jueves, agosto 30, 2007

El aparatito de Lumiere- CAÓTICA ANA


Julio Medem regresa tras la polémica generada por La Pelota Vasca. La piel contra la piedra (2003), documental correcto pero cinematográficamente insuficiente, que le puso injustamente en el disparadero de ciertos medios y estamentos verdaderamente intolerantes y que mostraron una nauseabunda actitud. Superado personalmente el mal trago que supuso aquella etapa, Medem, que al fin cumplió su deseo de mostrar una cosmovisión (algo lastrada por las ausencias) del problema de la violencia en Euskadi, regresa a la ficción en el que es ya su séptimo largometraje, el sexto en el terreno de la ficción. A pesar de que Lucía y el Sexo (2001), su anterior película no fue de sus mejores creaciones, se esperaba mucho de la nueva obra del peculiar director donostiarra, cuyo cine entre onírico, fantástico y poético fue la sensación del cine español en la década de los 90 a nivel de crítica y festivales, con obras maestras como Vacas (1990), La Ardilla Roja (1993), Tierra (1996) y Los Amantes del Círculo Polar (1998), esta última tal vez su obra maestra. Aunque esta Caótica Ana es una película realmente interesante, la verdad es que deja una sensación un tanto tibia. No porque se esperase mas, sino por que da la sensación de que Medem esta tan atrapado en su propio estilo que este ya no resulta original, a pesar de que, como en Lucía y el Sexo, sigue introduciendo innovaciones tecnológicas (cámara digital, postproducción por ordenador) que hacen que su factura técnica y visual se encuentre en permanente evolución.

Medem continua demostrando, eso si, que es un narrador fuera de serie, como pocos en el mundo del cine, y que sabe elaborar historias universales, tanto en lo espacial como en lo conceptual. Pero no ha sabido mantener esa madurez que parecía haber alcanzado en Los Amantes del Círculo Polar, y en esta película parece volver al espíritu más espontáneo e irrealista de La Ardilla Roja y Tierra, sin que los resultados sean tan satisfactorios como en aquellas películas. Caótica Ana podría hacer sido una película que sorprendiese en los 90, pero hoy en día el estilo de Medem se ha institucionalizado tanto que – sin que tampoco, ojo, se repita a si mismo- ya no hay apenas capacidad de sorprender, algo en lo que el cineasta donostiarra era todo un maestro.
La película es una interesante reflexión sobre la búsqueda del destino en medio de la confusión y sobre la repetición de eventos, a través de la conexión y coincidencia entre las vidas de personas que vivieron en épocas diferentes. Este último tema de connotaciones paralelísticas es uno de los más recurridos por Medem, que aunque en esta ocasión le otorga un carácter transtemporal más o menos original no pocas veces da la impresión de haberlo visto antes. También hay una oda a la creación como la mejor manifestación del caos, frente a la otra manifestación que es la destrucción. Medem otorga el primer don a las mujeres principalmente, mientras que el segundo lo atribuye a los hombres: ojo no estamos ante un alegato feminista ni nada por el estilo, sino que es simplemente la manifestación simbólica de una creencia ancestral en la humanidad que el director explota como elemento clave de la historia con especial lucidez o al menos de manera mas inspirada que otros aspectos centrales.

La historia gira en torno a Ana (Manuela Vellés) una joven de 20 años que ha crecido en Ibiza recibiendo una educación Hippie y liberal por parte de su padre alemán viudo, con el que vive en una gruta-vivienda frente al famoso islote de la costa ibicenca que tanto aparece en postales y portadas de discos. Justine (Charlotte Rampling), una francesa de mediana edad residente en Madrid y que se encuentra de vacaciones en la isla, descubre que la chica hace unas pinturas naïf realmente sorprendentes en su cueva y la propone que se traslade a la capital a la residencia de jóvenes creadores que ella regenta. Ana acepta, y pronto se encontrará en un entorno que pese a sus intentos de adaptación, lograra superarla, tal es su vitalista, impulsivo e indomable temperamento. Su caos comienza realmente cuando averigua que la verdadera naturaleza de su carácter creativo y sublimador procede de algo que ella no sospechaba y que no puede controlar: ella lleva inconscientemente el recuerdo de la vida de otras mujeres que fallecieron jóvenes de manera brutal en diversas épocas de la historia y en diferentes partes del planeta. La hipnosis se encargará de recoger las diversas vidas anteriores de Ana, que se resumen en una sola: mujeres a las que sus parejas, en un momento dado, quisieron destruir.

El tema de la reencarnación o el recuerdo de vidas anteriores parece tan solo una excusa para mostrarnos lo determinado que puede encontrarse el destino de una persona por el pasado. El viaje de Ana es mostrado en una especie de pasaje hipnótico en cuenta atrás - tema que la película explota como recurso narrativo esencial- en la que la finalidad será despertarse tras el trance hipnótico para descubrir quien es ella en realidad. Los diferentes escenarios en donde se ha rodado el filme- Ibiza, Madrid, Nueva York, el desierto de Arizona- son las etapas de una viaje que solo resulta medemianamente apasionante para el espectador en la segunda mitad del metraje, cuando nuestra protagonista se instala en EEUU; hasta entonces poca de la capacidad de deslumbrar de Medem se puede ver. Ha sido un acierto dotar de un carácter internacional a este filme (aún rodándose en su mayor parte en castellano), con varios escenarios de rodaje muy bien plasmados, desde la urbe de NYC hasta un Wimwenderiano desierto de Arizona. Hasta la isla de Lanzarote cumple con creces y credibilidad su papel de desierto del Sahara. Esta correctamente conseguido el carácter antropológico en el homenaje que Medem hace a los indígenas americanos (aunque hay alguna pedantería maniquea y turística) y a la comunidad saharaui. El reparto también es multinacional: a parte de las citadas, esta el francés de origen magrebí Nicolas Cazalé como el primer gran amor de Ana (un personaje clave), el británico de origen vasco Asier Newman como Anglo, el hipnotizador de Ana, la cantante Bebe y el alemán Matthias Habich, como el padre de la protagonista. Todo el reparto cumple, y en el caso de los extranjeros se manejan con soltura con el castellano. Bebe demuestra que puede ser mejor actriz que cantante, Rampling aporta veteranía y saber estar, y mención aparte merece la jovencísima Manuela Vellés, debutante que lleva con aplomo el peso de una película en la que ella es el epicentro total, solventando escenas complicadas con soltura y demostrando que es una gran promesa, además de ser una auténtica preciosidad. Su personaje de pintora vitalista esta inspirado en al propia hermana del director, llamada también Ana, y que falleció a finales de los 90 en un accidente de coche. De ella también se han inspirado las curiosas pinturas de la ficticia Ana, ejecutadas para la peli por Sofía, otra hermana del cineasta. Sobra decir que este filme esta dedicado a ella.

La peli tiene muy buenos momentos, y resulta emocionante en no pocos pasajes, con un estilo visual digital extraordinario. Hay incluso alguna interesante escena de animación en la que las pinturas de Ana cobran vida. Pero la historia no llega alcanzar nunca el climax que promete y en los últimos minutos se roza la mediocridad con una escena poco propia del director. Sin embargo, la película en si es perfectamente recomendable y resulta una opción muy válida para ir al cine estos últimos días de verano.

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