martes, enero 23, 2018

LOVING VINCENT




 ****  y 1/2

Son contadas las ocasiones en los últimos tiempos en las que los aficionados al cine pueden ver algo diferente y más o menos revolucionario y con Living Vincent hay una ocasión de degustar una película que demás de ser un biopic esforzado y sugerente (con la ventaja creativa que supone el hecho de poder fantasear sobre algunos aspectos) es estéticamente algo innovador y con un sentido artístico que desde luego que se hecha en falta demasiado en el cine de hoy. Esta insólita coproducción entre Polonia y el Reino Unido nos cuenta los últimos días del genial Vincent Van Gogh (1853-1890), un pintor cuya tormentosa y muy cinematográfica vida ya ha sido objeto de otros filmes, algunos tan emblemáticos como El Loco del Pelo Rojo (1956), utilizando el recurso de la animación con rotoscopio- dibujo “calcado” sobre fotogramas de imagen real- una técnica tan antigua como el cine animado mismo pero con la peculariedad de que un grupo de 125 artistas han pintado en óleo a mano los fotogramas utilizando el característico estilo pictórico del holandés consiguiendo así una especie de cuadro de Van Gogh animado que nos va contando una historia, la del pintor, recreando además en imágenes y secuencias determinadas algunas de las obras más conocidas del arista: Campo de trigo con cuervos, El doctor Paul Gachet, La iglesia de Avers-Sur-Osie, El Zuavo, Anciano afligido, La Noche Estrellada y muchos otros más. Dos relativamente recien llegados, la polaca Dorota Kobiela y el británico Hugh Welchman son los directores responsables de  este reto cinematográfico que eleva el cine de animación a unas altas e innovadoras  cotas  declarando además su amor por el arte y más concretamente por la obra y vida de Vincent Van Gogh con este casi perfecto y honesto homenaje utilizando magistralmente todos los recursos de imagen y de narración que el medio cinematográfico puede ofrecer en esta ocasión aliado casi simbióticamente con el arte de la pintura, consiguiendo un ejercicio de meta-cine y de meta-narración fascinante.

Lo que se nos cuenta son los últimos años de la vida de Van Gogh, centrándose especialmente en sus últimos y enigmáticos días en Auvers (Francia) que terminaron en un aparente suicidio. El hilo conductor y en cierto modo coprotagonista de la historia es el joven Armand Roulin (Douglas Booth) el hijo del cartero Joseph Roulin (Chis O´Dowd) - miembros de la celebre familia inmortalizada por los pinceles de Vincent- quien una año después de la muerte del pintor parte de mala gana desde Arles a París para entregar una carta de Van Gogh (Robert Gulaczyck) a su hermano Theo  (Cezary Lukaszevicz), pero este también ha fallecido, por lo que al final dirigirá sus pasos a Avers-Sur-Osie el último lugar donde vivió Van Gogh para contactar con el que fuera su amigo y galeno el Dr. Gachet (Jerome Flynn) con el fin de que este le aclare todo lo ocurrido con el artista. Mientras Armand emprende una investigación casi detectivesca en la localidad que vio morir a Vincent entrevistándose con conocidos, las imágenes sobre la vida y los últimos días del pintor se suceden -en esta ocasión con rotoscopio en blanco y negro sin utilizar la pintura vangoghiana- consiguiendo una trama ágil y muy interesante adornada con un notable carácter simbólico y manierista reflejado en la recreación de los cuadros del pintor y ligado a este cierto aliento poético consiguiendo una gran emotividad de al que no es ajena la intensidad dramática de la historia y el carácter del pintor, un hombre siempre al borde de la obsesión y el colapso mental que sencillamente buscaba hallar la realización personal por medio del arte, algo que su carácter inestable y atormentado se lo impedía.   

Todo el esfuerzo invertido por los directores, actores (prestando sus imágenes como base de los dibujos), animadores, artistas, directores artísticos, etc. ha merecido la pena y se puede decir que esta es la película definitiva sobre Vincent Van Gogh. Todo su arte, su universo visual y el espíritu de su obra, incluidos sus retratos encarnados por los actores de este filme, aparece reflejado aquí. Lo mejor de todo e  que no hace falta ser un admirador de van Gogh ni ser un experto en arte para disfrutar de este filme, simplemente es preciso tener cierta sensibilidad, gusto por historias de lucha personal ante adversidades de todo tipo (incluidas las internas) y predisposición para estar ante una imágenes bellas y coloristas que terminan atrapando. Puede que no sea un filme perfecto, pero es una experiencia irrepetible.