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Las razones mercadotécnicas son las principales que se intuyen sobre la existencia de esta tardía secuela de Gladiator (2000), la película que recuperó para el mundo del cine y para el gran público el drama épico histórico y el peplum cinematográfico con gran éxito de crítica y taquilla, siendo además la última gran película de Ridley Scott. El propio realizador británico de 87 años, excesivamente prolífico en los últimos años, es quien está de nuevo tras la cámara en esta continuación francamente menor y orientada sin remilgos a obtener una importante recaudación a base de la utilización de recursos del cine-espectáculo actual (batallas rebuscadas montadas con ordenador, sangre a raudales, épica facilona a los Star Wars o ESDLA, héroes engolados y poco creíbles, villanos histriónicos, apabullamiento visual) posiblemente para atraer un público más joven (que incluso no había nacido cuando se estrenó el Gladiator original) aunque este filme no olvida - por supuesto- otros targets incluidos admiradores de la primera entrega, en este último caso con pseudohomenajes totalmente estériles. Scott sigue demostrando oficio y una buena capacidad de trabajo pese a su avanzada edad, pero en los últimos coletazos de su extensa carrera se está proyectando como un mero director destajista y comercial más con muchas películas mediocres y malamente pretenciosas, lo cual no hace justicia a su significación en la historia del cine aunque sea básicamente con las dos películas que todos estamos pensando. Porque este Gladiator II es un espectáculo puede que a veces vistoso y entretenido pero principalmente reiterativo, vacuo, sin novedad y con muy poca emoción y épica, algo esencial en una película de estas características.
La credibilidad también brilla por su ausencia con insertos anacrónicos, un total desdén por los acontecimientos históricos y el contexto de la época concreta del Imperio Romano en que se enmarca y una muy mala y forzada conexión con la película anterior. La acción se desarrolla dieciséis años después de los acontecimientos de Gladiator con Roma gobernada por los co-emperadores Geta (Joseph Quinn) y Caracalla (Fred Hechinger), caracterizados en esta película como dos histriónicos y enloquecidos gobernantes (aunque fueron déspotas no parece que fueran los jokers que figuran en el filme), quienes parecen conspirar el uno contra el otro mientras que Macrino (Denzel Washington) un militar de origen africano antiguo esclavo- personaje ficticio con base histórica - también tiene sus propios planes para acceder al poder de Roma. En medio de esto, como no, emerge la figura del nuevo gladiador-esclavo protagonista, Hanno (Paul Mescal), supuesto soldado numidio en realidad romano hijo de Máximo y llegado a Numidia de niño) prisionero de guerra y hecho esclavo que también podría estar emparentado con la estirpe de Marco Aurelio. Se repiten esquemas del anterior filme de manera previsible con intrigas políticas y palaciegas esta vez mediocremente llevadas y escenas en el circo romano que a veces pueden resultar sorprendentes pero que terminan provocando fatiga- curiosa la recreación de la batalla naval en el Coliseo (si, se hicieron espectáculos de ese tipo en la antigua Roma) pero totalmente ridícula y bizarra la lucha de los gladiadores contra unos supuestos babuinos que asemejan grotescos monstruos fantásticos- por no hablar de un climax pastiche de el anterior filme que termina por rematar el desaguisado. No es cuestión de echar pestes sobre el reparto, que hace lo que puede y muy bien- incluyendo al siempre eficiente Pedro Pascal como el general Acacio y la nueva aparición de Connie Nielsen y la institución de la interpretación británica Derek Jacobi reptiendo sus roles de Gladiator- pero los personajes son planos y estereotipados. No obstante, una más que interesante fotografía y de nuevo un diseño de producción perfecto salvan del naufragio a una película que puede que encuentre su público si no se es demasiado exigente y se va al cine con ganas de disfrutar. Pero este Gladiator II sobraba a todas luces.
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