1974. Es por ello, que la memoria y los recuerdos sobre el parque de Atracciones se mantengan tan inalterables y claros con el paso del tiempo.


En este artículo me propongo hacer un intento de desordenado y apurado recuerdo de todo lo que uno se podía encontrar allí en un día de visita. Es una empresa más de esfuerzo de memoria que de cotejación gráfica, ya que las imágenes del parque en funcionamiento que uno puede encontrar se reducen a algunas escasas fotos familiares de recuerdo de aquellas inolvidables y divertidas jornadas. Por ello, es hora de poner a trabajar los archivos interiores del cerebro, ¡volvamos al Parque de Atracciones Vizcaya!


La automoción, en coche o en bus, era el único medio para llegar al PAV, en pleno monte y alejado del caso urbano bilbaíno y de cualquier otro atisbo de civilización en la Bizkaia de los 70 y 80. Tras una ardua escalada en el coche familiar y tras haber divisado en varias curvas y puntos estratégicos de la carretera el inconfundible paisaje del PAV (con su noria, sus pirámides, su montaña rusa, etc), lo cual producía el primer subidón de adrenalina en los corazones infantiles, pronto aparecían vallas publicitarias con la leyenda “El Parque de Atracciones de Vizcaya esta a x metros” (o algo así), y efectivamente, recorridos esos metros ya estaba uno ante las puertas metálicas del PAV. Allí junto a al entrada, un nuevo cartel con el Basajaun mascota del complejo te daba el Ongi Etorri (Bienvenidos) de rigor. En realidad, había dos entradas, la correspondiente al parque y sus instalaciones (incluido el mini zoo y el auditorio) y la de la piscina, cuya entrada, como dijimos en la primera parte de este monográfico, se pagaba a parte ya que la estancia en ella era independiente. No fui nunca a la piscina del PAV, por lo que nada puedo decir sobre sus cualidades, aunque recuerdo que era la piscina mas grande que jamás había visto, con una por entonces curiosa forma circular o oval.


El parking estaba a la entrada del parque, antes de llegar al zoo, y tenía una forma más o menos rectangular. Una vez aparcado el coche, lo primero que se visitaba era el pequeño y modesto pero coqueto Mini Zoo, a la entrada misma del PAV y algunos metros a la entrada de la zona de las atracciones. No era de “obligatorio cumplimiento” el visitar el zoo en primer lugar, pero su situación estratégica en el recinto invitaba a ello. El Zoo del PAV ocupaba una mediana porción al este del complejo, más allá había fincas y bosques no pertenecientes al recinto lúdico. Junto al límite este del Zoo y ejerciendo de separación con el recinto de atracciones se encontraba el auditorio-anfiteatro al aire libre de sillas de plástico azul, cuya estampa impresionaba, lleno tenía que ser la leche.


El Zoo tenía varias jaulas, algún foso, y al menos un par de estanques para animales, además de un edificio de extraña arquitectura (algo así como la revisión futurista de un templo sumerio con elementos del minimalismo del siglo XX, ver fotografía en el post primera parte de este monográfico) que albergaba acuario, aviario jaulas pequeñas, galerías con animales disecados, etc. En las jaulas hubo osos, tigres, pumas, lobos, linces, zorros, monos. También llegué a ver algún pingüino paseándose con un cuidador por el recinto del Zoo antes de sumergirse en el estanque. Según cuentan las crónicas, en los últimos tiempos del Zoo los bichos no requirieron de todas las atenciones necesarias, y lo cierto es que en la última visita que realicé allá por 1986 se les veía tristes y muertos de asco. En el edificio “polivalente” de Zoo (decorado en su fachada con dibujillos naïf semi cubistas de animales), lo que llamaba la atención la sección del acuario con varios pequeños tanques con animales marinos. También había allí, en el piso bajo (el edificio tenía dos o tres) jaulas con monos y algún pequeño mamífero. Ya en la segunda mitad de los 80, había una vitrina con varios animales disecados (supuestos antiguos inquilinos del Zoo que ya pasaron a mejor vida) conformando dramatizadas y estáticas escenas de la vida salvaje: recuerdo uno de esos “dioramas” disecados, el de un de un tigre “persiguiendo” a un mono. Parece ser que algunos de esos animales disecados una vez clausurado el PAV continuaron durante años y años en el recinto abandonado. Ciertamente, año tras año, el Minizoo del Parque iba perdiendo glamour y fuerza.


En una zona entre el auditorio, el zoo y las tracciones (las cuales ocupaban toda la parte oeste del recinto), se encontraba la pista de coches (Karts, Formula VIII) tal vez la única atracción reservada exclusivamente a la gente adulta, aunque luego se inauguró una versión infantil. Pero lo que a un crío interesaba del PAV por encima de todas las cosas era obviamente el recinto de atracciones y barracas y todo lo que en el había. En dicha parte del parque - cuyo límite hacía el oeste era la ladera del propio monte- estaban las oficinas del PAV a la entrada, con su curioso edifico-torre de corte ci-fi que como otras muchas estructuras estables del parque aún sobrevive en pie; así como el enorme y bastorro restaurante self-service, con unos ventanales que daban hacia Bilbao. El recinto de las atracciones estaba conformado por una gran avenida (como gustaba de poner en las notas de prensa de la época sobre el PAV) rodeada de las atracciones y de las famosas pirámides, las cuales servían de cubierta al restaurante, la sala de juegos recreativos, la sala de los espejos de la risa, el laberinto de espejos. La avenida estaba surcada por varias calles y subcalles terminaba en una especie de plaza de forma irregular (donde se encontraban las últimas atracciones según orden de recorrido); más allá de ella, las laderas del monte y bajo ellas el lejano horizonte bilbaino y de parte de la comarca de Ibaizabal. El propio entorno del parque era realmente atractivo para la época, con bastantes jardines, fuentes muy modernas, y esa constante ambientación musical por la omnipresente megafonía, que en los 80 la conformaban los últimos éxitos de Spandau Ballet, OMD, Michael Jackson, Olé Olé, Dire Straits, La Unión, Culture Club… ¿Y cuales eran las atracciones? Pues, sin seguir ningún orden de recorrido (imposible de recordar ahora), eran a grandes rasgos las que pasamos a describir a continuación.


En realidad sería muy difícil (e injusto) destacar una atracción o “barraca” estrella del PAV, ya que solían tener una aceptación muy similar. No obstante, había una que, no se sabe por que, pero era de las más comentadas y que más gustaban al público en general, el Gusano Loco, tocayo y homólogo de su hermano en el Parque de atracciones de Madrid, no en vano muchas de las atracciones eran versiones del parque madrileño, perteneciente a la misma empresa. El Gusano Loco no era más que una versión corregida y aumentada de los celebres “gusanitos” de las barracas de ferias, en donde a bordo de un largo vehículo articulado la gente iba dando vueltas a un circuito (en el caso del Gusano Loco se metía por un túnel y tenía varios desniveles) y en un momento dado, el “gusano” se cubría por una lona. Era la atracción preferida por los adolescentes por aquello que permitía meter mano cuando se bajaba la lona. También había otras atracciones muy comunes en las barracas de entonces) aunque técnicamente mejores, claro), como El Pulpo, que a principios de los 70 era una tracción sorprendente incluso para un parque de atracciones, el Apolo, la típica atracciones de avioncitos dando vueltas que en este caso eran naves espaciales, además de atracciones para los más pequeños como el Tio Vivo (con un impagable muñeco guarda urbano en el centro), las Barcas sobre el estanque, que ya ni me acuerdo donde estaban o el Gusano Txiki que se inauguró hacia 1985.


Por su espectacularidad, tanto la Noria Visión, como la Montaña Rusa, fueron inicialmente atracciones estrella del parque. La noria, con 26 metros de altura, era a mediados de los 70 una de las más altas de Europa. Desde su punto más alto, la vista panorámica desde Bilbao (no hay que olvidar que el PAV se encontraba en un monte) era impresionante. La Montaña Rusa, por su parte, obviamente estaba a años luz de las bestialidades que se instalarían en años posteriores en otros parques, pero no dejaba de ser una experiencia el límite para un chaval de 10 años. Si se quería una vista panorámica, a parte de esas dos atracciones, estaba el Tren Turista, un pequeño tren que iba sobre una vía que recorría todo el parque, por lo que también ofrecía una vista completa del recinto.


Los coches Ford T, eran otra de las atracciones para toda la familia. Se trataba de unas modestas reproducciones del legendario automóvil creado por Henry Ford que discurrían por unos raíles situados cerca del restaurante del PAV, por lo que se trataba de una de las atracciones que mas cerca estaba del borde de la montaña, y también de las más divertidas, ya que los coches -para cuatro personas como mucho- iban a toda pastilla. Ya de más emoción era el típico Balancín, en una versión bastante más hard y en donde yo nunca me monté. A lo alrgo de los 80, el parque trató de dotarse con atracciones de carácter mas “tecnológico”, y hacia 1986 se anunció a bombo y platillo la inauguración del Enterprise, una veloz noria seminclinada con estética de nave espacial, cuyo nombre estaba tevidentemente tomado del universo Star Treck. También del mundo de la televisión y de la ciencia ficción procedía el nombre de otra atracción inaugurada a mediados de los 80, el Scanner. Su un tanto descontextualizado nombre lo tomó de la teleserie Galáctica, Estrella de Combate, en donde se hablaba del scanner en todo momento: se trataba de la ya tradicional plataforma circular que daba vueltas para un lado y para otro y de arriba abajo, es decir, la atracción menos recomendable para después del almuerzo. No hay que olvidarse tampoco de los Autos de Choque, que eran una de las primeras barracas que el personal encontraba nada más entrar en las atracciones y que estaban situados cerca de las máquinas recreativas y los puestos de venta al público. El recinto de los coches era de los más grandes que yo he visto jamás para este tipo de atracción y los coches también eran grandes y bastante elegantes.


Pero si hay una atracción que se puede decir que sea “de culto” de entre todas las que había en el PAV, esa era el Tren Fantasma, también conocido como El Castillo del Terror. Casi con toda probabilidad, calcado al del Parque de Madrid en aquellos años, su sola apariencia ya producía terror entre los críos de muy corta edad (el miedo que me daba, madre mía…) con su estructura de dos pisos en forma de castillo y “fachada” de metal o cartón piedra, primero reproduciendo la terrorífica fachada de un castillo tétrico con vampiros, demonios y otro tipo de monstruos pintados, asomados a las ventanas. En años posteriores, el Tren Fantasma iría cambiando de pintura de la fachada externa y abandonará el “concepto” del castillo para pasar a mostrar paisajes de pesadillo llenos de fantasmas, zombies y calaveras o un display de diversos personajes míticos del terror (hombres lobos, momias, zombies). La atracción consistía en recorrer los dos pisos del “castillo” en unos cochecitos en donde cabían dos personas (no era un tren, pese al nombre de la atracción) y toparse todo el recorrido con autómatas del Conde Drácula (antológica primera aparición en el Tren Fantasma, algo que ha quedado grabado en la retina de miles de vizcainitos/as), brujas, muertos, gigantes, el monstruo de Frankesntein, momias…algunos se movían, otros estaban estáticos, pero tenían bastante realismo y daban muy mal rollo a los 9 o 10 años. No obstante, uno de los personajes más inquietantes del Tren Fantasma del PAV era el conocido como “niño amputado”, un niño de corta edad vestido de época con su traje de marinerito, con los brazos cortados y ensangrentado. Decididamente, la generación de nacidos en los 70 tuvo que ser diferente a la fuerza. Otra atracción de corte similar (con muñecos animatrónicos), fue la que precisamente fue la última en inaugurarse, La Selva Mágica, que se estrenó en 1989 cuando el parque paso a ser propiedad de la Diputación Foral de Bizkaia. Nunca vi dicha barraca, pero al parecer consistía en un recorrido en el tren de turno por una selva artificial poblada por muñecos de animales cuyos movimientos se generaban por ordenador, dejando atrás el rudimento de la célula fotoeléctrica de los monstruos del Tren Fantasma.


No todo eran atracciones de automáticas en el PAV. ¿Quién no recuerda los Espejos Grotescos y las pintas que uno tenía en ellos reflejado? Y junto a ellos, en la misma dependencia cubierta con la pirámide de turno estaba el Laberinto de Espejos, una tracción muy popular entre jóvenes y adolescentes principalmente por las leches que uno se pagaba y las risas que se hacía cuando esto ocurría (con otra persona, claro). No me lejos de estas atracciones, concretamente en frente, estaba La Casa Encantada, otra atracción en lo que no era necesario montar en ningún artilugio ya que se recorría a pie. Su estructura era de piedra u hormigón (revestido de algún material) y por ello es una de las pocas atracciones propiamente dicha cuyo recinto de conserva actualmente. Se trataba de un pequeño edificio de unos 40 metros cuadrados en donde había toboganes, ruedas giratorias…una cosa muy divertida para la chavalería y una de las atracciones preferidas por los niños de entonces.


Muy cerquita, al lado literalmente, del Tren Fantasma, estaban la pequeña pista de minimotos, unos aparatitos diseñados para ser conducidos por críos de corta edad con los que dabas más vueltas que una peonza hasta que le cogías el tranquillo. Al lado de esa pista, se encontraban las camas elásticas, otra cosa para los más pequeños y que siempre estaba petada. No se podía decir lo mismo de La Casa de la Fantasía una caseta concebida solo para ser visitada y en donde había muñecos y maniquíes (estáticos) representando a personajes de cuentos, una cosa muy sosa y la verdad es que bastante cutre. Hubo también un pequeño laberinto infantil de piedra que a mediados de los 80 se encontraba semi derruido, y ahí estaba muerto de risa y sin ninguna función. También hubo, para visitar, un Fuerte y un Campamento Indio, de los que apenas recuerdo nada, ¿desaparecieron a finales de los 80?


Todo un edificio estaba dedicado a albergar máquinas tragaperras, videojuegos (al principio en los 70, serían el Pong y poco más) y otros cachivaches electrónicos como autómatas que funcionaban echando una monedita. Esta dependencia desapareció en 1989, el último año de vida, del PAV, cuando se inauguró la Selva Mágica. Cerca de allí se encontraban los puestos y tiendas de chuches, algodón de azúcar, churrerías, etc. Estas dependencias estaban en al calle que servía de entrada y salida del parque.


Atención señoras y señores, dentro de media hora el Parque de Atracciones de Vizcaya procederá a su cierre. Oído ese anuncio por la megafonía, todo el mundo se preparaba para marcharse: familias con niños, parejitas de veinteañeros, cuadrillas de chavales adolescentes, recién casados…La última vez que la gente abandonó el recinto del PAV tras un divertido e ilusionante día fue hace 20 años. Y desde entonces, el Parque de Atracciones de Vizcaya, el Parque de Atracciones de Artxanda, es un más que agradable recuerdo para muchos vizcaínos y vizcaínas que disfrutaron como enanos en aquel oasis que a muchos les hacía recordar que otro mundo, otra realidad mucho mas divertida que lo que se vivía todos los días, era posible. Como no olvidar aquel universo paralelo de risas, alegría, adrenalina, sustos, mareos, pulpos gigantes, gusanos insanos, barcas, lobos, monos, pingüinos, vampiros, poblados de pieles rojas, espejos que te engordan, y paseos por el cielo a bordo de una noria. Nos lo pasamos muy bien allí.