martes, enero 08, 2019

VIAJE A NARA (VISION)





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La extrañeza que provoca el nuevo filme de la japonesa Naomi Kawase (Una pastelería en Tokio) es compensada por la fascinación que sus imágenes irradian, por su impecable puesta en escena y por la habilidad con la que da con un tono narrativo extraño y desconcertante pero al fin de cuentas totalmente adecuado con una historia poética y fantástica, un cuento de hadas metafísico que a veces cae en la autocomplacencia y el hermetismo pero que en ningún caso se imbuye en la pedantería. Esta coproducción franco-japonesa tiene tal vez como principal pero el tratar de atraer de manera un tanto tramposa tanto al público habituado al cine oriental más simbólico como a los seguidores del cine europeo más sesudo ya que el resultado final es algo así como un producto de laboratorio que pese a sus buenos momentos deja una sensación un tanto artificiosa que encontrará tantos admiradores como detractores y que no convencerá plenamente a sus públicos target   

Juliette Binoche, siempre eficiente, echa mano de su indudable magnetismo y de sus incontables recursos magistrales interpretativos para adueñarse de la película y sólo por eso la película funciona correctamente. La actriz francesa interpreta a Jeanne, una periodista y escritora gala que llega a la bella región japonesa de Nara (sublimemente captada por la preciosa fotografía de Arata Dodo) con el fin de encontrar la vision, una planta legendaria que cada mil años se reproduce mediante esporas y de la que se dice que quien la haya encontrará la felicidad más absoluta. Jeanne se hospeda en pleno bosque en la cabaña de Aki (Masatoshi Nagase), un taciturno hombre que vive allí retirado desde un tiempo indeterminado y cuya única compañía antes de la llegada de la Jeanne ha sido la de una anciana ciega (Mari Nakutsi) que parece vivir en plena simbiosis con un bosque que resulta bello y misterioso: para Jeanne precisamente el bosque esconde secretos y sorpresas, y tanto el bosque como sus habitantes no tardarán en influir en su estancia en el paraje. Desde prácticamente el primer momento la película apuesta por la poesía visual con sus ventajas e inconvenientes y esta supedita un desconcertante tono narrativo que trata de reflexionar sobre los deseos, el tiempo, la felicidad con una estructura temporal aparentemente circular en donde licencias fantásticas permiten la coexistencia de solapamientos de personajes en distintas épocas, vaivenes temporales y digresiones varias que pueden provocar la perplejidad del espectador y en el peor de los casos su desconcierto e incomprensión: es muy difícil captar la esencia de la historia, todo son enigmas y suposiciones. No obstante, es injusto no reconocer la enorme habilidad de esta película para lograr una belleza formal de diez especialmente en sus momentos más simbolistas y oníricos y con la naturaleza como protagonista principal, asunto este último que la película ha logrado captar de manera magistral. Se requiere esfuerzo para ver este filme, pero si alguien se rinde a mitad de metraje, siempre queda contemplar el brillante espectáculo visual que ofrece.